Las preguntas que Netanyahu no responde

Mundo · Gianluca Ansalone
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11 diciembre 2014
El tercer gobierno de Netanyahu ha caído oficialmente tras la disolución del Parlamento después de un año y medio escaso. Las crisis políticas no son novedad en Tel Aviv pero parece que estamos ante el momento más delicado del líder de la derecha israelí y de todo el sistema político del país en los últimos años.

El tercer gobierno de Netanyahu ha caído oficialmente tras la disolución del Parlamento después de un año y medio escaso. Las crisis políticas no son novedad en Tel Aviv pero parece que estamos ante el momento más delicado del líder de la derecha israelí y de todo el sistema político del país en los últimos años.

La causa formal de la caída del ejecutivo han sido las dimisiones de los principales exponentes centristas de la coalición, Tzipi Livni y el astro naciente Yair Lapid. Pero los recelos hacia el premier no dejaban de crecer en muchos ambientes políticos, empezando por la ultraderecha del Shas, que en otras circunstancias ya definió a Netanyahu como “demasiado flexible y maleable”.

Más allá de las divisiones partidistas, esta crisis es distinta porque son diferentes e irrepetibles las circunstancias históricas y políticas de todo Oriente Medio. Si de algo se puede acusar a Netanyahu es precisamente de no haber promovido una adecuación de la dinámica política interna a lo que está sucediendo en el patio de su casa. Tratar de intermediar entre las diversas posturas e intereses es una misión hoy casi imposible.

El Shas acusa al premier de no haber cambiado las tornas ahora que los EE.UU han hecho oficial su regreso a Irán. Los laboristas, en la oposición, de no haber dado algún paso adelante en el proceso de paz con los palestinos. Los centristas, de haber descuidado la alianza geopolítica con Turquía y por tanto de haber dejado a Israel a merced de los vientos geopolíticos que soplan con fuerza en Iraq y Siria. A cada acusación, Netanyahu ha intentado responder con un contraataque, a veces tardío, otras veces improvisado, pero siempre de exclusivo uso y consumo interno.

El último acto ha sido la controvertida aprobación de una resolución que identifica a Israel como “Estado hebrero”, a una nación con un solo pueblo. Un movimiento que trataba de asegurar el apoyo del Shas, que francamente no se ha rasgado las vestiduras tras la caída del gobierno.

Netanyahu tendrá ahora que afrontar las primarias del Likud, en las próximas semanas, y por tanto las elecciones a mediados de marzo, cuyo resultado parece todo menos obvio. Su popularidad es baja y una coalición entre laboristas y centristas, según los sondeos, podría superar a la derecha en varios escaños parlamentarios.

¿Pero seguro que esa coalición duraría más que el gobierno saliente? ¿O acaso no interesaría a Israel promover una amplia coalición de fuerzas responsables capaz de fijar ciertos puntos para relanzar la economía del país –en grave crisis, aunque con perspectivas positivas visto el caso de los recientes hallazgos de gas natural en sus costas– pero sobre todo para definir el futuro de Israel en un Oriente Medio que está cambiando profunda y rápidamente?

En toda la zona estamos asistiendo a la descomposición geográfica y política que nos dejará, durante varios años, un mapa completamente cambiado. ¿Cuál es el futuro de Israel en este escenario? ¿Qué o quién ocupará el puesto de una Siria que puede dejar de existir, de un Iraq posiblemente fraccionado en tres estados, de un Irán que puede volver a ser un pívot geopolítico? Y sobre todo, ¿no es ahora el momento de dar un paso adelante y firme en el camino del reconocimiento de un estado palestino?

Suponemos que los ciudadanos de Israel estarán buscando respuestas a estas preguntas. Preguntas tan complejas que exigen un esfuerzo de unidad y convergencia. Veremos en marzo si así es.

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