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26-J: un voto complejo y nada ideológico

Editorial · Fernando de Haro
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22 junio 2016
Tres podrían ser los objetivos que buscara un voto moderado el próximo domingo: llevar a la Moncloa un Gobierno constitucional, reducir la creciente polarización y fomentar una renovación de la vida pública. Cada uno de esos propósitos puede desplegarse. Un Gobierno constitucional no será solo aquel que sea fiel al espíritu de la Carta Magna del 78, será también el que impulse, con ánimo de consenso, la larga lista de reformas pendientes para favorecer la creación de empleo, aumentar la productividad, mejorar el sistema educativo y un largo etcétera en el que hay que incluir una salida propositiva para la situación de Cataluña. La renovación no es solo un cambio de caras, que también.

Tres podrían ser los objetivos que buscara un voto moderado el próximo domingo: llevar a la Moncloa un Gobierno constitucional, reducir la creciente polarización y fomentar una renovación de la vida pública. Cada uno de esos propósitos puede desplegarse. Un Gobierno constitucional no será solo aquel que sea fiel al espíritu de la Carta Magna del 78, será también el que impulse, con ánimo de consenso, la larga lista de reformas pendientes para favorecer la creación de empleo, aumentar la productividad, mejorar el sistema educativo y un largo etcétera en el que hay que incluir una salida propositiva para la situación de Cataluña. La renovación no es solo un cambio de caras, que también. Implica además una transformación de los partidos que hasta ahora han sido mayoritarios para abrirlos a la sociedad y para impulsar la necesaria modificación del sistema electoral. Son muchos propósitos para dos papeletas, pero el solo hecho de aceptar la complejidad es ya una riqueza a la hora de ponerse ante la urna. Con independencia de cuáles sean los sobres finalmente elegidos, puede aportar mucho no aceptar de entrada las visiones simplistas: las que separan al país entre buenos y malos, entre los de arriba y los de abajo, entre la derecha y la izquierda. Los bienes y las libertades a tutelar son numerosos, unos sin duda más importantes que otros.

En política puede suceder cualquier cosa. Las encuestas apuntan a un empate entre el bloque de centro y de centro-derecha con el bloque formado por el centro-izquierda y la izquierda-izquierda. La mayoría de los partidos constitucionales es rotunda. Si el resultado del 26-J coincide con lo que apuntan los sondeos, la posibilidad de que el PSOE apoye un Gobierno de Podemos parece no ser muy alta. Sobre todo porque sería la tercera fuerza. De hecho, en el cuartel general de Podemos ya dan por sentado que se quedan en la oposición. Y están encantados con ese papel. Sería un suicido para la formación política que todavía lidera Pedro Sánchez apoyar a un Gobierno de Pablo Iglesias. Repetir lo que hicieron los socialistas hace un año en los ayuntamientos de Madrid, Barcelona o Valencia supondría sepultar para siempre sus siglas en la irrelevancia. Los Gobiernos de coalición siempre salen muy caros para la fuerza minoritaria. De hecho, lo sucedido desde las pasadas elecciones municipales y autonómicas bien podría considerarse un aviso. Eso no significa que el riesgo sea cero. El riesgo existe, en el PSOE se pueden volver todos locos, pueden no quitarse de encima a un Sánchez doblemente fracasado, pueden olvidarse de su pasado y de su presente socialdemócrata y pueden dejarse dominar por la obsesión de no dejar gobernar al centro-derecha. La mayor o menor percepción del riesgo de un nada conveniente Gobierno de socialistas y podemitas, junto al peso que se les otorgue a los mencionados objetivos de saneamiento y superación de la polarización pueden inclinar el voto en favor de una u otra de las fuerzas constitucionales.

Es deseable, y probable, que tras el 26-J tengamos un Gobierno constitucionalista. Los problemas graves empezarán a partir de ese momento. El nuevo Ejecutivo tendrá que realizar una política muy antipática. Bruselas está esperando a que haya un inquilino en la Moncloa para exigir disciplina fiscal, para obligarnos a reducir el déficit por debajo del 3% antes de 2017, para hacer pagar los excesos de 2015, para reclamar muchas reformas y reformas rápidas. Y eso supone ajustes, por no utilizar la palabra recortes. Es muy fácil que esa situación favorezca la propaganda de Podemos, que siempre se alimenta del victimismo. Podemos con 90 diputados y con políticas que impliquen sacrificio encontrará mucha madera para sus incendios. Convendrá entonces un Gobierno firme y a la vez flexible, al que no le tiemble la mano pero que tenga también una gran capacidad de comunicar, de explicar, de trabajar en el terreno de lo simbólico y de lo que tiene que ver con el sentido. Siempre será más fácil si se ha hecho un cambio generacional. El reto del populismo es de onda larga y requiere mucho trabajo en los ámbitos de la cultura y de la educación, los campos que la tecnocracia suele dejar en barbecho. La polarización se retroalimenta. Y solo se rompe reconociendo todo lo que el otro aporta.

No hay que olvidar además la Ley D´Hont que Podemos maneja con maestría. El voto ideológico, nuevo o viejo, no es siempre el más útil. En cada circunscripción, casi en cada mesa, es necesario examinar qué votos sirven para elegir diputados y qué votos se van a los restos y favorecen otras opciones. El ejercicio del voto el 26-J es, sin duda, complejo. Eso lo hace más interesante.

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