Vietnam: algo más que unos metros cuadrados

Mundo · José Luis Restán
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29 octubre 2008
Al comienzo del Sínodo recién concluido, Benedicto XVI afirmó que "si en algunas regiones la fe se debilita hasta extinguirse, siempre habrá otros pueblos dispuestos a acogerla". Vietnam es una de esas naciones en las que brilla la frescura de una fe joven y valiente, que no se atasca en polémicas estériles ni se mira al ombligo, sino que crea verdaderamente esperanza.

El inolvidable cardenal Van Thuan nos dejó en sus libros una vibrante narración de cómo el cristianismo ha echado raíces durante más de cuatro siglos en Vietnam, a despecho de terribles persecuciones que arrojan una cosecha de miles de mártires en diversas etapas de su historia. Impresiona cómo se ha encarnado la fe en este país de Extremo Oriente, dando lugar a generaciones de cristianos plenamente implicados en la vida civil, desde los artesanos hasta la propia familia real. La brutalidad con la que se han empleado distintos gobiernos nunca consiguió desarraigar la semilla, ni empujar a los cristianos a una especie de gueto. Por el contrario, los católicos vietnamitas muestran orgullosos sus largas genealogías y se saben y sienten protagonistas de la dramática historia de su país.

Todo esto se puso nuevamente a prueba cuando los comunistas de Ho Chi Min conquistaron el poder en el norte y completaron posteriormente el control de todo el país. Los líderes de la comunidad católica (empezando por los obispos) fueron enviados a los campos de internamiento y reeducación, y se intentó separar al pueblo cristiano de sus pastores con la tradicional retórica del antiimperialismo y las acusaciones de haber sido cómplices de la intervención norteamericana y del anterior colonialismo francés. También se puso en práctica el intento de crear una iglesia nacional o patriótica, como en China, pero el experimento fracasó debido a la fortaleza y densidad del tejido católico en el país.

No pretendo escribir una lección de historia, sino encuadrar la sorprendente actualidad de la que, una vez más, los medios occidentales no han sabido o no han querido hacerse eco. Desde hace varios meses, miles de católicos vietnamitas desafían en la plaza pública las amenazas del Gobierno comunista de Hanoi, para reclamar la restitución de diversos terrenos que fueron arrebatados a la Iglesia en los años de la guerra. "La Iglesia es libre, pero no tiene derecho a serlo", ha comentado el cardenal Pham Minh Manh, con una pizca de ironía. Y es que, en efecto, si esa libertad no les pudo ser arrebatada durante la época terrible de los campos de internamiento, menos lo podrá ser ahora, cuando el país quiere abrirse a la modernización económica y cuando el régimen se presenta ante el mundo con un barniz de tolerancia que abarca también una cierta apertura a la libertad religiosa.

De hecho, en los últimos años se han producido avances. Se ha desbloqueado el complejo proceso del nombramiento de obispos y éstos no moran ya tras los muros de las cárceles sino en sus respectivas sedes, guiando a un pueblo rico en diversas vocaciones e iniciativas. Pero claro, todo tiene un límite, y las autoridades de un régimen que dista mucho de los parámetros democráticos no entienden ni aceptan una protesta en la calle, y han advertido que el asunto tendrá consecuencias. La Policía ya se ha empleado con dureza en alguna ocasión, y la prensa oficial ha iniciado una campaña de descrédito civil contra el arzobispo de Ho Chi Minh City. También la Santa Sede ha recibido veladas advertencias de que por este camino no se llegará a la esperada apertura de relaciones diplomáticas.

Y a pesar de todo, los valientes católicos vietnamitas siguen su lucha. Apelan al diálogo paciente con las autoridades y exponen el derecho que les asiste, pero no renuncian a hacerse presentes en la calle, que sienten tan suya como cualquiera. Están convencidos de que está en juego mucho más que unos cuantos metros cuadrados (por otra parte necesarios para una comunidad en franco crecimiento); este asunto toca a la justicia y a la verdad, y si el régimen busca una apertura sincera tendrá que hacer las cuentas con ello. Es muy posible que el Gobierno de Hanoi tema un efecto de reclamaciones en cascada, como también teme la pujanza de una comunidad misteriosamente fuerte, que reúne a siete millones de personas, que provoca expectación entre los intelectuales y los estudiantes, y sobre todo que demuestra una libertad que nadie parece haberle concedido. No sabemos cómo se resolverá finalmente este conflicto, pero los católicos vietnamitas están escribiendo ya una nueva página de la historia de su país, de la que siempre se han sentido protagonistas. Pase lo que pase, vivir la fe al aire libre es ya una victoria en acto. Verdaderamente, tenemos cosas que aprender.   

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