La verdadera encrucijada británica

Mundo · Andrea Simoncini
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22 septiembre 2014
Al final, ganó la unión. Por tanto, la Union Jack mantendrá todos sus colores. El primer ministro de Su Majestad británica, David Cameron, ha podido suspirar de alivio y con él la propia Unión Europea, angustiada por un posible “efecto dominó” en otros territorios agitados por tentaciones independentistas.

Al final, ganó la unión. Por tanto, la Union Jack mantendrá todos sus colores. El primer ministro de Su Majestad británica, David Cameron, ha podido suspirar de alivio y con él la propia Unión Europea, angustiada por un posible “efecto dominó” en otros territorios agitados por tentaciones independentistas.

Como siempre, todos cantan victoria. Los unionistas, por el resultado; los separatistas, porque en cualquier caso ya “nada será como antes”. En realidad, ahora que la luz de los focos se ha apagado, podemos darnos cuenta de hasta qué punto esta campaña electoral ha tenido un carácter paradójico e incluso contradictorio. Tomemos, por ejemplo, las razones de los unionistas.

Leyendo el llamamiento final al voto en The Economist, que con un tono entre sentimental y amenazador pedía a los escoceses que no abandonara el Reino Unido, muchos han sentido un sobresalto: ¿pero los que escribían no eran los mismos que seguían pidiendo a Gran Bretaña que abandonaran la Europa (también ella) unida? Al cambiar los papeles, el escenario parece irreal. Los escoceses, de hecho, además de obtener la secesión del Reino, han utilizado tranquilamente los mismos temas que los unionistas en Londres (sobre todo los tories) en busca de la secesión de Europa; los mismos escoceses que –con la consiguiente cabriola lógica– representan al componente más “filo-europeo” del electorado británico. Así, mientras los escoceses quieren salir del Reino Unido para entrar en Europa, los filo-británicos quieren mantener el Reino Unido para salir de Europa. ¿Cómo explicar este juego de los espejos donde se combate contra el “enemigo” mientras se piensa igual que él? ¿Es una suerte de “locura” colectiva? Algunos pueden responder que lo que ha sucedido en Escocia solo demuestra que hay que separar las cuestiones de política nacional de las de política europea.

Una explicación que, aparte de resultar muy poco convincente, nace de una mirada extremadamente miope hacia lo que está sucediendo. “Hay un patrón en esta locura”, ha comentado alguien que sabe mucho de británicos; de hecho, existe un denominador común entre estas posiciones políticas aparentemente especulativas y contradictorias. Es un problema de razones. ¿Por qué motivo hoy es preferible permanecer unidos y por qué, en cambio, es mejor separarse? Esta decisión no es una cuestión de estrategias o sondeos de opinión: toca estratos mucho más profundos de la conciencia pública, tiene que ver con la cultura y los valores de fondo del orden social. La idea actualmente dominante es que la unidad nace de la utilidad recíproca; estar juntos es el fruto de un cálculo: cedo parte de mi independencia para obtener a cambio un cierto beneficio. Dirían los economistas que es un juego “de suma cero”: la pérdida de autonomía se compensa con el beneficio. Esta idea es el vínculo cultural que comparten el micro-separatismo escocés y el macro-separatismo británico. Es la idea que ha vencido y que ha prevalecido en todas partes después del voto, aunque Escocia hubiera elegido la independencia. En realidad se han encontrado dos utilitarismos.

El aspecto más inquietante es que todos saben que una idea así es un veneno mortal para los intentos de cohesión. Las formas políticas unitarias (federaciones, confederaciones, uniones) que se fundamentan “solo” sobre este intercambio, a medida que los costes de la unidad crecen, terminan por dejar de ser sostenibles y al final “explotan”. La historia –no solo la europea– muestra en cambio una alternativa. Existen, de hecho, una razón diferente para la unidad, que no va en contra del criterio de la utilidad recíproca pero que no parte de un cálculo sino de una constatación: la interdependencia viene antes que la independencia. La “relación” es un factor constitutivo, tanto del individuo como de los estados. Como señalaba justamente The Economist, la fuerza del Reino Unido siempre ha sido precisamente su unidad. Pero hoy, después del resultado escocés, todos nos encontramos ante una encrucijada: debemos decidir cuál es el fundamento de la unidad. El riesgo, de otro modo, es que hoy ha vencido, pero mañana, por las mimas razones, podría perder.

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