La envergadura de la herencia que recibe Felipe de Borbón

España · José Andrés-Gallego
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3 junio 2014
Como rey, Juan Carlos I ha hecho un último servicio de primer orden. Sin duda, el gesto hubiera sido interpretado de otro modo si lo hubiera hecho antes. Ahora, se entenderá como un triunfo de los partidos minoritarios de izquierda que han dado el vuelco a las elecciones europeas en España. Las manifestaciones republicanas ya han comenzado a tener lugar en diversos puntos de la península y sus islas. Era ya previsible que ellos y los catalanistas partidarios de la separación lo presentaran como un trofeo propio y blasonaran de que han derrocado al rey.

Como rey, Juan Carlos I ha hecho un último servicio de primer orden. Sin duda, el gesto hubiera sido interpretado de otro modo si lo hubiera hecho antes. Ahora, se entenderá como un triunfo de los partidos minoritarios de izquierda que han dado el vuelco a las elecciones europeas en España. Las manifestaciones republicanas ya han comenzado a tener lugar en diversos puntos de la península y sus islas. Era ya previsible que ellos y los catalanistas partidarios de la separación lo presentaran como un trofeo propio y blasonaran de que han derrocado al rey. No ha sido así; al rey lo ha derrocado –hablando metafóricamente– el enorme tinglado que sostienen Rubalcaba, Rajoy, los suyos, bastantes jueces, no pocos financieros y algunos miembros de la propia familia real. Un tinglado que se ha extendido como un pulpo hasta el último ayuntamiento de España en el que se ventile un duro.

No soy pesimista ni por casualidad. Creo que España se sostiene pese a todo ello por el sinnúmero de personas que procuran actuar de otro modo y –como poco– paliar lo que hacen otros.

Vista así, la abdicación lleva un mensaje prístino. Es una forma de decir a todos ellos –los arriba enumerados– que precisamente son ellos los derrotados en las elecciones del último domingo; que se lo han ganado a pulso y que a ellos les corresponde arreglar la situación o irse detrás del rey. Lo malo es que Rajoy y Rubalcaba –y los suyos– podrían entenderlo y obrar en consecuencia. Que lo entiendan así los jueces y financieros responsables –los que lo son– es ya otro cantar. Y, sin embargo, también hay que cantarlo.

La abdicación de Juan Carlos I es además un modo de decir que no está dispuesto a presidir la ruptura de la unidad política de España. Un cantar más que no cabe silenciar de aquí a noviembre, cuando se prevé el referéndum. Habría que echar cuentas –y anunciarlas– sobre el tajo de deuda pública que cada cual asumirá o, si quieren, asumiría (no vaya a ser que, además de pechar con la deuda de las cajas de ahorro alemanas, los españoles tengamos que asumir la que dejen los que decidan irse). Quizá ya es tarde para preguntarse por qué los catalanes se sienten incomprendidos e injustamente tratados, y no tan sólo en lo económico. Pero lo económico va a quedar sin saldar cuentas. Y eso no admite apaños.

Con una herencia así, no hay quien le arriende la ganancia a Felipe de Borbón. Pocos monarcas han llegado a ceñir la corona en momentos tan difíciles como el de hoy. Desde hace mucho, se da por descontado que Felipe de Borbón se echará en brazos de la izquierda moderada. Hasta ahora, el PSOE. Tras las últimas elecciones, si lo hiciera, se jugaría acaso el trono. Los vencedores morales en los comicios europeos no son precisamente del PSOE. Y no quiero pensar que se limite a continuar con el sistema actual. Fue lo que hizo su bisabuelo –Alfonso XIII– y acabó en el exilio. Hace días, dije en PáginasDigital que nos hacía falta un Gandhi. Tras las elecciones del domingo pasado, quizás es ya la única solución que sea el propio rey quien encabece el rechazo a un sistema corrupto. Le seguiría una mayoría notabilísima de españoles. ¿Está dispuesto a hacerlo Felipe de Borbón, con todo el coste y el esfuerzo e incluso el sufrimiento que eso exige? Lo deseo vivísimamemente.

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