Vosotros, amigos todos
Algo ha cambiado en el País Vasco. Se nota que ETA ya no mata. A Jon Juaristi, el intelectual que ha dedicado buena parte de su vida a desmontar los fundamentos del nacionalismo vasco, le ha premiado el Gobierno vasco en manos de los nacionalistas. Ha recibido el Premio de Literatura de Euskadi. Juaristi, nacido en Bilbao, ha conseguido lo que parecía imposible: ser profeta en su tierra. Quizás sean los efectos de una nueva tolerancia, de una capacidad para valorar lo que dicen los otros.
El premio se lo han concedido a Juaristi por un libro de ensayos titulado “Espaciosa y triste”. En sus páginas el escritor reflexiona sobre el origen de la identidad nacional española. El bilbaíno sostiene que en el ADN hay una intolerancia fundacional. Cualquier nación siempre se basa en algún texto de referencia. Y en este caso el libro sería el famoso Beato de Liébana, un comentario al Apocalipsis de finales del siglo VIII. Decorado con unas miniaturas deliciosas, el Beato habría servido para eliminar toda tentación de llegar a un acuerdo con los musulmanes y fundamentar la reconquista. En los orígenes habría pues una guerra de religión, una guerra contra el otro. España, frontera y fuerza de contención medieval frente al avance islámico, habría hecho posible la Europa que conocemos gracias al conflicto.
La tesis de Juaristi puede prolongarse en el tiempo. Esa identidad se sustentaría en una teología política cristiana. La fe se habría dado por supuesta con demasiada frecuencia. Y en ese contexto habría sido demasiado habitual no someterla al tribunal de la verificación racional y de la libertad. El inicio de la Edad Moderna, coincidente con la expulsión de los judíos y con un proyecto de nación homogénea, habría supuesto un paso más en la renuncia a la riqueza del diferente. Y andando los siglos la revolución liberal podría interpretarse como una interiorización del conflicto. A partir de ese momento se habrían consolidado dos “vosotros” bien diferenciados, dos naciones enfrentadas dentro de la misma nación. Por un lado el vosotros de los liberales que quisieron imponer un proyecto sin base popular y que se quedaron a merced de las asonadas del ejército. Y por otro el vosotros tradicional que seguía insistiendo en defender la alianza entre trono y altar y que no comprendía el valor de subjetividad. Solo la tragedia de la Guerra Civil, el impulso del Concilio Vaticano II y un fuerte deseo de reconciliación habrían permitido volver a construir un nosotros colectivo.
El nacimiento de la Europa moderna y contemporánea tiene también mucho que ver con la respuesta que se le da a las guerras de religión y de ideología.
Admitamos la hipótesis. ¿Cómo salir del laberinto? El origen de la percepción del otro como un enemigo y la posibilidad de recuperarlo como amigo depende del modo en el que se entiende la verdad. Si ésta (también la no verdad del relativismo) es afirmada como un sistema cerrado, como un conjunto de principios y de doctrinas a los que la realidad no les afecta, es muy fácil que los otros se conviertan en un inconveniente. Por el contrario cuando la verdad es comprendida como relación, cuando se reconoce que “se nos da siempre y sólo como camino y vida” (Carta del Papa Francisco a Scalfari), el vosotros de los que no piensan igual se convierte en un tesoro para descubrir el nosotros. El vosotros, con esta perspectiva, es un aliado en la indagación sobre esa verdad que afirmamos, que no poseemos y que tiene siempre que ser reconquistada en el camino de la historia.
De este modo, vosotros, los otros, siempre sois amigos. Me devolvéis lo que había olvidado o quizás ignorado hasta ese momento. Todo el mundo puede ser compañero de camino, incluso el que me hace mal.
El valor del otro en términos jurídicos tiene una de sus expresiones en los derechos humanos consagrados de forma clara tras la Segunda Guerra Mundial. En esa época Maritain teorizaba que era necesario dejar de lado el debate sobre su fundamento racional porque bastaba la evidencia práctica reconocida por todos. Ahora esa evidencia ha desaparecido y se hace difícil un amor a la diferencia que no sea críticamente sustentado, sistemáticamente desarrollado y decididamente rescatado en la experiencia cotidiana. Hace falta ayuda para decir con sinceridad: vosotros, amigos todos. Juan, en el Apocalipsis, habla de un Cordero junto al trono.