Cataluña: mitos, mentiras y realidades de un hobby burgués
Hay una gran estatua de Jordi Pujol en bronce en Premiá de Dalt, en proporciones a lo Kim Hong. En el pueblo se mostraba también una ruta “turística-histórica” por los puntos clave en la vida de un catalán octogenario, que en plena “beatificación política” quería ser un Nelson Mandela, Luther King o Ghandi. Hoy la monumental estatua mostraba churretones blancos de pintura, como erupciones de ira. Igual que los que esperaban a Jordi Pujol en una comparecencia ante el Parlament.
Jordi Pujol, irritado, acudía sin sentencia porque ni siquiera ha tenido juicio, en esta fase procesal incierta donde puede ser imputado como autor, como testigo, o puede ser archivado. Pero el pueblo no sabe esperar. Y no olvidará tan fácil. En tono irritado, riñendo a los diputados, Pujol admitió su mentira fiscal mantenida durante más de 30 años. “Nunca encontré el momento de arreglarlo”, llegó a decir. Quien sí encontró el momento fue el ministro de Hacienda, que lanza este órdago que ni parece que vaya a ser el único y que, como buen escolar que cumple bien sus deberes, no parece que vaya a ser sin fundamento.
Ayer cayó el mito profético político de Jordi Pujol. Pero es solo un entreacto. La gran función de la ruta separatista a ultranza sigue. Cae Pujol, toda una familia que tuvo tintes de familia “real” catalana y ahora cae en historias de mochilas, fronteras, mentiras y dinero, mucho dinero. Ha caído un mito; no hacía falta irse a Madrid para robar dinero a espuertas en Cataluña.
La función sigue. Ya ha pasado página la historia de Pujol pescado con el bote de mermelada. Ahora es la convocatoria ilegal de una consulta alegal, por parte de la máxima representación del Estado Español en Cataluña; Mas se convierte es un “padrepatrias” retorciendo la soberanía que el pueblo delegó en él con una legalidad que él mismo pretende dinamitar. Representantes patronales han recordado en las últimas semanas el altísimo coste potencial de la separación: agricultura sin UE ni política común agraria y con aranceles, es una de las últimas advertencias. 30.000 millones de euros es lo que falta hoy de tesorería en las arcas del Govern. Pero eso no se recuerda.
No muy lejos del teatro de esta función, me topo con un hombre. Menos de 30 años. Pide dinero con un vaso de plástico, sentando en el suelo. Es diabético y la reducción de prestaciones de la Sanidad Pública catalana le obliga a pedir para tener su medicación básica. No busca que le den urnas para votar algo que no le interesa, porque sabe, eso sí, que está muy harto, que de la sanidad se habla ya muy poco, y las portadas solo hablan de filas, banderas, colores y proclamas; un enorme hobby burgués, muy lejos de la realidad de este diabético derrotado y muy lejos de la fila enorme de parados que lidera en España Cataluña, donde han dejado de venir inversores (caída del 30% el último año) y donde la autoridad jalea la desobediencia masiva a una ley que han votado todos y que se supone la autoridad defiende.