El clima no es objeto de mercado

España · Gianni Credit
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7 junio 2017
La falsedad más evidente en la retirada de los USA anunciada por Donald Trump respecto a los Acuerdos de París sobre el clima no es el hecho de que Washington, en realidad, seguirá vinculada a la Cop21 al menos hasta 2020, cuando el presidente tenga que someterse al voto de los electores al término de su primer mandato. La posverdad más insidiosa es la pretensión implícita de reducir la tutela ambiental a objeto mercantil, a una cuestión económica o geopolítica, relativizada según intereses estatales o financieros en torno a las fuentes de energía.

La falsedad más evidente en la retirada de los USA anunciada por Donald Trump respecto a los Acuerdos de París sobre el clima no es el hecho de que Washington, en realidad, seguirá vinculada a la Cop21 al menos hasta 2020, cuando el presidente tenga que someterse al voto de los electores al término de su primer mandato. La posverdad más insidiosa es la pretensión implícita de reducir la tutela ambiental a objeto mercantil, a una cuestión económica o geopolítica, relativizada según intereses estatales o financieros en torno a las fuentes de energía.

Incluso los muchos y aguerridos adversarios de la Casa Blanca en el “frente del clima” se han visto obligados a utilizar argumentos trumpianos (costes, beneficios, intercambio diplomático…) para sugerir a Trump la lectura de la “Laudato Sì” que le regaló el Papa. Los planes de inversión puestos en marcha para desarrollar la generación de energía limpia se estiman a escala global en torno a billones de dólares de aquí a 2030 y la decisión de Trump pone en peligro proyectos de investigación científica y tecnológica con amplio espectro de aplicaciones, que en muchos casos ya están avanzados.

Es un hecho positivo que todas las grandes multinacionales estén asociando de manera sistemática sus planes de investigación y desarrollo con el compromiso de reducir las emisiones. No es poco que Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York y magnate de Wall Street, no se haya limitado a deplorar políticamente los movimientos de Trump sino que haya ofrecido quince millones para apoyar los programas de la ONU de subsidiariedad global para estudios y acciones referidas al cambio climático. En cierto sentido es comprensible que el New York Times, en un esfuerzo por concretar su polémica anti-Trump, haya examinado uno a uno los presupuestos de las agencias gubernamentales. Pero entrar en duelo con Trump sobre las cifras significa adentrarse inexorablemente en la visión de un hombre de negocios elegido al grito de America First, para quien el “global warming” no es una provocación histórica a todos los hombres sino nada más que un molesto efecto colateral por el uso intensivo de combustibles fósiles, un freno a la generación de beneficios fáciles en el siglo XXI. Hablar al presidente norteamericano de puestos de trabajo limpios (sobre todo de los jóvenes investigadores dedicados a la energía alternativa) y de beneficios 4.0 (los generados por las empresas de inteligencia que incorporan valores colectivos) es inútil. A Trump, líder de la primera potencia global, únicamente le preocupa su reelección. Como un magnate de Wall Street, solo se concentra en los beneficios inmediatos que le puede garantizar, por ejemplo, la manipulación o el aplazamiento de una reconstrucción real del sistema financiero y de sus reglas.

La “Laudato Sì”, el documento del magisterio católico dirigido por el Papa Francisco al “cuidado de la casa común” (eco-nomía y eco-logía) se publicó en mayo de 2015 y es el preámbulo virtual, histórico y humanístico, del compromiso político y legislativo asumido seis meses después en París por los representantes de 193 países. Pero Trump, en su primer tour presidencial por el mundo, no ha disimulado su jerarquía de valores: primera y larga etapa en el primer productor de petróleo del mundo, zapatazo en la mesa del G7 como Nikita Krushev en la ONU de hace años, y luego, nada más bajarse del Air Force One, muecas en la Cop21, con todos los periodistas pendientes de ver quién perdía o ganaba cada round.

Aparte de una escala técnica, irrenunciable, en el Vaticano. Y ese regalo, flaco, pobre. Ese texto que ya en su quinta línea empieza a clamar: “nuestra casa común es como una hermana que clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes”.

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