Ucrania contra el poder anónimo
En el Meeting de Rimini de este año uno de los protagonistas ha sido un filósofo procedente de las periferias del mundo, de esa Ucrania de la que muchos europeos ni siquiera sabían su situación geográfica exacta antes de los acontecimientos de la plaza del Maidán. Tras montar con sus amigos ucranianos una pequeña exposición-testimonio sobre la epopeya de este invierno en la plaza de la libertad de Kiev, Aleksander Filonenko comentó el lema del Meeting.
¿Cómo concibe usted la idea de “periferia” sobre la que ha llamado la atención el Meeting de este año? ¿Cómo ha descubierto que Ucrania es una periferia?
Lo más interesante es que el propio nombre de mi país, Ucrania, viene de la palabra rusa ´kraj´, que significa frontera, es decir, periferia. Por tanto, en cierto modo su propio nombre contiene este concepto. Para mí, personalmente, la idea de periferia no va unida al sentido geográfico, nace del hecho de que cuando digo que vengo de Ucrania me preguntan: ¿de dónde? Así que cuando alguien se encuentra con nosotros conoce una realidad nueva. En este sentido, la periferia no es ante todo un lugar geográfico sino el fruto de un encuentro.
¿Y en qué sentido representa Ucrania una periferia?
A menudo nos encontramos viviendo en un espacio que no solo no interesa a nadie, sino que ni siquiera nos interesa a nosotros. Es una situación creada por un poder anónimo que hace de todo para que cada uno se ocupe solo de su vida privada y deje a los políticos que se ocupen de las cuestiones sociales y políticas. Ucrania se encontraba grosso modo en esta situación. Efectivamente, hemos vivido un invierno muy especial durante el cual han sucedido muchas cosas y la historia ha irrumpido en nuestras vidas como el viento. Eso no solo ha sorprendido a los que no sabían dónde estaba Ucrania sino a los propios ucranianos. Podemos decir que cuando nuestro pueblo se dio cuenta de que estaba en la periferia empezaron a suceder ciertas cosas inesperadas e imprevisibles.
¿Qué ha sucedido, desde su punto de vista?
En Ucrania, diciéndolo de un modo muy breve, se ha visto que incluso allí donde reina la apatía, la más total indiferencia por las cuestiones sociales y políticas, suceden acontecimientos que despiertan en la persona motivaciones mucho más esenciales que las políticas. Hacía mucho tiempo que en nuestro país no sucedía ningún acontecimiento político y no podíamos imaginar que sucediera algún cambio. Pero este invierno, cuando el gobierno decidió poner en la plaza el árbol de Navidad y para ello reprimir a los jóvenes que se estaban manifestando a favor de la integración europea, lo que salió a la plaza central de Kiev fue que la gente podía ser indiferente a la política pero no al hecho de que el gobierno utilizara a criminales para reprimir a sus hijos. Gente que llevaba mucho tiempo sin hacerse preguntas sobre la organización del poder, sobre la política, sobre el Estado, gente dispuesta a soportar muchas cosas pero que no estaba dispuesta a aceptar el uso ilegal de la fuerza bruta contra sus jóvenes.
¿Esa apatía, esa indiferencia, es patrimonio de la Unión Soviética?
Se creía que los ucranianos eran hijos de la Unión Soviética, educados para aceptar la violencia sistemática por parte del Estado, pero los veinte años de independencia no han pasado en balde y la cuestión de la dignidad les toca más profundamente que sus intereses políticos y de libertad. Para mí, y creo que también para muchos otros ucranianos, ha sido una sorpresa descubrir que mi pueblo, tan indiferente a la política, reacciona vivamente cuando golpean su dignidad humana, este sentido de la dignidad está más a flor de piel que el deseo de un orden político.
¿Existe entonces una periferia buena y una periferia mala?
Yo separaría los dos conceptos. Le respondo con una historia. Un conocido mío, un famoso pintor ucraniano, Makov, hace unos años pidió a sus amigos de todo el mundo que le enviaran tarjetas dirigidas al país UTOPÍA, escrito de tal modo que la parte central de la palabra quedara entre paréntesis y quedaran destacadas solo la primera y última letra, UA, es decir, las siglas internacionales de Ucrania. Todas estas cartas y tarjetas llegaron a su destino; con esto él pretendía demostrar que nos encontramos aún, a todos los efectos, en el espacio de la utopía. Me parece que muchas sociedades y Estados siguen permaneciendo en esta condición utópica del poder anónimo, pero cuando suceden hechos que afectan a la dignidad de la persona, la gente descubre con estupor que no se encuentra en el espacio de la utopía sino en la periferia, y si estos mundos y este espacio utópico son el fruto de una construcción y de un proyecto humano, de una movilización artificial, la periferia será siempre un milagro, el desafío de la realidad a la persona, que respondiendo decide la cuestión de la propia libertad.
Y todos los llamamientos del Papa a la paz, ¿son solo bonitas palabras o tienen una fuerza espiritual real?
Creo que hemos descubierto uno de los peores dualismos del periodo post-soviético, que es la división entre la fe y nuestra vida pública, social y política. Está claro que nosotros como cristianos no podemos lavarnos las manos y quedar ajenos a la política en cuanto tal, pero también es verdad que debemos preguntarnos qué es hoy una política cristiana. Para mí, como cristiano, es evidente que la primera y más elemental definición de la política cristiana es que debe ser una política de paz y de esperanza. Verdaderamente, lo que hemos visto durante los tres meses de resistencia en el Maidán ha sido una protesta que quería ser pacífica, que se ha esforzado por serlo, que durante tres meses ha hecho todo lo posible por evitar la violencia y por alcanzar sus objetivos de un modo pacífico. Verdaderamente, ha sido el intento de una nueva obra de pacificación, que se ha visto coronada por el hecho de haber obtenido el nacimiento de un Estado distinto.