68 actualísimo: vivir intensamente el deseo y ver el poder (y II)

Cultura · Aldo Brandirali
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22 mayo 2018
paginasdigital.es publica la segunda parte de una intervención de uno de los protagonistas del 68 en Italia. Aldo Brandirali fue uno de los jóvenes que quisieron cambiar el mundo hace 50 años.

La segunda parte una intervención de uno de los protagonistas del 68 en Italia. Aldo Brandirali fue uno de los jóvenes que quisieron cambiar el mundo hace 50 años.

Entonces los nuestros empezaron a crear comedores y guarderías en los barrios más populares. Con estudiantes de Milán empezamos a ayudar a los campesinos de Calabria y a trabajar en los campos. Fue un continuo intento, durante siete años, de construir una dimensión ideal concreta, sustancialmente no hacíamos política propiamente dicha, no puede decirse que hiciéramos política. De hecho, llegados a un cierto punto ya no dominaba esta dimensión tan intensa, tan tendente hacia un cambio existencial. El primer artículo de ‘Servir al pueblo’ planteaba este concepto: si queremos cambiar el mundo debemos cambiar nosotros. Por tanto el movimiento era de autocrítica interna, un criticarnos mutuamente para ir más allá, para no quedarnos dentro de esa tendencia bastante extendida de interpretar el problema existencial como un problema de modernidad de la burguesía, sino de modernidad de la libertad, y hacer todo lo que se quisiera.

Nuestra exigencia no era esta de poder hacer lo que se quisiera, para nosotros la exigencia era la de tener de verdad una concepción que escapaba a la lógica burguesa capitalista. Ese era el motivo de nuestra construcción. Pero, repito, en el marxismo no había posibilidad de encontrar una solución, una respuesta, hasta el punto de que después de siete años de movimiento considerable, con grandes compromisos y grandes tensiones, llegamos al punto de que el problema de hacer política se convirtió en el problema de ser concretos, y ser concretos quiere decir ser violentos, violentos por imponer la idea que uno tiene, y desde este punto de vista la cosa se precipitó, yo sentía que se precipitaba y decidí provocar la disolución. Convoqué a mis dirigentes, les presenté una relación de dos horas sobre nuestros 271 errores y al final terminé diciendo: “Mirad, todo ha sido un error y no entiendo por qué. Que cada uno medite las razones”. Fue terrible, porque obviamente me consideraron un traidor, por la calle me gritaban “traidor”, lo que me hacía sentir realmente atormentado, me encerraba en casa y ni siquiera era capaz de salir; si no fuera por mi mujer, que ha sufrido mucho y que salía todos los días para ir a trabajar, ni siquiera habríamos tenido para comer.

Quiero decir, después de todo esto, que la interpretación menos mía y más general de todo este movimiento del 68 es un ir hacia o reconocer el error, y por tanto pasar críticamente hacia la superación del marxismo o reducir la cuestión del propio compromiso y la propia acción a una solución interna en la sociedad presente, según la cual los movimientos se difunden pero se difunden con una superación, como lucha contra el tradicionalismo. Así se crean los mitos de la libertad sexual, llegando a la aprobación del aborto, la oficialización del divorcio, hasta el punto de poner en crisis los papeles parentales dentro de una familia. Otro producto de estos movimientos difundidos generalizadamente se refleja en las luchas sindicales, un movimiento obrero que afirma los derechos de principio en el estatuto de los trabajadores. Pero tanto en los derechos como en la ética, podemos resumirlo diciendo sencillamente que supone una modernización de la burguesía.

Por eso, las verdaderas razones del 68 solo se quedaron en las decisiones personales. Muchos de aquellos jóvenes se hicieron adultos buscando respuestas a aquella necesidad de sentido, y este me parece de hecho el punto decisivo, porque siete años después de la disolución, reflexionando precisamente sobre dónde estaba el error de la ideología, la cuestión que me parecía más evidente es que el ser humano, la persona, es contradictoria, frágil, y no fue posible mantener el significado más profundo que nos movía, a saber: podemos hacernos con nuestras propias manos. No es posible, cada vez que hemos intentado hacer cosas, aunque fueran buenas y hermosas, no duraban, porque no teníamos el punto al que mirar para mantener en pie esta tensión. Teníamos esta necesidad, teníamos esta tensión, teníamos esta pregunta, pero no teníamos el punto al que mirar.

Causamos una ruptura generacional que nos quitó la relación con los adultos, con aquellos a los que podíamos mirar. Solo sucedió en un punto –me di cuenta después–, cuando Giussani, haciendo GS y luego CL, tomó en serio la cuestión de estas preguntas sobre el sentido y las integró plenamente dentro de su testimonio del encuentro con Cristo. Para mí fue el encuentro, así pude llegar al encuentro con don Giussani, porque se me abrió precisamente esta pregunta: entonces, si el hombre no se hace con sus propias manos, ¿quién es el sujeto de la historia?, ¿qué es lo determinante? Esta búsqueda me llevó hasta la evidencia de que el hombre se construye en el diálogo con un misterio. Comprendí que este misterio existe, aunque no entendía en qué consistía. Profundizar en esto me permitió encontrarme con don Giussani, y encontrar sobre todo una primera cosa increíble e inolvidable. Yo estaba intentado cambiar completamente mi personalidad, y me decía: “debes dejar la agitación, dejar de ser el super revolucionario, debes tomártelo con calma, ser reformista, liberal, un buen chico”. Frecuentaba entonces ámbitos liberales, círculos liberales, un aburrimiento terrible.

Al conocer a don Giussani, después de aguantar nuestro discurso durante una hora, lo primero que nos dijo fue: “¡Oh, pero qué entusiasmo tenéis vosotros!”. Sentir cómo me devolvía la palabra entusiasmo fue como si me devolviera mi propio nombre, como si me dijera: todavía te puedes entusiasmar, sí, se puede, todavía se puede tener esta tensión moral total hacia la verdad, el significado, el sentido. Luego esta relación fue larga y difícil, pero ya nunca la separé de don Giussani, aquella evidencia que me había fascinado precisamente sobre lo que yo tanto había buscado me llevó, dos años después a decirle en un encuentro: “¿Dónde estabas? Yo siempre te he buscado”. Porque yo sentía que lo que él decía era exactamente esa capacidad para leer el deseo metiéndolo dentro de la vida humana, dentro de la vida real. Entonces, ese haber encontrado el factor que daba sentido e identidad a nuestras preguntas, a nuestro deseo, fue para mí un largo camino para entender completamente el significado, tuve que cambiar completamente mis convicciones culturales, pensar las cosas de otra manera. Pero todavía no he terminado de hacerlo. Soy testigo de que la vida es un camino de cambio y una continua conversión, y soy feliz por ello.

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