La contención es pobre
Los ministros de Rajoy cantan como Sinatra. No es una metáfora. El nuevo responsable de la cartera de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, se arrancó entonando el “I did it my way”. Ha sucedido este fin de semana, en la Conferencia Política del PP. Ha sido el último acto del partido en el Gobierno, antes de las elecciones generales de otoño. Los populares quieren hacerlo ahora todo muy moderno. El escenario para las intervenciones de los diferentes invitados se parecía al de una sala de fiestas y el ministro no resistió la tentación. Los nuevos líderes de la formación se han quitado la corbata y quieren dar una imagen de cercanía con la gente. Parece que van a cambiar el modo de elegir a su presidente y candidato. La última palabra la van a tener los militantes. La verdad es que tienen tarea por delante.
Mientras el partido intenta aggiornarse, el Gobierno ha adelantado la reforma fiscal y no para de aprobar medidas para que el castigado bolsillo de los españoles se vea algo aliviado. La previsión de crecimiento se ha elevado al 3,3 por ciento para 2015. Se van a crear 600.000 empleos este año y el FMI y Bruselas aplauden el despegue. Rajoy además recuerda siempre que puede que si él no gobierna lo hará una coalición de izquierdas en la que mandará la Syriza española, Podemos.
Pero ni por esas. Puede que dentro de unos meses el que tenga que entonar el “My way” de Sinatra sea el propio Rajoy. Sobre todo los dos primeros versos de la canción: ´And now, the end is near/And so I face the final curtain”. El “último telón” político, claro.
Recuperación y participación
Dos de los institutos demoscópicos de más prestigio del país, uno de derechas y otro de izquierdas, GAD3 y Metrocospia, coinciden. Si se celebraran en este momento las elecciones es muy probable que Rajoy no gobernara. No está claro quién las ganaría. Hay empate técnico entre el PP y el PSOE. Pero ya está claro que, por primera vez desde que volvió la democracia a España, no se va a respetar el principio de que gobierne la lista más votada al designar al presidente del Gobierno. Aunque los socialistas queden por detrás de los populares, cerrarán acuerdos con la izquierda antigua y nueva, los nacionalistas o con quien haga falta para conseguir la presidencia. El acuerdo de los socialistas con Podemos no les gusta a sus votantes, un 61 por ciento prefiere otras soluciones. Pero si es aritméticamente posible se cerrará. Como se ha cerrado en muchas partes de la geografía española tras las elecciones municipales y autonómicas.
Los expertos demoscópicos le explican al PP que agitar el miedo a las izquierdas no sirve para ganar elecciones. Pero a los populares parece que les falta músculo político para responder a las pulsiones que dominan en la sociedad española. El populismo, como afirma con precisión Benigno Blanco, avanza por la “manipulación de las emociones y los sentimientos populares”.
Hay dos emociones que están muy presentes en la opinión pública española: los políticos nos han fallado, la recuperación económica de la que tanto se habla no nos ha llegado. Así lo certifica el último Barómetro del CIS (80 por ciento de los españoles preocupados por el paro y un 51 por ciento por la corrupción). Son sentimientos que tienen base en la realidad. Son problemas reales que ahora forman parte de la agenda del populismo. La inconveniencia que supondría una posible llegada del populismo al Gobierno no puede ser razón para negarlos.
Los españoles sienten que los partidos les han fallado y consideran superado el sistema de la transición. En el 78 se creó un edificio institucional para garantizar la estabilidad. Eso ha degenerado en formaciones que genéticamente están predispuestas a colonizar la sociedad civil y las instituciones.
La economía crece casi al 3,5 por ciento. Un récord en Europa. Se ha creado un millón de puestos de trabajo. ¿Niegan los españoles la mejoría cuando dudan de la recuperación? No. Simplemente es que la reactivación tiene muchas caras. Al final de 2015 habrá en España 18 millones de ocupados, los mismos que cuando Zapatero abandonó el poder. Es una de las tasas de ocupación más bajas de Europa. Y todavía hay que crear 2 millones de puestos de trabajo más para volver a los niveles del comienzo de la crisis (en 2008 había 20 millones de empleados). El empleo que se genera en muchos casos es de baja calidad, la desigualdad ha aumentado de forma considerable y la recuperación no ha llegado a los más pobres. El empeoramiento de la educación está siendo, de hecho, uno de los factores que más resta cohesión.
Espacio de libertad
Para una presencia católica, una coalición socialpopulista supondría menos libertad (religiosa y educativa). Y convendrá trabajar con inteligencia para que esa libertad no se pierda. Pero no parece que eso sea motivo suficiente para apuntarse al discurso del miedo. A estas alturas es difícil pensar que el voto católico exista y tenga capacidad de decidir algo. Sin embargo la hipoteca que supone identificarse tout court con la posición de contención es demasiado cara. Obligaría a levantar un muro frente a aquellos que canalizan su deseo de significado a través del sueño de una nueva revolución. Hay mucha gente, como el profesor de ética Miguel Ángel Quintana, que “agradecería una Iglesia que fuera menos una ONG o un museo de tradiciones inalteradas y más un espacio de libertad”.
Ese espacio de libertad que reclama Quintana no depende del Gobierno ni de las obras sino de hombres libres que propongan a todos, sean de derechas o populistas, una experiencia de libertad en acto. La libertad que solo da un cristianismo vivido en sus términos esenciales.
Si se trata de hacer las cosas a nuestra manera (our way), la contención es demasiado poco, demasiado unilateral, demasiado pobre para la riqueza recibida.