Panzer, pero sonriente: nace el estilo Trump

Mundo · Robi Ronza
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24 noviembre 2016
Entre los valores que la Ilustración había creído en vano que podría mantener vivos e incluso hacer crecer aun separándolos de su raíz cristiana, estamos empezando a ver que estaba también la democracia, como confirman las reacciones que la victoria de Trump está provocando en los círculos ilustrados y progresistas de la cultura y la prensa dentro y fuera de Estados Unidos.

Entre los valores que la Ilustración había creído en vano que podría mantener vivos e incluso hacer crecer aun separándolos de su raíz cristiana, estamos empezando a ver que estaba también la democracia, como confirman las reacciones que la victoria de Trump está provocando en los círculos ilustrados y progresistas de la cultura y la prensa dentro y fuera de Estados Unidos.

En el sentido moderno, universal, de la palabra, la democracia se basa en el principio de la igualdad y en la fraternidad entre todos los hombres en cuanto tales, ya sean hombres o mujeres, cultos o incultos, compatriotas o extranjeros. Pero si no se cree que todos tenemos no solo una mente sino también un alma, y sobre todo un mismo padre común que nos ama a todos con el mismo amor, entonces sentirse iguales y hermanos se convierte con mucho en una empresa harto difícil.

Los primeros síntomas de la crisis ya los hemos podido advertir en la misma patria principal de la democracia moderna, Gran Bretaña, cuando después de la victoria del Brexit en los órganos de prensa considerados como sacrosantos baluartes de las libertades democráticas algunos empezaron a preguntarse si era justo que el voto de los más ancianos y de los residentes fuera de las zonas metropolitanas tuviera el mismo peso que el de los más jóvenes y residentes en Londres. Luego, con la victoria de Trump en las presidenciales americanas tal murmullo se ha ido convirtiendo cada vez más en grito. Con esa hermosa capacidad de dar la vuelta con elegancia a la tortilla, que caracteriza el mundo de los salones burgueses progresistas, en la prosa de los tertulianos más conocidos, lo que en un tiempo fue la mítica clase obrera se ha convertido en una opaca masa de “blancos de mediana edad, poco instruidos, jubilados o desempleados”.

En realidad, el voto de todos ellos, por otro lado favorable a Trump, no basta en ningún caso para explicar su victoria. Con las cuentas en la mano, es evidente que a eso se ha sumado también el voto de un buen número de mujeres y americanos de origen no europeo. ¿Pero cómo reconocerlo? Ni el Washington Post ni el New York Times pueden admitir que a esos blancos de mediana edad, poco instruidos y poco afortunados, también se añaden los negros e hispanos coetáneos suyos y con los mismos problemas, por no hablar de blancos, negros e hispanos igualmente arrugados, en su mayoría de baja estatura y con sobrepeso, que han votado a Trump a pesar de estar a años luz de Melania, Ivanka y todas esas chicas del clan, rigurosamente altas, rigurosamente rubias y rigurosamente en forma. Resumiendo, una gran cantidad de gente “out” que sin embargo ha votado a Trump en vez de Clinton, y quizás no por motivos fútiles.

Llegados a este punto, las dudas sobre la positividad de la democracia quedan a un lado de momento, pero no para dejar espacio a un saludable examen de conciencia. Tampoco para preguntarse si hay algo que no funciona en la propia cultura política y en las propuestas que de ella derivan: en absoluto. Se ha abierto un nuevo camino: el de la búsqueda y si fuera necesario el de la invención de la enorme diferencia que existe entre el Trump presidente y el Trump candidato. Como si quisieran decirnos que el hombre se ha hecho un poco el loco para ganar votos, pero a fin de cuentas sabe que debe hacer lo que nosotros digamos. En realidad, si vamos a ver el texto original de las declaraciones del nuevo presidente que ocupan los titulares de los periódicos, nos daremos cuenta de que el hombre no se mueve ni un milímetro de los objetivos sobre los que se había comprometido con sus electores.

En este periodo tan delicado, en que aún no está en el cargo y está formando su gobierno, sencillamente usa un tono más benévolo y conciliador en la forma. Eso es todo. Sobre esto hay un documento que merece atención. Se trata de los apuntes de su reciente encuentro a puerta cerrada con el estado mayor del New York Times. Trump tuvo el gesto de ir él mismo para encontrarse con el director y algunas firmas importantes de esta cabecera en su propia sede. Es significativa la documentación fotográfica de la entrada de Trump en el patio de la sede del periódico, recibido por una multitud de gente que le hacían fotos con sus smartphones desde las barreras. De la lectura de los apuntes de la conversación, difundidos por internet a medida que el encuentro tenía lugar, podemos entender lo astuto y decidido que es Trump, y lo incapaces que son sus interlocutores de entender la nueva realidad que tienen delante.

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