It follows

¿Hacia dónde va el cine de terror?

Cultura · Juan Orellana
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27 mayo 2015
El director de El mito de la adolescencia dirige a una excelente Maika Monroe en una historia desasosegadora. Una chica sale corriendo de su chalet como loca, yendo de un lado para otro sin aparente criterio. Mira para atrás como si alguien la siguiera. Pero no vemos a nadie. Es el comienzo de una historia incomprensible en la que el sexo no sólo puede transmitir la vida, sino también la muerte.

El director de El mito de la adolescencia dirige a una excelente Maika Monroe en una historia desasosegadora. Una chica sale corriendo de su chalet como loca, yendo de un lado para otro sin aparente criterio. Mira para atrás como si alguien la siguiera. Pero no vemos a nadie. Es el comienzo de una historia incomprensible en la que el sexo no sólo puede transmitir la vida, sino también la muerte.

Esta película de David Robert Mitchell viene precedida por un entusiasmo seguramente excesivo de cierta crítica especializada. Mariló García, de la revista Cinemanía, la califica de “obra maestra” y le concede cinco puntos sobre cinco. Sergi Sánchez, de Fotogramas, le concede cuatro y se pregunta si habrá nacido un nuevo John Carpenter o si Jacques Tourneur habrá vuelto de la tumba. Por su parte Noel Ceballos la tilda de “clásico instantáneo”. ¿Qué tiene esta película que despierta tanta adhesión? Sólo una cosa: su puesta en escena, alejada de los cánones típicos del género. En realidad, el director opta por narrar la historia con el tempo y la estética propios del drama indie americano, y la ubica más cerca del lirismo melancólico que del efectismo gore del terror posmoderno.

En It follows no hay sustos, no hay efectos musicales con el clásico sting chord aterrador, no hay demonios de aspecto abominable. Tampoco existe una lógica previsible que nos adelanta cansinamente lo que va a suceder. Lo que consigue el director es una película inquietante, muy inquietante y cargada de un fuerte magnetismo. No interesa el desenlace –bastante anodino– sino el instante con todo su misterio turbador. Incluso el sexo, ingrediente fundamental de la trama, no juega con la seducción del eros, sino con la angustia del thanatos.

Llama la atención la absoluta ausencia de referentes adultos para nuestros jóvenes protagonistas. Ello contribuye a sumirles en una soledad e inseguridad que acrecientan su vulnerabilidad ante el mal sin rostro.

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