De listas y ausencias

Mundo · Horacio Morel (Buenos Aires)
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24 junio 2015
Se cerraron las listas de candidatos para las primarias nacionales de agosto, ya con las generales de octubre en la mira. Argentina se encamina al recambio político, obligado por la imposibilidad de Cristina Fernández de Kirchner de aspirar a un tercer mandato consecutivo.

Se cerraron las listas de candidatos para las primarias nacionales de agosto, ya con las generales de octubre en la mira. Argentina se encamina al recambio político, obligado por la imposibilidad de Cristina Fernández de Kirchner de aspirar a un tercer mandato consecutivo.

La presidenta negoció con el precandidato oficialista que menos le agrada pero que mejor mide en las encuestas, Daniel Scioli. Prueba del pragmatismo de Cristina y de la debilidad del gobernador bonaerense. En el mejor de los casos, se trata de la enésima metamorfosis de peronismo en vivo y en directo. En el peor, el modo en que el poder K hace valer su aparato para rodear a Scioli y hacerlo su rehén por los próximos cuatro años. La designación del actual secretario legal y técnico del gobierno, Carlos Zanini, como compañero de fórmula de Scioli, no puede leerse con el mismo prisma utilizado para las postulaciones a vicepresidente de las dos campañas cristinistas: estrategia electoral la de Cobos, capricho presidencial la de Boudou. Zanini es un peso pesado, conoce el poder desde adentro, es K de la primera hora luego de su militancia maoísta pro-albanesa en Vanguardia Comunista, ´el asesor más cercano a los Kirchner´ según un cable de la embajada norteamericana en Buenos Aires en 2008 reproducido en Wikileaks. Las listas legislativas cerradas el sábado pasado reflejan la dominante participación de La Cámpora -la organización ya no tan juvenil liderada por Máximo Kirchner, hijo de Cristina- y de los sectores K más duros en los principales puestos de las nóminas. Con Zanini al frente del Senado y la Cámara de Diputados plagada de `cristinistas puros` en una eventual futura bancada oficialista, se forman los dos brazos con que la  presidenta prepara su abrazo asfixiante en torno a Scioli.

La elección camina hacia una profunda polarización entre éste y Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Si en algo coincidieron en estos últimos meses Macri y Cristina, fue en erosionar la candidatura del peronista opositor Sergio Massa, quien derrotara al kirchnerismo en las últimas elecciones legislativas de medio tiempo, en 2013. El espacio político de Massa se desmoronó en forma estrepitosa, empujado al precipicio por acción conjunta entre el gobierno seduciendo intendentes del conurbano bonaerense que lo abandonaron de a uno y Macri resistiendo en forma férrea una alianza con el Frente Renovador. El porteño lo ha hecho, incluso, poniendo en serio riesgo el éxito de su proyecto político, porque como ya hemos dicho desde estas Páginas, un pacto entre Macri y Massa -nada forzado desde el punto de vista ideológico- hubiera constituido una fórmula electoral imbatible. Sin embargo, Macri prefirió apenas una alianza menor, regional, con lo que queda del radicalismo y de la Coalición Cívica ARI. Si gana, es cierto, casi no le deberá nada a nadie. Pero con su actitud, Macri barrió del escenario a Massa, enemigo común suyo y del oficialismo, dándole vida a este último.

Entre Massa y De la Sota, gobernador cordobés que afirma que existen peronistas pero ya no peronismo, se repartirán los votos más tradicionales del justicialismo, neutralizándose entre sí y abonando la polarización ya anunciada.

Sin embargo, la ausencia de confrontación abierta de parte de Macri contra el gobierno, que el candidato del PRO adjudica a su ´nueva forma de hacer política´, ha sido leída por algunos como el indicio de un acuerdo más profundo con Cristina, que excede el plan compartido de acabar con Massa. Sugieren un pacto de gobernabilidad, por el cual ante un eventual triunfo macrista el kirchnerismo no le haría la vida imposible a cambio de que Cristina no tenga que pisar los tribunales ni vestirse de rayitas. En definitiva, cuatro años de gobierno de derecha para volver en 2019 (una analogía de lo de Piñera y Bachelet en Chile), era el plan del gobierno antes que sus chances electorales resucitaran. La no participación de la  presidenta en las listas de candidatos legislativos, las que comprendieron hasta a los postulantes al Parlasur que no ocuparán banca hasta 2020, abona la tesis. No deja de llamar esto la atención: al despreciar la posibilidad de contar con fueros hasta el 2024, Cristina se queda de a pie, ´como una militante más´ según su discurso lleno de romanticismo.

También despierta curiosidad la falta de aportantes privados a las campañas presidenciales. Si bien es cierto que la malversación de fondos públicos (ya sean de la Nación o de la Ciudad) son más que suficientes para bancar los cuantiosos costos de las campañas, en un punto es como si nadie apostara a ganador. ¿Conciencia de que el próximo mandato presidencial no podrá contar con un escenario de prosperidad?

Cuando la política se mueve al ritmo de los acuerdos de cúpula, de las intrigas de los dirigentes, de las encuestas por encargo y del dinero publicitario, queda empero espacio para la libertad y la creatividad de un pueblo comprometido con su destino. ¿Nos sorprenderán las elecciones votando a conciencia, o al menos decidiéndonos a educarnos para el futuro?

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