El drama de una generación sin memoria

Mundo · Marta Dell`Asta
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12 noviembre 2014
Hace un par de años una televisión rusa emitió las típicas entrevistas a la gente que pasa por la calle para sondear cuánto sabe la gente de historia. Entre las desconsoladoras respuestas que emitió había dos chicas que decía que el muro de Berlín “seguramente lo habían hecho los americanos”. De ahí se deducía una ignorancia total sobre el término de Guerra Fría, y también sobre la Segunda Guerra Mundial.

Hace un par de años una televisión rusa emitió las típicas entrevistas a la gente que pasa por la calle para sondear cuánto sabe la gente de historia. Entre las desconsoladoras respuestas que emitió había dos chicas que decía que el muro de Berlín “seguramente lo habían hecho los americanos”. De ahí se deducía una ignorancia total sobre el término de Guerra Fría, y también sobre la Segunda Guerra Mundial.

Sin duda, la caída del muro de Berlín no la retransmitió en directo la televisión soviética del mismo modo que hizo la occidental. El diafragma que seguía separando a la URSS de Europa amortiguaba mucho los tonos, a pesar de la perestroika de Gorbachov. Entre la gente normal, pocos se dieron cuenta de que era el principio del fin de la Unión Soviética, pocos imaginaron que la caída de aquel muro supondría la caída del telón de acero.

¿Pero qué huella puede dejar un evento epocal como la caída del muro de Berlín, que se compara con la toma de la Bastilla, si está totalmente ausente de la conciencia de toda una generación? Parecería que ninguna. Los jóvenes rusos no conocen la historia y los adultos han perdido la memoria, de modo que ahora, después de hechos excepcionales como el Maidán o la anexión de Crimea, con una suerte de juego de prestigios la conciencia histórica de los rusos se ve sustituida por un extraño espejismo, una nueva “historia”, una verdadera y auténtica neo-historia orwelliana que se convierte en el pan cotidiano y los prejuicios se extienden. Por un lado todos saben quiénes eran los patriotas y los fascistas, por qué san Vladimir se bautizó en Crimea, y cuánto bien hizo Stalin a la economía soviética, aunque la historia y la memoria nos dicen que dejó morir de hambre a seis millones de ucranianos.

En ausencia de hechos reales, a las conciencias las sustituye una proliferación de mitos. La opinión popular se hace volátil, presa fácil de exaltaciones patrióticas. De día en día empezamos a observar cómo vuelven las viejas costumbres soviéticas, el viejo estilo de relaciones entre la administración y el ciudadano, la actitud de resignación supina frente al estado, un miedo psicológico de fondo con grandes dosis de resistencia activa y pasiva. La tendencia es macroscópica, se nota ya en la vida cotidiana, en el correo, en el supermercado, en las oficinas públicas.

Sin embargo, la caída del muro de Berlín significaba la liberación de esos clichés ideológicos y las generaciones de adultos que hoy viven en la Federación Rusa, aun habiendo olvidado aquel acontecimiento, han experimentado abundantemente en carne propia sus beneficiosos efectos: han podido disfrutar de una nueva libertad para comunicarse, pensar y hablar, viajar, estudiar, tomar iniciativa. Lo extraño es que todo eso se va perdiendo gradualmente sin que la mayoría parezca notarlo, como si no fuera esencial y se pudiera vivir tranquilamente sin ello.

¿Es que entonces la caída del muro de Berlín sucedió para los alemanes pero no para los rusos? Como siempre, la realidad es más compleja. La gran esperanza y el fermento de liberación que se vieron el 9 de noviembre de 1989 no eran una ilusión, la caída del muro de Berlín es un hecho real e imprescindible también para el espacio ex soviético, pero sus efectos tardan en llegar por la fuerte resistencia de la inercia.

Arseni Roginski, presidente de la Asociación Memorial que nació justamente en aquel año histórico de 1989 y que hoy el Ministerio de Justicia quiere cerrar, ha dicho un tanto desconsolado que si bien su asociación ha conseguido hacer mucho en relación a la memoria del totalitarismo, respecto al cambio de mentalidad reconoce su derrota. Después de veinte años podría decirse que el muro ha caído, pero no del todo: ha caído, pero hace falta que la gente vuelva a darse cuenta y comprenda las consecuencias.

En realidad, mucho depende de la perspectiva con que se mire. Si consideramos el espacio ex soviético en su conjunto, donde hoy se encuentran países muy diferentes, como Bielorrusia, Kazajistán, Ucrania y Rusia, podemos reconocer claros signos de la desovietización, por ejemplo en las redes de solidaridad y cooperación que se están desarrollando libremente en Ucrania, en la responsabilidad civil, en la nueva relación con la política. No en vano los ucranianos insisten en que no combaten contra Rusia sino contra la Unión  Soviética.

La caída del muro de Berlín tiene una especie de onda larga: es inútil ilusionarse pensando que la desovietización se puede producir de forma triunfal e indolora, sin detonaciones. Pero ahora podemos decir que ha comenzado, positivamente, hasta el punto de que por primera vez desde 1989 en el parlamento de un estado como Ucrania no se sientan los comunistas. Es la primera vez en un país ex soviético. Un observador que el pasado 28 de septiembre asistió en Jarkov al derrumbe de la estatua de Lenin (la más grande de Ucrania) dijo que ese acontecimiento “equivale a una caída del muro de Berlín a nivel local”.

Ya han caído 400 Lenin en toda Ucrania, pero muchos quedan aún en pie en Rusia. Nuestro observador añadió una aclaración: “El Lenin que suscitaba temor con sus dimensiones ha resultado estar cubierto con una delgada capa de bronce. El rey estaba desnudo. No se podía haber imaginado una metáfora histórica más adecuada que la que ofrecía la realidad misma”.

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