Aguardando en plena guerra
Ruido de bombas. Soldados. Guerreros. Médicos- los menos. Niños. Sus hijos. Su marido. Su madre. Sus hermanos. El país que ya no lo es. Al que en unas horas dirá adiós.
La violencia. Las cabezas cortadas que de cuerdas cuelgan. Las crucifixiones. Los ahorcamientos. Esa insoportable mirada de todos aquellos que se han dejado seducir por el mal. La negrura del aire. El dolor del corazón, que reflejan todos los niños a través de esos ojos oscuros que piden misericordia. Unos ojos que todo lo absorben, todo lo juzgan y todo lo sufren. Son los ojos de los más pequeños los que más cuesta mirar.
Muna está quieta a la puerta de su casa. Aguarda. No sabe qué o a quién. Sus hijos están jugando dentro. Frente a sí atardece. Como cada día desde que alcanza a recordar. El sol se va poniendo tímidamente. El cielo lo acompaña tiñéndose de diversos colores. Como cuando era niña e iba con su abuelo a la orilla del río para ver mejor ese espectáculo. Paz.
¡BUM! Un ruido ensordecedor la saca de su ensueño. Es el estallido de una bomba. Muna se sobresalta, temblándole todo el cuerpo a causa del susto. Ha sido lejos de casa. Como todas las veces hasta ahora. Las risas de los niños han se han esfumado en un instante. Enseguida aparece Ali. Con sus ojos. Y sus lágrimas. Y, sobre todo, con ese dolor. Su hijo pequeño se agarra a la túnica de Muna. No dice nada. Sólo llora en silencio.
Muna acaricia la cabeza de su niño mientras ve cómo el sol continúa ocultándose. Y no acaba de entender cómo es posible que el atardecer siga teniendo lugar en un sitio donde todo es terror y muerte. Experimenta dentro de sí un profundo sentimiento de injusticia: el mundo entero debería estar a oscuras como duelo por lo que está aconteciendo en su país: ¿por qué el primero en hacer lo contrario es el sol? ¿Por qué sigue siendo tan bello el atardecer?
A la vez, y casi con vergüenza, da gracias por que esto sea así, puesto que, aunque ella se empeñara en que no hay nada por lo que valga la pena la vida en una situación de guerra tal, el sol, con su modesta pero firme aportación diaria, le susurra lo contrario. Y así el pequeño Ali puede ver-aunque sea sólo por unos instantes- un rostro esperanzado en quien es su madre.
Muna entra en casa y repasa las bolsas que ha preparado para el viaje que emprenderá enseguida junto con su familia.