En nombre de la verdad, opciones ideológicas (teóricamente) contrarias al relativismo

Cultura · Massimo Borghesi
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9 noviembre 2017
www.paginasdigital.es publica un adelanto del libro de Massimo Borghesi, Jorge Mario Bergoglio, una Biografia Intellettuale, dedicado al pensamiento de Francisco.

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En el arco de tiempo que va de finales de los años 90 a los primeros años 2000, Bergoglio pone el foco en las categorías que encontraremos en el centro del documento final del gran congreso de la Iglesia latinoamericana en Aparecida en el año 2007. La idea de fondo nace de una fórmula que Bergoglio halla ejemplarmente descrita en la Deus caritas est de Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Es la fórmula citada en la introducción del documento conclusivo de Aparecida y tiene un sabor decididamente “giussaniano”. El hecho de estar presente en Benedicto XVI y luego citada por Francisco en la Evangelii gaudium le confiere un valor especial. Indica el punto inicial de la fe, ayer igual que hoy, y al mismo tiempo supone un juicio histórico sobre la deriva “ética” que caracteriza al catolicismo de la era de la globalización. Una vez terminada la época candente del compromiso histórico de izquierdas, típico de los años ’70, marcados por las teologías políticas, la revolución, la esperanza, etcétera, asistimos desde los años ’80 a una suerte de reflujo, de encerramiento en un recinto protegido. El compromiso en el mundo se confía a la defensa de un conjunto, definido y seleccionado, de valores descendentes de la ética y de la antropología cristiana amenazados por la onda relativista que caracteriza a los nuevos tiempos. Paralelamente, decae la atención por la cuestión social y se atenúa considerablemente la percepción de una Iglesia misionera, proyectada, más allá de sus propios confines, hacia la dimensión del “encuentro”.

El proceso de secularización determina, en el mundo cristiano, una reacción ética. Con ella, la idea de Methol Ferré, compartida por Bergoglio, del testimonio cristiano vivido como respuesta adecuada al ateísmo libertino empieza a perderse. La Iglesia se opone pero no es capaz, positivamente, de ponerse, de afirmar una tipología humana en la que el “atractivo de Jesús” sea más fuerte que el atractivo estético de una sociedad opulenta. La deriva ética de la Iglesia indica una estrategia de resistencia, no una era de renacimiento. Esta tendencia ética, por la cual el encuentro cristiano pasa a un segundo plano, permite aclarar la corrección que propone Francisco en la Evangelii gaudium. Se trata de volver a poner en evidencia lo que primerea: la gracia de un anuncio transmitido por un testimonio humanamente creíble.

Se trata de volver a poner en evidencia lo que primerea: la gracia de un anuncio transmitida por un testimonio humanamente creíble. “Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana»” (Evangelii gaudium, 36).

De ahí el hecho de que “la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas” (Evangelii gaudium, 39).

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