La sangre de Jacques

Mundo · Fernando de Haro
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26 julio 2016
A Jacques lo han matado un día después de la fiesta del otro Jacques, del primero, de Santiago el Mayor. Como a Santiago, a Jacques Hamel lo han pasado a cuchillo. Lo han hecho en la iglesia del primero de los mártires, en la iglesia de St. Étienne, de San Esteban. Cuando a todos nos parecía que lo de los mártires era cosa del pasado se vuelve a derramar la sangre de los que confiesan la fe en suelo europeo. Ha muerto a los 86 años por una sola razón, por ser cristiano, por estar celebrando misa, por hacer memoria de la sangre derramada. Cuando la vida parecía cumplida, cuando ya parecía todo entregado, que sesenta años de párroco no son nada y lo son todo.

A Jacques lo han matado un día después de la fiesta del otro Jacques, del primero, de Santiago el Mayor. Como a Santiago, a Jacques Hamel lo han pasado a cuchillo. Lo han hecho en la iglesia del primero de los mártires, en la iglesia de St. Étienne, de San Esteban. Cuando a todos nos parecía que lo de los mártires era cosa del pasado se vuelve a derramar la sangre de los que confiesan la fe en suelo europeo. Ha muerto a los 86 años por una sola razón, por ser cristiano, por estar celebrando misa, por hacer memoria de la sangre derramada. Cuando la vida parecía cumplida, cuando ya parecía todo entregado, que sesenta años de párroco no son nada y lo son todo.

Atónitos y desconcertados volvemos a ver mártires en suelo europeo. El Viejo Continente deja de ser la tierra en la que los cristianos están a salvo. La Gran Persecución, la que deja al año 100.000 bautizados muertos, llega hasta nosotros. Jacques ha muerto como mueren los indios víctimas del hinduismo violento, como mueren muchos jóvenes en el norte de Nigeria cuando les exigen elegir entre su fe y la vida, como mueren en las ciudades y en los pueblos de Siria, de Iraq, de Egipto, como mueren en Pakistán. La hermandad de la sangre, la memoria de la sangre. Ahora nos toca a nosotros.

Un día tras otro de este apocalíptico verano nos hemos negado a reconocer que el islamismo nihilista había puesto a Europa entre sus objetivos. Ahora ya es imposible negarlo. La sangre de Jacques, como la de los muertos de Niza, de Bruselas, de París y la de muchos otros muertos clama contra los poderosos que engendraron al monstruo. Porque sin el dinero de Arabia Saudí y de Qatar no habría habido Daesh. Porque sin ciertos clérigos salafistas y wahabitas no habría esta violencia. Porque sin nuestros errores y nuestra ignorancia arrogante en Iraq y Siria no hubiéramos llegado hasta aquí. Porque sin las armas que los europeos les hemos vendido no les hubiéramos hecho grandes.

Es la hora de que el islam sea más contundente y más claro en la condena. Es la hora en la que necesitamos que los dos Jacques, el primero y el último, intercedan por nosotros para aprender cómo se entrega la vida sin odio, perdonando. Para hacerlo como lo hacen los nigerianos, los sirios, los indios, los pakistaníes y el inmenso coro de mártires de este siglo XXI. Jacques, ruega por nosotros.

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