Paraguay: ¿veinte años de libertad?
1. El 15 de agosto de 1537, cuando llegó el cristianismo al sitio donde el río Paraguay forma una grande y bella bahía y los "conquistadores" llamaron con el bellísimo nombre de "Nuestra Señora de la Asunción". El espíritu de los Reyes Católicos de Castilla era el de llevar el anuncio de la libertad a la gran provincia de las Indias. Y los que llegaron eran pecadores, es decir, santos porque, como afirma el inteligente Charles Peguy, "los que son buenos para la gracia son buenos para el pecado, y viceversa".
El cristiano es el pecador que reconoce a Cristo y no el masón, el fariseo, el socialista del siglo XXI que, como Lucifer, está convencido de ser honesto, bueno, puro, inmaculado, capaz de cambiar el mundo. En aquel 15 de agosto llegó la libertad. Es decir, la posibilidad para el guaraní de adherirse al Ser que el P. Noriega en modo bellísimo expresaría con el sustantivo TUPA (TU = maravilla, asombro; PA = Quid es hoc, ("¿Quién es aquél que ha hecho esta cosa bella?").
Los primeros que llegaron a tierra de los guaraníes les anunciaron el nombre propio de la libertad y por eso se adhirieron libremente, como testimonia el "sagrado experimento": la Reducciones Jesuíticas.
2. 1609-1767: 150 años de felicidad, afirmó el gran escritor ingles Chesterton y el historiador italiano Muratori relato las res gestas de aquellos años en la Provincia de Paracuaria, en un libro que lleva por título El Paraíso en el Paraguay.
Durante 150 años los guaraníes, nuestros antepasados, saborearon la libertad, aquella experiencia humana que sólo el cristianismo vivido regala al hombre que, sencillo de corazón, se adhiere, reconoce en Cristo el rostro histórico de TUPA. Solamente la mentira masónica que contaminó la misma Iglesia Católica, y aún sigue contaminándola, pudo y puede seguir afirmando lo contrario. Tristemente aún nuestros jóvenes en los colegios y universidades siguen respirando la ignorancia de los intelectualoides de turno que vomitan sus mentiras, sus fantasías a los ingenuos alumnos, obligados a escucharlos.
Pero, sirva para todos esta carta que los indios de la Reducción de San Luis, actualmente en el Brasil, enviaron el 28 de febrero de 1768 al gobernador que residía en Buenos Aires y que había dado la orden de Carlos III, rey de España, de ejecutar la expulsión de los jesuitas de todo el territorio de las Reducciones.
"Señor Gobernador:
Dios te guarde, te decimos nosotros, el Cabildo y los Caciques, con los indios, las mujeres, y los niños, todo el pueblo de San Luis.
Te decimos con plena confianza, ¡ah Señor Gobernador! Nosotros verdaderamente somos tus hijos, te rogamos con lágrimas en los ojos que permitas que permanezcan siempre con nosotros los padres sacerdotes de la Compañía de Jesús, y que para lograr esto lo representes y lo pidas a nuestro buen Rey en nombre de Dios y por amor suyo.
Esto te piden con sus semblantes bañados en lágrimas el pueblo entero: indios y mujeres, mozos y muchachas; y particularmente los pobres, y en fin, todos.
Los hijos de San Ignacio vinieron y cuidaron con solicitud de nuestros antepasados, y los instruyeron. Los Padres de la Compañía de Jesús saben soportar nuestro pobre natural, conllevándonos; y así vivimos una vida feliz para Dios y para el Rey y nos ofrecemos a pagar mayor tributo en yerba caaminí, si así lo quieres.
Ea, pues, buen señor Gobernador, oye nuestras pobres súplicas y haz que las veamos cumplidas. Además, tenemos que decirte que nosotros no somos en modo alguno esclavos, ni lo fueron nuestros antepasados; ni es de nuestro gusto el modo de vivir parecido a los españoles, que miran cada uno solamente por sí, sin ayudarse ni favorecerse unos a otros.
Esto es sencillamente la verdad: te lo decimos. Buen señor Gobernador, haz esto que te suplicamos, y nuestro Señor te lo premiará auxiliándote.
Él te guarde otra y otra vez. Es cuanto tenemos que decirte.
De San Luis, a 28 de Febrero de 1768".
Pero si no fuera suficiente este testimonio, bastaría un mínimo de inteligencia y seriedad para contemplar lo que aún existe, "las ruinas" y las tallas, para darse cuenta de que sólo la libertad puede crear una civilización como experimentaron los guaraníes en las Reducciones.
Libertad que tanto asustó y molestó a los poderes despóticos y masones que llegaron no sólo a eliminarla sino a convencer al Papa de aquel entonces a ser cómplice del perverso proyecto, suprimiendo a la compañía de Jesús.
Era febrero de 1768 cuando los indios escribieron la carta. Unos siglos después habría otro febrero de 1989. Pero nada tiene que ver con los 150 años de libertad de nuestros antepasados. Han pasado 20 años, estamos en democracia… pero la libertad como adhesión al Ser es aún un bien o gracia que pocos viven. Y estos pocos son esperanza que nos queda. La libertad es, sí, poder hablar, escribir, afirmar… pero ¿de qué sirve cuando el relativismo, el hedonismo, son los dueños de nuestra vida?
Alfredo Stroessner murió… le sucedieron otros "mesías" de la democracia… y cada día más somos esclavos. Pero existen puntos de libertad, signos inconfundibles de la Presencia de Dios. Miremos a estos puntos porque de ellos brotará el nuevo Paraguay. Y no son "puntos" políticos sino de santidad.