28 de julio, la guerra total del hombre-máquina

Cultura · Giuseppe Reguzzoni
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28 julio 2014
El 28 de julio de 1914 no solo es la fecha de la declaración de guerra de Austro-Hungría a Serbia, y por tanto el inicio de la Primera Guerra Mundial, sino también la de la preparación de las “movilizaciones” generales de las potencia europeas, un concepto que, precisamente desde la Gran Guerra, dejó de ser solo militar.

El 28 de julio de 1914 no solo es la fecha de la declaración de guerra de Austro-Hungría a Serbia, y por tanto el inicio de la Primera Guerra Mundial, sino también la de la preparación de las “movilizaciones” generales de las potencia europeas, un concepto que, precisamente desde la Gran Guerra, dejó de ser solo militar.

Por sí mismo, el concepto de movilización corresponde a una praxis que se desarrolla de forma paralela a la historia de casi todas las guerras, desde la antigüedad, y que indica la implicación de toda una nación (ciudad-estado o pueblo-nación) en las iniciativas y obras de defensa. Lo cual era particularmente evidente cuando una comunidad o varias vinculadas entre ellas veían amenazada su existencia, como sucedió por ejemplo en las guerras médicas o en las púnicas, que vieron la participación activa de toda la población civil, hasta sus estratos más marginales. Cuenta Livio que los romanos llegaron incluso a enrolar a los esclavos y que toda la población calificada como incapacitada para la lucha cooperaba en la construcción y refuerzo de las defensas de la ciudad.

Con el nacimiento de las primeras formas antiguas de estado-imperio de amplia extensión territorial, fueron los ejércitos permanentes los que se encargaron de gestionar el estado de guerra, mientras que el grueso de la población, cuando no se encontraba en la línea de conflicto militar, resultaba sustancialmente marginado, afectado especialmente por los aspectos financieros (aumento de impuestos, recogida de víveres, etc).

La época moderna conoció formas de guerra que implicaban obviamente no solo el armamento militar sino el financiero, incluido el uso de la propaganda, como en el caso del conflicto entre el Reino de Inglaterra y España bajo el reinado de Felipe II, que no en vano vio nacer la llamada “leyenda negra” de la España católica.

Un primer punto de inflexión radical llegó con las guerras napoleónicas, presentadas como exportación de la revolución y por tanto con una cobertura ideológica según un modelo que acompañó después las guerras de independencia italianas. La población, por otro lado, una vez más, cuando no residía directamente en el escenario de la guerra, se veía afectada principalmente por la inscripción obligatoria y las exigencias fiscales.

La primera guerra mundial marcará en cambio una auténtica revolución en el concepto y en la praxis de la “movilización”, ya no “general” sino realmente “total”. El sentido más inmediato y obvio de este nuevo concepto lo podemos encontrar en la llamada “Doctrina Ludendorff”: los hombres a la trinchera y el resto de la población a las fábricas, los campos, la asistencia hospitalaria y los servicios públicos. Se trata del intento de hacer coincidir la movilización militar y la civil, algo que por otro lado exige mucho más que la mera participación en los esfuerzos materiales de la nación.

La movilización civil se convierte cada vez más en abstención de lo que puede poner en cuestión el esfuerzo militar, aceptación plena de lo dispuesto por las autoridades, renuncia a las habituales libertades individuales, empezando por las de opinión y expresión, y esto por íntimo autoconvencimiento de estar en el lado justo, más aún que por instrumentalización coercitiva desde el exterior.

Desde este punto de vista, la movilización es total porque diluye toda distinción residual entre estado, sociedad e individuo. El concepto se halla magníficamente expresado en un breve ensayo de Ernst Jünger, héroe de la Gran Guerra, novelista y filósofo, titulado precisamente “La movilización total” (1930), donde la define, “en la guerra o en la paz”, como “la expresión de la exigencia misteriosa y obligada, a la que debe someterse la vida en esta época de las masas y de las máquinas”. Para Jünger, el “lado técnico” de la movilización –lo militar, industrial, financiero– “no es lo decisivo. Su presupuesto, como el presupuesto de cualquier técnica, radica mucho más profundamente: lo podemos denominar como la disposición a la movilización”. Pensando en la Gran Guerra, Jünger constata: “Tal disposición se daba en todos los países, y la Gran Guerra fue una de las guerras más populares de la historia”.

Ahora bien, la capacidad para despertar y fortalecer esta disposición, y por tanto proceder a una movilización realmente “total” es más propia de las democracias industriales y liberales occidentales que de los sistemas mixtos, como eran Prusia o el Imperio Autro-Húngaro, estados donde “el universo de las formas medievales se conservaban todavía como una isla”. Esa “disposición” asume, de hecho, aspectos casi religiosos, propios por tanto de una nueva religión civil del progreso y de la democracia. No en vano “en los Estados Unidos, un país de constitución democrática, la movilización adoptó unas medidas tan amplias y graves que ni el estado militar prusiano pudo realizar”. Era el año 1930 y Jünger, en plena crisis de la República de Weimar, reflexionaba sobre las razones de la derrota alemana, poniendo en segundo plano no solo las justificaciones históricas y jurídicas sino también el empeño y el coraje de los individuos –cosa que no debía, por cierto, resultar fácil ni espontánea en el último escenario “Pour le Mérite” de la historia militar prusiana– para realizar un cambio, una revolución sin precedentes, que mostraría pocos años después, con la Segunda Guerra Mundial, su dimensión más trágica.

A la movilización total corresponde por tanto la guerra total, es decir, ya no solo el enfrentamiento directo con el ejército enemigo sino la destrucción de quien lo apoya de cualquier modo, por tanto la misma población enemiga. A propósito de esto, Jünger también lo vio venir, pensando en los primeros bombardeos de la Gran Guerra: “El jefe de escuadrilla que, desde las alturas en la noche, da la orden de bombardear, no distingue entre combatientes y civiles, del mismo modo que las nubes de gas se propagan sobre todo lo que vive”. Guernica, Coventry, Dresde, Hiroshima serían, poco después, algunas de las actualizaciones prácticas de esta nueva doctrina militar.

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