Totalmente absurdo que pretendiera intervenir

Mundo · José Luis Restán
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10 diciembre 2014
Benedicto ha vuelto a hablar, y no por casualidad. Ha sido en una entrevista concedida al corresponsal en Roma del diario alemán Frankfurter Allgemeine, precisamente cuando se especulaba sobre una supuesta intervención solapada del Papa emérito en el debate sinodal abierto sobre la posibilidad de que los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio civil accedan al sacramento de la Eucaristía en determinadas condiciones.

Benedicto ha vuelto a hablar, y no por casualidad. Ha sido en una entrevista concedida al corresponsal en Roma del diario alemán Frankfurter Allgemeine, precisamente cuando se especulaba sobre una supuesta intervención solapada del Papa emérito en el debate sinodal abierto sobre la posibilidad de que los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio civil accedan al sacramento de la Eucaristía en determinadas condiciones.

La supuesta intervención, jaleada por unos y recibida con glacial descontento por otros, habría consistido en la corrección de un artículo publicado en 1972 por el joven teólogo Joseph Ratzinger, en el que mostraba apertura a la posibilidad de que en algunos casos, después de un periodo continuo de penitencia, se concediera la comunión a estas personas, siguiendo una pista señalada por san Basilio Magno que hablaba de una suerte de “indulgencia” para situaciones extremas. Pues bien, a la hora de insertar el mencionado artículo en el correspondiente volumen de la Opera Omnia de Joseph Ratzinger (que en España está editando la BAC), el papa Benedicto decidió reescribirlo conforme al pensamiento que ha mantenido con claridad desde hace cuarenta años, es decir, que no existe la posibilidad de permitir el acceso a la comunión sacramental a estas personas, mientras permanezcan viviendo su nueva unión, lo que no significa que la Iglesia no tenga que hacer mucho más para acompañarlas y sostenerlas en su camino.

El periodista Joerg Bremer revela que Benedicto XVI fue directo al grano en la entrevista, calificando de “totalmente absurda” la idea de que haya pretendido terciar en el debate sinodal, arrimando el hombro al llamado frente conservador. La cuestión es mucho más sencilla. El artículo de aquel joven teólogo de 42 años metido en pleno debate postconciliar era de sobra conocido, tanto que el cardenal Kasper se permitió citarlo para apoyar sus tesis. Del mismo modo que es patente cuál ha sido y es el parecer de Ratzinger arzobispo, cardenal, teólogo y Papa. Parece lógico que a la hora de compilar sus obras, el autor desee que reflejen con precisión su postura decantada y madurada a la luz de un cuadro más completo de la Tradición y de su propia reflexión y experiencia pastoral. La revisión del texto se produjo durante el mes de agosto, en función del calendario de publicación de los volúmenes, por tanto antes de que se abriera el Sínodo, y como dice el propio protagonista, “no contiene nada nuevo, nada que no fuese conocido, entre otras cosas porque ya desde que yo era Prefecto de la Fe, escribí estas cosas incluso en un tono más radical”.

La verdad es que resulta retorcido, como poco, atribuir a la corrección de un pequeño artículo la intención de descompensar el debate, ya que todos los padres podían echar mano a decenas de textos de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI sobre la cuestión. No era ningún secreto lo que pensaba el Papa emérito. En todo caso me parece oportuno desempolvar algo de su última intervención al respecto, durante la fiesta de los testimonios en el Encuentro Mundial de las Familias, en 2012 en Milán:

“…Este problema de los divorciados y vueltos a casar es una de las grandes penas de la Iglesia de hoy, y no tenemos recetas sencillas. El sufrimiento es grande y podemos sólo animar a las parroquias, a cada uno individualmente, a que ayuden a estas personas a soportar el dolor de este divorcio… Debemos decir a estas personas que la Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir este amor. Me parece una gran tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente lo posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están «fuera» aunque no puedan recibir la absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así viven plenamente en la Iglesia… Aun sin la recepción «corporal» del sacramento, podemos estar espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. Y hacer entender que esto es importante. Que encuentren realmente la posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión de la Iglesia y puedan ver que su sufrimiento es un don para la Iglesia, porque sirve así a todos para defender también la estabilidad del amor, del matrimonio; y que este sufrimiento no es sólo un tormento físico y psicológico, sino que también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe. Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia…”.

Se puede cotejar todo lo dicho entonces por Benedicto XVI con la respuesta que acaba de ofrecer el papa Francisco sobre el particular, en su entrevista al diario argentino La Nación, para comprobar la profunda continuidad de acentos y preocupaciones entre ambos. Algo en lo que, por cierto, el Papa emérito ha insistido en su coloquio con Joerg Bremer. Benedicto, que según Bremer sigue mostrando una extraordinaria agilidad de pensamiento y una sorprendente chispa en la mirada, bromeó sobre la tormenta en un vaso de agua que se ha formado a costa de su antiguo artículo y su nueva formulación. En realidad habría sido difícil que alguien hubiese encontrado esas correcciones en un volumen de 700 páginas, “de no ser porque hay gente que anda buscando cosas con determinada intención”. Casi adivino su sonrisa mientras se despedía del periodista regalándole una de esas medallas conmemorativas de uno de sus viajes: “por si le sirve, aunque no conviene reforzar el culto a la personalidad”.

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