Italia, a punto de cruzar el ecuador de su legislatura
Como decimos, la legislatura se inició de la peor manera posible, lo que por otra parte era esperable dado el empate técnico entre el Partido Democrático de Pier Luigi Bersani y la Forza Italia de Silvio Berlusconi en aquellas elecciones generales de febrero de 2013. Bersani tenía ventaja sobre Berlusconi, pero no supo moverse con habilidad en un partido que se encontraba ya de por sí bastante contrariado con el hecho de que no hubiera sido capaz de derrotar ampliamente a un Berlusconi ya decadente pero todavía capaz de movilizar a los suyos. En tan sólo dos meses tuvimos que ver cómo Bersani era incapaz de formar gobierno y tampoco de sacar adelante a su candidato para la presidencia de la República (el sindicalista Marini) para finalmente acabar presentando su dimisión. Una vez más, el Presidente Napolitano tuvo que salir en auxilio de una clase política con muy poco sentido de Estado y aceptó ser reelegido Presidente de la República a pesar de que tenía ya en ese momento 87 años de edad.
Sin embargo, la mera autoridad de Napolitano, más los serios avisos dados por los mercados, sirvieron para buscar una solución de compromiso y el elegido para formar gobierno fue un político curtido ya en la política tanto nacional como europea llamado Enrico Letta. A pesar de su evidente falta de carisma, Letta contaba con la ventaja de generar escasa animadversión entre las principales fuerzas políticas y sobre todo de ser bien visto en las filas del partido rival, Forza Italia, ya que era sobrino del hombre de la máxima confianza de Berlusconi (Gianni Letta, Subsecretario del Consejo de Ministros durante todos los gobiernos de Berlusconi). Con un gobierno de compromiso en el que había hasta cinco miembros de Forza Italia, Letta logró traer la tranquilidad a los mercados e incluso llegó a lograr un mínimo crecimiento de la economía italiana (+0.1% en el cuartro trimestre de 2013). De ahí que, cuando presentara su dimisión a mediados de febrero de 2014, se fuera con el aprecio de los italianos, que le veían como un hombre serio que había conseguido traer tranquilidad a las instituciones del país.
Letta fue, sin embargo, arrasado por un auténtico ciclón como era su compañero de partido Matteo Renzi, Alcalde de Florencia y Secretario General del Partido Democrático (PD) desde diciembre de 2013. Renzi, un hombre tan ambicioso como talentoso y decidido, consideró que el ritmo de las reformas de Letta era excesivamente lento y por ello derribó su gobierno, apoyado en los principales poderes fácticos, para colocarse en su lugar. Y hay que decir que la apuesta de Napolitano (que era, a fin de cuentas, quien tenía que otorgarle la confianza) salió bien. En poco más de un año Renzi ha conseguido bajar los impuestos, aprobar una nueva ley electoral (la llamada Italicum), reducir el gasto público, volver a la senda del crecimiento económico y, lo más importante, lograr un sustituto de la máxima valía para un Napolitano que quería retirarse ya dada su avanzadísima edad. El elegido para presidir la República a partir de febrero de 2015 sería un exViceprimer ministro y prestigioso jurista llamado Sergio Mattarella, conocido también por ser víctima de la Mafia italiana (su hermano Piersanti, en ese momento Presidente de la Región de Sicilia, fue aseinado en el año 1980 a manos de la Cosa Nostra) y con suficente prestigio moral como para lograr un amplísimo respaldo de los parlamentarios italianos en lo que constituyó una antológica maniobra de Matteo Renzi.
La reaidad es que Italia va a encarar la segunda mitad de la legislatura de una manera sencillamente impensable dos años y medio antes, aunque todavía queda mucho por hacer, como reactivar la potente industria italiana, luchar contra la endémica corrupción y parar la marcha de los jóvenes talentos italianos hacia otros países. Italia está claramente mejor que a comienzos de 2013 y no digamos que en 2011 (cuando Monti tuvo que relevar de urgencia a Berlusconi), pero sigue lejos de la esplendorosa Italia de los años ochenta, aquella época en que el país era uno de los principales motores del crecimiento económico europeo. En todo caso, la nación transalpina parece que, ahora sí, está en el buen camino. El tiempo dirá.