Editorial

India, globalización religiosa

Editorial · Fernando de Haro, (Kandhamal, India)
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2 mayo 2016
“¿Cómo es la presencia del hinduismo en España?”, me pregunta Ashok Kumar, un joven curioso con formación universitaria que me ha acompañado durante varios días por los pueblos y las sierras del distrito de Kandhamal en el Estado de la Odhisa. Su pregunta no es extraña. Una sexta parte de la población mundial es hinduista. Y en el seno de un país como India, llamado a ser protagonista del siglo XXI, se ha desarrollado una teología política inquietante. 

“¿Cómo es la presencia del hinduismo en España?”, me pregunta Ashok Kumar, un joven curioso con formación universitaria que me ha acompañado durante varios días por los pueblos y las sierras del distrito de Kandhamal en el Estado de la Odhisa. Su pregunta no es extraña. Una sexta parte de la población mundial es hinduista. Y en el seno de un país como India, llamado a ser protagonista del siglo XXI, se ha desarrollado una teología política inquietante. ¿Quién dijo que este siglo era un siglo secularizado? Cierta perspectiva occidental deforma la realidad. Estamos en tiempos muy religiosos, con religiones como lo eran todas antes de la aparición del cristianismo: creencias que sacralizan lo político. La globalización postmoderna de los mercados y de la tecnología no es laica en buena parte del mundo.

Ashok no puede imaginar, ni por asomo, que el hinduismo sea marginal en Europa. Ha crecido en una cultura y en un país donde los dioses están por todas partes, en cada esquina hay un templo. Aquí un árbol al que se le da culto, allí una piedra pintada de color azafrán a la que se adora con devoción.

El viejo politeísmo es utilizado por un nacionalismo, promovido por el movimiento Hindutva. Ashok baja la voz cuando habla de ciertas cosas en las calles marcadas con las banderas naranjas, señal de que la zona está controlada por los seguidores del hinduismo político.

La India de 1.200 millones de habitantes, la democracia más grande del planeta, la que compite con China y la que le ha superado en muchos aspectos (en población, en educación), el país que tiene dentro muchos universos, supera barreras y se siente orgulloso gracias, en gran medida, a una ideología que también en este caso se ha apropiado de la experiencia religiosa. “Yo soy hindi, tú también eres hindi, todos somos hindi”, me comentaba hace unos días un joven cordial en uno de los barrios más pobres de Delhi. “No, yo no soy hindi”, le contesté con un rostro serio. Puedo apreciar el yoga, intentar entender una religiosidad como la suya, pero decididamente no soy hindi. Ese chico simpático, de sonrisa franca, entiende que ser hindi es participar de un orgullo fundamentado en la dialéctica del enemigo. El Hindutva, con su brazo político (BJP) en el poder, considera necesario controlar las instituciones, tomar los puestos claves en las universidades, mantener en vigor las leyes anticonversión para que el cristianismo no se pueda manifestar públicamente. Cuando ha llegado el momento, ha considerado conveniente el recurso a la violencia, como hizo en los que algunos llaman el genocidio cristiano de Kandhamal de 2008. Es necesario imponer el “retorno a casa”, todos los indios tienen que ser necesariamente hindúes.

Modi no es solo el líder aparentemente simpático que hace yoga y que busca inversiones internacionales. Modi es el hombre que mantiene en vigor una doble discriminación de los intocables que se convierten al cristianismo. El 80 por ciento de la minoría cristiana pertenece a los “sin casta”. Se han convertido buscando una libertad que no tiene en la antigua religión. Pero al hacerlo pierde las ayudas que el Gobierno da a los que siguen siendo hindúes.

Es un pecado de origen. Gandhi, para promover la independencia, reelaboró algunas de las señas de identidad de la vieja religión (respeto a la vaca, alimentación vegetariana). Ahora que el mercado parece haber unificado el mundo, también en la India se recurre a la habitual fórmula para construir una identidad sencilla basada en estigmatizar al otro. En este caso el Hindutva le explica a sus seguidores que su aparente hegemonía es falsa, que la India está amenazada por los “extranjeros”: los musulmanes y los cristianos. No importa que los musulmanes hayan fraguado buena parte de la historia del país y que los cristianos llegasen probablemente hace dieciocho siglos con las misiones de la Iglesias de Iraq.

Aliya Nayak es un hombre de mediana edad. Anda descalzo y con el torso desnudo por las calles de Barokhoma, un pequeño pueblo de Kandhamal. Me cuenta que cada vez es más difícil celebrar la Navidad porque los seguidores del Hindutva siempre quieren impedírselo. Aliya seguramente no sabe que su tenacidad en celebrar la Encarnación es la mejor garantía de que en el futuro India pueda ser laica. No importa que no lo sepa. Lo importante es que lo considera decisivo para su vida. Lo importante es que nosotros somos testigos de ello.

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