Gana la laicité

Mundo · Robi Ronza
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25 abril 2017
Tras la victoria en primera vuelta de Emmanuel Macron y Marine Le Pen (han pasado a la segunda ronda con el 23,75 y el 21,53 por ciento de los votos respectivamente), si vamos a lo esencial podremos ver que el resultado electoral en las presidenciales francesas tampoco es el cambio histórico que muchos pretenden ver.

Tras la victoria en primera vuelta de Emmanuel Macron y Marine Le Pen (han pasado a la segunda ronda con el 23,75 y el 21,53 por ciento de los votos respectivamente), si vamos a lo esencial podremos ver que el resultado electoral en las presidenciales francesas tampoco es el cambio histórico que muchos pretenden ver.

En Marche, el partido de Macron, no es una flor nueva que ha brotado inesperada y milagrosamente en medio del desierto. Más bien es una hábil y oportuna… reencarnación, gracias a la cual el bloque social y de intereses que se reconocían en el viejo partido socialista de François Mitterand se ha hundido en el abismo al que lo han ido precipitando los fracasos presidenciales de Sarkozy y Hollande. En el arco de doce meses, desde que se fundó el 6 de abril del pasado año, En Marche ha conducido a su candidato Macron a la victoria en primera vuelta en unas presidenciales. Si En Marche fuera realmente algo nuevo de verdad, una marcha triunfal de este tipo supondría una novedad absoluta en la historia de los movimientos políticos de todos los tiempos, pero no es así. En cualquier caso sigue habiendo un dato sorprendente: nunca antes había pasado en una gran democracia que un bloque social y de interés consiguiera liberarse en tan poco tiempo de su propio partido de referencia histórica, y más aún salir indemne e incluso victorioso a la escena pública como una fuerza nueva y sin mancha.

Ex alto funcionario del ministerio francés de Economía y en 2008 alto dirigente del banco Rothschild, Emmanuel Macron fue con Hollande ministro de Economía, Industria y Digital entre agosto de 2014 y agosto de 2016. Solo entonces, unos meses después de la fundación de En Marche, dejó el gobierno para poder implicarse más libremente en la campaña electoral que le ha llevado a este éxito. Paralelamente, una eficaz y potente campaña mediática se dedicaba a cambiar su imagen. En pocos meses pasó de ser un experimentado aunque joven ministro socialista a convertirse a los ojos de la opinión pública en un hombre nuevo de orientación “centrista”. Como centrista se ha calificado a su programa, aunque sea de clara inspiración socialista. De repente todos los grandes medios que durante décadas lo habían llevado en palmitas, han dejado a un lado al viejo partido socialista, que ha quedado reducido a las cenizas de un náufrago abandonado a su suerte, en manos de un candidato perdedor dispuesto a recoger lo poco que queda del voto histórico de izquierda.

Si por un lado Macron no es precisamente “nuevo”, por otro tampoco Marine Le Pen representa realmente lo “viejo” tanto como se dice. Es cierto que el Frente Nacional, fundado por su padre en 1972, tampoco finge ser un neonato. Sin embargo, desde que en 2011 Marine Le Pen llegó al liderazgo, el FN ha reformado su estilo y muchos de sus contenidos para recoger votos en un electorado más de centro y poder optar a convertirse en partido de gobierno. Buscar apoyos en el centro es un rasgo que comparten pues Macron y Le Pen, así como sus respectivos partidos, y también tienen otro importante elemento en común: todos ellos son “laicos” en el sentido más francés de la palabra. Son herederos distintos de la misma ilustración francesa: unos del voto de la izquierda, jacobinos, y otros de la derecha, napoleónicos.

En este contexto sería inútil consolarse ocultando que estas elecciones marcan una grave derrota de la presencia cristiana en la vida pública de Francia. Por primera vez desde tiempos de De Gaulle, la zona centro, donde se concentra el grueso del voto católico, tenía en François Fillon un candidato explícitamente católico, cuyo programa ponía por primera vez de relieve la importancia de la familia, la educación y la iniciativa responsable de las personas y comunidades tanto en el ámbito económico como social. No en vano, el pueblo de “Manif pour tous” se había movilizado, llegando a ponerlo de nuevo en posiciones de carrera cuando se supo, de modo inoportuno aunque no ilegítimo, que había contratado a su mujer como asistente parlamentaria. Sin embargo, la reticencia que mostró en aquella circunstancia le hizo perder definitivamente el apoyo de muchos electores, suficientes para dejarle fuera de la segunda vuelta a pesar de que su candidatura empezó situándole como seguro. Un incidente del que habrá que sufrir las consecuencias a largo plazo, y puede que no solo en Francia.

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