Nínive 2

Mundo · F.H., Erbil
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11 enero 2017
El alumno de primera fila se ha dormido. Tiene tres años y no consigue seguir la lección de Neval Nabil, la profesora de inglés que se encarga de la escuela infantil del campo de refugiados Asthi2, en el barrio de Ankawa. Neval da las clases en una caravana. Neval vive con su marido en una caravana: una sola habitación. Su hijo ha nacido en el campo, tiene 10 meses. Neval es contundente: “no quiero volver a Qaraqosh. No hay futuro. Me quiero marchar a Australia”.

El alumno de primera fila se ha dormido. Tiene tres años y no consigue seguir la lección de Neval Nabil, la profesora de inglés que se encarga de la escuela infantil del campo de refugiados Asthi2, en el barrio de Ankawa. Neval da las clases en una caravana. Neval vive con su marido en una caravana: una sola habitación. Su hijo ha nacido en el campo, tiene 10 meses. Neval es contundente: “no quiero volver a Qaraqosh. No hay futuro. Me quiero marchar a Australia”.

Neval tiene 24 años, un inglés correctísimo –sonríe con discreción cuando me escucha hablar– y un marido que trabaja desde las 9 de la mañana a las 12 de la noche en un café para mantener a la familia. La familia de Neval ha vuelto a Qaraqosh de visita después de la liberación. El ejército kurdo deja pasar a los cristianos que vivían en los pueblos de la llanura de Nínive para visitar sus casas. Pero no les deja quedarse a dormir en ellos. Es zona militar. Qaraqosh era el pueblo cristiano más grande de los que rodean Mosul. Ahora es un pueblo fantasma. En esas excursiones de un día los refugiados intentan arreglar hogares que han sido incendiados, saqueados. Algunos, muchos, hacen planes para volver. No quieren marcharse como Neval. Pero no han tomado la decisión aún.

La jornada ha sido larga en Erbil. Con la ayuda de un colega jubilado de la BBC que ha decidido venirse a echar una mano y de una antigua vecina de Mosul, hemos hablado con mucha gente. Responsables eclesiales, jóvenes que trabajan con los refugiados, refugiados, responsables políticos kurdos y un largo etcétera. No es imposible que una buena parte de los 120.000 cristianos vuelvan. Pero hacen falta muchas cosas. La fundamental: cierta seguridad de que lo que pasó no volverá a ocurrir. Anhelan una seguridad como la que se vive en Erbil, ciudad tranquila y limpia, como el Bagdad que conocí en los años 90. Luego hacen falta infraestructuras, dinero para reconstruir las casas derruidas. Luz y agua. ¿Serviría para algo que la declaración de genocidio fuera más contundente? ¿Habría que crear un tribunal especial? Sí, sobre todo para salvaguardar la memoria de las víctimas. Unos a favor del Gobierno de los kurdos para toda la región de Nínive. Otros reclamando una región autónoma con el respeto de Bagdad que ahora no existe.

Neval quizás logre marcharse a Australia. Los más jóvenes quieren otra vida. Neval dejará su tierra, “pero a lo que no renuncio –afirma con contundencia– es a Jesús. Nunca dejaré de ser cristiana”.

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