#HazteElSanto

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2 noviembre 2014
(continuación de #NoTeHagasElMuerto)Sin embargo, hay cosas de esta oleada de «anti-Halloweens» que me causan reparos. Sin dejar de reconocer lo valiosas que resultan estas iniciativas (yo misma voy a participar en una de ellas), hay una serie de aspectos que creo que merecen, al menos, una pequeña reflexión.

(continuación de #NoTeHagasElMuerto)

Sin embargo, hay cosas de esta oleada de «anti-Halloweens» que me causan reparos. Sin dejar de reconocer lo valiosas que resultan estas iniciativas (yo misma voy a participar en una de ellas), hay una serie de aspectos que creo que merecen, al menos, una pequeña reflexión.

En primer lugar, encuentro un problema en plantearlo como un contraataque al Halloween que celebra la mayoría de la gente. Cierto es que tenemos el deber de combatir el mal, las tinieblas y la ignorancia que a veces les antecede. Pero el NO rotundo debe ser propiciado por un SÍ mucho más grande. No vale ser «anti-todo», porque si te defines como aquello a lo que te opones en realidad estás necesitándolo para establecer tu identidad. Y la luz no necesita las tinieblas, aunque en medio de ellas se haga visible con mayor intensidad.

Y aquí viene mi segunda observación: parece que hemos tenido que esperar a que la perversión de una de nuestras fiestas sea generalizada para ponernos a defenderla furibundamente.  Y manda narices que esto sea así. Porque los católicos tenemos fiestas alucinantes que celebrar, y conmemorando acontecimientos verdaderamente grandes. Sin embargo, a veces las pasamos como si no significasen nada, o como tradición anquilosada, y nos olvidamos del Tercer Mandamiento y de todo lo que implica. Ahora que todo el mundo celebra Halloween, nosotros nos sentimos impelidos a manifestar a todos que lo que nosotros celebramos es a Todos los Santos. Sin embargo, ¿manifestamos con la misma contundencia cuando tiene lugar la reina de nuestras fiestas, la Pascua, y el resto del mundo está lamentando el fin de las vacaciones y la lluvia de las procesiones o festejando frívolamente la llegada de la primavera? Parece que solo nos molesta cuando nuestras fiestas las destruyen otros. Pero no nos damos cuenta de que nosotros mismos estamos silenciando, con nuestra indiferencia y falta de alegría, lo más grande que hemos de celebrar.

Y luego está lo de vestir a los niños de santos. Claro, como en la contrafiesta la gente se disfraza, hagamos lo mismo, versionado, en nuestra contra-contrafiesta. Soy la primera a la que le encanta disfrazarse. Pero si lo planteamos todo como un contra-contraataque, tenemos las de perder. Los niños, admitámoslo, encuentran más divertido ir de vampiros, brujas y zombies. Lo han visto en las películas desde que tienen uso de razón.

Porque, además, ¿qué es vestirse de santo? Aparte de Jesús, María, José y algún otro que resulte claramente identificable, disfrazarse de santo es viene siendo vestirse de cura, monja, fraile, obispo o galileo del siglo I. No sé si a los niños les resultará atractivo. Y no niego que sea algo muy educativo: a la vez que disfrazas a la chiquilla de Santa Teresa, le vas explicando quién es, le recitas algún poema suyo… Puede estar bien si se hace bien. Pero, ¿estamos seguros de que ese es el concepto de santidad que queremos transmitirles? Me refiero a convertir al santo en un personaje arquetípico, como ha ocurrido con la bruja o el vampiro. Un personaje presente en el inconsciente colectivo, pero ficticio. Además, lo convertimos en un arquetipo cuyos ropajes coinciden con los de religiosos y religiosas y con los de personas de épocas pasadas. Acabamos identificando santidad con estado de vida y, aunque no queramos, lo mostramos como algo ajeno. ¿Acaso no nos cansamos de decir que la santidad es algo cercano, cotidiano, para todos, que no es algo del pasado ni exclusivo de curas y monjas?

Los niños ya van vestidos de santos todos los días. Y ustedes, y yo. Se nos revistió de santidad el día de nuestro bautismo, y, aunque a veces manchemos ese precioso vestido, lo cierto es que con esta pinta, en este lugar y en este tiempo es en el que tenemos que recorrer nuestro camino de santidad. Como tantos otros, de los cuales no nos podríamos disfrazar, porque visten igual que nosotros y caminan a nuestro lado.

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