Obama-Assad, la ´extraña alianza´ que conviene a los terroristas
Con el apoyo de cinco países árabes (Arabia Saudí, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Qatar), y en algunos casos también con su participación directa, los Estados Unidos han empezado a bombardear las posiciones del llamado Estado Islámico (IS) en territorio sirio. Inesperadamente, el gobierno de Siria ha condenado la intervención. Su agencia oficial de noticias así lo ha comunicado, sin hacer comentarios, limitándose a precisar que Damasco había sido informada de la inminencia del ataque a través del representante permanente de la ONU en Siria.
Eso significa que, a pesar de todo, por lo que respecta a la lucha contra el IS, Washington y Damasco están del mismo lado. Es difícil decir ahora qué podrá derivarse de tal situación, pero se trata sin duda de una novedad relevante a la que hay que prestar atención. Además, la participación de los cinco países árabes es muy importante por motivos evidentes. El ataque al IS no puede así definirse como exclusivamente occidental. Entre ellos hay dos países como Arabia Saudí y Qatar, de los que hace tiempo llega ayuda a los grupos extremistas ahora congregados en el IS, que tal vez hayan empezado a entender ahora su error.
Hasta aquí los aspectos positivos de la operación. Vamos ahora con los problemáticos. La experiencia nunca deja de demostrar hasta qué punto es infundada la tradicional confianza de los USA en el presunto papel resolutivo de los bombardeos aéreos. Nada puede sustituir al control sobre el terreno, ni siquiera el más absoluto dominio del aire. En la medida en que pretendan sustituir así el control del territorio, los ataques aéreos deben intensificarse rápidamente, con efectos devastadores, que siempre acaban generando en la población civil sentimientos de odio y rencor contra quienes les bombardean.
Sin embargo, desde hace ya más de medio siglo, desde la Segunda Guerra Mundial, EE.UU sigue teniendo una fe inquebrantable en el arma aérea. En el caso de estos bombardeos sobre objetivos en territorio sitio, nos encontramos en el culmen de la paradoja. Al ponerse del lado de los que se rebelan contra el régimen de Assad, Washington se ha excluido él solo de cualquier eventual intervención sobre el terreno, aunque solo fuera una intervención indirecta con ayuda y apoyo logístico a las fuerzas terrestres, que no podrían ser otras que las del propio Assad.
En este punto hay que preguntarse qué queda en pie del mecanismo que, en el escenario de las Naciones Unidas, se construyó al término de la Segunda Guerra Mundial para hacer pasar los conflictos internacionales de la esfera de la guerra a la esfera de la diplomacia. Como ya sucedió en el caso de la crisis ucraniana, también en la ofensiva aérea contra el IS ni siquiera se ha intentado al menos someter la cuestión al Consejo de Seguridad de la ONU. Toda la operación ha sido guiada por EE.UU, prescindiendo totalmente de Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad tiene previsto discutir sobre este tema, pero ese debate no puede haber sido más que patético. Pues la cuestión ya está en otras manos.
Si los kurdos iraquíes y lo poco que queda del ejército del gobierno de Bagdad no son capaces de expulsar rápidamente al IS del norte de Iraq, y si mientras tanto las fuerzas de Assad no consiguen recuperar sus posiciones al norte de Siria, entonces el IS empezará a dispersar sus fuerzas y sus instalaciones en los centros ocupados. EE.UU y sus aliados se encontrarán entonces con la obligación de elegir entre cesar los bombardeos o mantenerlos al precio de la masacre de las poblaciones que se supone que querían… liberar. Ay, así están las cosas.