Más que a China, deberíamos temernos a nosotros mismos

España · PaginasDigital
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26 octubre 2017
Como de costumbre, los diarios y telediarios han seguido el congreso del Partido Comunista Chino que ha tenido lugar estos días en Pekín con sentimientos encontrados. Por un lado admirados, o al menos consolados, por la granítica estabilidad del régimen; por otro un poco preocupados por el papel económico de primer orden que China ocupa a nivel planetario. Teniendo en cuenta sus dimensiones objetivas, en realidad que China ocupe tal lugar es sencillamente natural. Lo anómalo es el hecho de que, bajo la presión del extraordinario desarrollo de Occidente, durante casi un siglo y medio ese papel haya sido menor.

Como de costumbre, los diarios y telediarios han seguido el congreso del Partido Comunista Chino que ha tenido lugar estos días en Pekín con sentimientos encontrados. Por un lado admirados, o al menos consolados, por la granítica estabilidad del régimen; por otro un poco preocupados por el papel económico de primer orden que China ocupa a nivel planetario. Teniendo en cuenta sus dimensiones objetivas, en realidad que China ocupe tal lugar es sencillamente natural. Lo anómalo es el hecho de que, bajo la presión del extraordinario desarrollo de Occidente, durante casi un siglo y medio ese papel haya sido menor.

Las dimensiones demográficas de China, como las de India por otro lado, son un dato de facto, y escandalizarse es una pérdida de tiempo. Se trata más bien de ver cómo gestionarlo positivamente. Desde finales del siglo XVIII Occidente empezó a ver esas dimensiones como un peligro. Es una historia que empieza con Napoleón y su frase “Cuando China despierte el mundo temblará”, y continúa con la difusión del temor al “peligro amarillo” a lo largo del siglo XIX. Como inciso, es curioso notar que no exista ningún lugar común similar respecto a la India, a pesar de que sus dimensiones demográficas son parecidas.

En el ámbito de las relaciones internacionales, la historia demuestra que el equilibrio es posible, pero a cambio de que todos asuman sus respectivas responsabilidades. Es cierto que China siempre se ha concebido como el centro del mundo. En el discurso programático inaugural del congreso del partido, el presidente chino Xi Jinping volvió a confirmarlo, aunque con una hábil cautela. Pero luego él y también China deberán rendir cuentas con la realidad de las cosas. Como europeos, como occidentales, como gente que detenta la mayor parte del control en todos los ejes fundamentales del desarrollo, más que nunca no tenemos nada que temer más que a nosotros mismos y la crisis de civilización que estamos atravesando. Si no conseguimos superarla, caeremos y no por un golpe externo sino por colapso interno.

Sobre China, como europeos debemos preocuparnos ante todo por no haber ni siquiera intentado todavía delinear una política común al respecto. Entretanto, Alemania está desarrollando su propia política con China, dejando fuera a la UE. Por su parte, Trump viajará el mes que viene a China para reunirse con Xi Jinping, recién reconfirmado por el congreso de su partido; y por otro lado el secretario de Estado Rex Tilleson tiene previsto visitar Dehli, con la que Washington pretende reforzar la cooperación con el fin de contener la influencia china en Extremo Oriente. La Unión Europea haría bien en hacer lo mismo, si tuviera una política exterior común, que no es el caso.

Nadie más que India, que tiene dimensiones demográficas análogas y que están en la misma parte del mundo, puede con su presencia hacer frente al avance de China. Además, no hay que olvidar que India es una democracia, mientras que China es el mayor y más estable régimen autoritario del mundo. Y también por eso tenemos con India una proximidad concreta que no habría que descuidar.

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