Cinco años del 11-M
Revolverse contra alguien y descargar la ira con culpables reales o aparentes parecía la salida más rápida para acallar la inmensa pregunta, el hondo e incómodo interrogante sobre el sentido de la vida después de tanta muerte. Era un modo rápido de quitarse de encima una cuestión tan vertiginosa, hicimos de casi todo antes que preguntarnos si, ante el zarpazo que habíamos recibido, la vida seguía siendo justa, si el Misterio de Dios tenía alguna respuesta, si el sepulcro vacío desde hace 2.000 años significaba algo.
Da miedo pensar que en este quinto aniversario no haya habido ciertos políticos en el homenaje a las víctimas porque es el primero que se celebra después de otras elecciones. Provoca escalofrío volver a oír hablar del atentado de un modo que incrementa la rabia. El estrépito de la división de los españoles a causa de las bombas es como una gran blasfemia que se grita para acallar lo que nos dicen los muertos. Pero debajo de tanto ruido la gran pregunta reaparece, cuando nos atrevemos a responderla, cuando nos atrevemos a decirnos unos a otros qué sentido tiene la vida y la construcción de nuestra sociedad, empezamos a vencer aquella explosión de mal que supuso el 11-M.