40 años del 68 en México

Mundo · Laura Juárez
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24 octubre 2008
El pasado 2 de octubre marcó el inicio de las conmemoraciones por el 40 aniversario del movimiento estudiantil de 1968. En México, dicho movimiento se dio en el marco de un régimen autoritario gobernado por un partido único que tenía controlada no sólo a la prensa sino a amplios sectores de la sociedad mediante un modelo corporativista. En esta ocasión, como cada año, el recuerdo romántico se ha mezclado también con reclamos de justicia, ya que todavía hoy no se ha procesado legalmente a los ex-funcionarios que participaron en la represión estudiantil del 2 de octubre de 1968 en la Ciudad de México, ni se han esclarecido completamente los hechos.

Como cada año, se repite la consigna "el 2 de octubre no se olvida" y varios sectores de la izquierda mexicana se apropian de los caídos. Sin embargo, nuestro pasado no puede quedar reducido a una serie de rituales conmemorativos, o convertirse en mero objeto de culto para ciertos grupos políticos o ideológicos, sino que debe convertirse en una provocación y una riqueza para el presente. Por ello, más allá del recuerdo, muchas veces también doloroso, cabe preguntarnos ¿cómo nos interroga hoy este hecho del pasado?

Decía Malraux: "No existe ningún ideal por el cual podamos sacrificarnos, porque de todos conocemos la mentira, nosotros que no sabemos qué es la verdad". Sin negar la contribución del movimiento estudiantil de 1968, junto con otros, a la paulatina apertura democrática en nuestro país, ni el anhelo de justicia y libertad que lo motivaba, debemos reconocer que el ideal revolucionario que proponía ha fracasado históricamente. En uno de los actos conmemorativos de este año, Elena Poniatowska, escritora mexicana, decía que los jóvenes de ahora son también como los de entonces porque desean un ideal.  Entonces ¿qué podemos ofrecerles? ¿Dónde o cómo pueden encontrarlo? ¿Qué puede ofrecerles hoy la universidad, ámbito que protagonizó el movimiento de entonces?

Estas preguntas se vuelven todavía más urgentes si consideramos que, aunque no vivimos ya bajo un régimen de partido único, la pretensión del poder de uniformar las conciencias, mediante los medios de comunicación o la educación, persiste todavía hoy bajo formas aparentemente más sutiles, pero no por ello menos efectivas. Baste el ejemplo del Gobierno de la Ciudad de México, que ahora se ha dado a la tarea de editar libros sobre distintos temas, como la sexualidad y la historia, usando fondos públicos para propagar una visión ideológica particular sobre el pasado, sobre la persona y su libertad.

Ante el anhelo de un ideal para la vida, la universidad tiene algo que ofrecer sólo si recupera la preocupación por la verdad, por educar en la búsqueda de la verdad y no en una ideología particular. Hoy nuestras universidades, tanto públicas como privadas, parecen más centros de transmisión de una cierta manera de pensar que del gusto por pensar. Aunque la universidad tiene esta tarea fundamental para la sociedad, la búsqueda de la verdad no es sólo una tarea reservada a los intelectuales o al ámbito universitario, sino que es esencial para la vida de cualquier persona, pues tiene que ver con la búsqueda de un sentido para vivir, de un ideal que no defraude, sino que cumpla la vida en el presente sin dejar fuera ninguno de los aspectos que la componen: familia, afecto, trabajo, cultura y política. El único y verdadero dique al poder es la persona, consciente de sí y de su destino, es decir, de la verdad de su vida. Por otro lado, sólo un ideal verdadero puede convertirnos en protagonistas y hacernos incidir en la historia, sin tener que depender de la conquista del poder político o esperar a que se realice un futuro utópico.

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