Editorial

Caso Facebook: no eres una mercancía

Editorial · Fernando de Haro
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25 marzo 2018
Caso Facebook & Cambridge Analytica. Queda confirmado lo que todos imaginábamos. La red que creó Mark Zuckerberg, al abandonar hace 13 años Harvard, no es solo un instrumento de socialización virtual. También es una potente arma de poder, con un número inmenso de datos a su disposición que permite segmentar la información y crear una pseudoinformación, entrando en el yo más íntimo, en las relaciones de “amistad”.

Caso Facebook & Cambridge Analytica. Queda confirmado lo que todos imaginábamos. La red que creó Mark Zuckerberg, al abandonar hace 13 años Harvard, no es solo un instrumento de socialización virtual. También es una potente arma de poder, con un número inmenso de datos a su disposición que permite segmentar la información y crear una pseudoinformación, entrando en el yo más íntimo, en las relaciones de “amistad”.

Tanto es el poder acumulado por la red social que el caso destapado, el uso de datos personales de 50 millones de usuarios para la campaña de Trump, invita a repensar a qué retos se enfrenta el derecho a la intimidad, el derecho a la información y la participación política. Los principios del Estado liberal puestos patas arriba. El caso invita, sobre todo, a recuperar la intangibilidad del yo.

En Facebook no hay intimidad. Como en ninguna de las redes sociales. Toda la gran presa jurídica, construida durante años para poner a salvo los datos de los usuarios, se ha venido abajo. Las excusas de Zuckerberg y sus promesas de hacer más visibles y explícitos los consentimientos de las aplicaciones que manejan información personal han sido absolutamente inverosímiles. Todos sabemos que, de momento, no hay barreras. El reto para el futuro es inmenso. Los algoritmos de la Inteligencia Artificial trabajan incansablemente para sacar conclusiones de nuestra huella digital, huella grande como la vida.

Washington, Bruselas y Londres han exigido la comparecencia del fundador de Facebook en sus parlamentos. Habrá buenas palabras, pero de momento, pocas soluciones. Las prácticas de las redes sociales, no solo la filtración de datos, son un asunto político de primera magnitud. Una cuestión que pone de manifiesto cómo nuestras democracias no pueden concebirse solo como una relación vertical entre el Estado y el individuo. Nuestra democracia no es solo un sistema que gestiona bien la circulación de ciudadanos aislados y que ordena los derechos subjetivos de mónadas.

La democracia es mucho más: un ecosistema de relaciones en el que sus protagonistas conversan, debate y discuten sobre los retos que afrontan juntos. Los derechos de información, de reunión, las libertades cívicas no solo son esenciales en su dimensión personal o individual, lo son también porque al ejercitarlas se hace posible la formación de la opinión pública y de la voluntad común. Esta es la primera ambigüedad de las redes sociales: pueden contribuir a una segmentación de la realidad mucho mayor que la de los medios tradicionales. En la prensa, en la radio y la televisión clásicas hay siempre un sesgo ideológico, pero es más difícil que el sesgo sea tan absoluto que los hechos desaparezcan. En las redes sociales se acrecienta la tendencia a atrincherarnos en la tribu de los “amigos” sin que haya límite. El lector ya no busca información. Es la información, en muchos caos la desinformación, la que busca al miembro de la secta.

Facebook, como todas las redes sociales, es gratis. Salvo que quieras hacer publicidad. ¿Gratis? ¿Realmente gratis? No. La mercancía es cara, la mercancía es el propio usuario que desvela con cada foto, con cada like, con cada comentario su yo más íntimo, su yo en relación con los “amigos” reales o virtuales. El usuario es la mercancía más preciada porque se “vende” a sí mismo. A cambio de estar conectado, el usuario facilita la publicidad más invasiva, más directa (que no conecta con el yo real sino con los sueños) que se pueda concebir.

Ser conscientes de cómo funciona el nuevo poder no implica maniqueísmo alguno. La capacidad del nuevo poder, de las redes sociales, es inversamente proporcional a la cantidad de persona que hay en el usuario. Si el usuario es un individuo, es decir un sujeto aislado, desinformado por la pertenencia a una tribu en la que no cabe el otro, sin vínculos reales, sin experiencias tangibles que permitan discriminar lo que satisface el deseo y lo que lo frustra, el poder tiene el campo libre. El usuario acabará convencido de ser una mercancía. Si por el contrario es persona, con un tejido rico de relaciones que le invitan a salir de sus pensamientos e ir a las cosas, a observar más y a fantasear menos, si las redes sociales de carne y hueso le sacan de su pequeño mundo, le dan la proporción infinita de lo que espera y le rescatan con esa capacidad sanadora que tiene la realidad, entonces Facebook será como los caminos que construyó Augusto.

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