Carlos Abascal: un católico en la política mexicana
Con gran pesar muchos mexicanos recibimos la noticia de la muerte de Carlos Abascal. Si bien es cierto que se le recuerda como político y como empresario, su identidad más profunda y más definitoria era la de ser un católico no-vergonzante. Esto tiene un especial significado en el contexto mexicano actual: los católicos podemos y debemos participar y perseverar en la acción cívica y política sin caer en actitudes intimistas o privatizadoras de la experiencia cristiana. En este terreno, Carlos Abascal sin duda fue un hombre del todo ejemplar, que supo asumir las más altas responsabilidades políticas con humildad y generosidad admirables.
Carlos Abascal estaba muy preocupado por abrir un nuevo escenario que permitiera que los laicos redescubramos nuestras obligaciones cristianas en la construcción de las instituciones sustantivas de nuestro país. No dejó de insistir hasta el final en que México necesita de una nueva generación de católicos que, superando los traumas históricos de generaciones pasadas, repropongan la pertinencia de la vertebración social y del trabajo efectivo por el bien común. Si bien Carlos Abascal participaba al interior de la vida de un partido político, esto no hizo que disminuyera su simpatía hacia la idea de crear "nueva ciudadanía", es decir, un nuevo estilo de asumir con mayor valentía, eficacia y realismo nuestras responsabilidades personales y colectivas. Esto es muy pertinente para México y para toda América Latina en momentos en que muchas democracias parecen estar principalmente definidas por su momento procedimental. Mientras no emerja con fuerza una nueva ciudadanía, la democracia en América Latina no llegará a ser verdaderamente una "democracia participativa".
No era posible siempre estar de acuerdo en todo con él. La política, por su propia naturaleza, es una actividad contingente en la que son frecuentes las diferencias de enfoque y ponderación. Sin embargo, aun en los momentos de discusión era muy evidente su rectitud de conciencia, su afán de construir la unidad y de reconciliar aun a quienes se habían agraviado. De cuando en cuando solía recordar que la actividad política es como una dimensión social de la caridad. Solía recordar que el amor también tiene lugar en la política. Sólo por esta última convicción Carlos Abascal merecería ser recordado como un maestro para los que aún nos encontramos aquí.