20-D: el peso de la historia

España · José Luis Restán
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22 diciembre 2015
El momento es serio. Y no sólo por la estrepitosa caída de la Bolsa o por el repunte de la prima de riesgo. La inestabilidad es fuente de numerosos riesgos, económicos y sociales, pero no es sólo eso. Lo que está en grave riesgo es el consenso básico de la Transición, esa red que nos ha ofrecido un territorio confortable y seguro para nuestra conversación nacional durante treinta y cinco años.

El momento es serio. Y no sólo por la estrepitosa caída de la Bolsa o por el repunte de la prima de riesgo. La inestabilidad es fuente de numerosos riesgos, económicos y sociales, pero no es sólo eso. Lo que está en grave riesgo es el consenso básico de la Transición, esa red que nos ha ofrecido un territorio confortable y seguro para nuestra conversación nacional durante treinta y cinco años.

No había concluido el recuento de los votos cuando Pablo Iglesias se desprendía de la careta socialdemócrata para enfundarse de nuevo el chándal de Maduro. Y desde su 20% de votos y su tercerea posición en el nuevo Congreso, exigía una reforma constitucional ineludible e inaplazable, dentro de la cual incluye un referéndum de autodeterminación para Cataluña y la posibilidad de revocar el mandato de un Gobierno elegido, si éste no cumple su programa electoral (SIC). El profesor de Políticas ya está asaltando el cielo y, cual si fuera la reina madre, anuncia que va a convocar a los partidos a una ronda de consultas para iniciar lo que siempre ha pensado: un nuevo proceso constituyente de ruptura. Iglesias se sabe fuerte en la imagen y en la calle. Un comentarista decía ayer que aún no ha exhibido su verdadero músculo en las plazas, es una carta que guarda para más adelante. Si es preciso volverán los escraches, la ocupación de lugares emblemáticos, o el cerco a las instituciones. Es “el poder del pueblo”, que en su mentalidad puede contraponerse perfectamente a la rancia aritmética parlamentaria si no obtiene lo que demanda.

Iglesias puede ser un iluminado pero como buen leninista hace su lectura de la historia. Sabe que está a un paso de rebasar al PSOE, de hecho ya lo ha conseguido en buena parte de las grandes ciudades. La transferencia de voto socialdemócrata a Podemos, especialmente en la franja juvenil, es contundente, y procede con tanta ingenuidad como fiereza. Pero además Podemos deglute buena parte del voto nacionalista radical y lo suma a su cuenta en Cataluña, País Vasco y Galicia. El asalto está en marcha. Una cosa verdadera sí dijeron los líderes podemitas en la noche de autos: que su caso se estudiará en los libros de historia.

Con todo, no sería difícil colocar a Podemos en su sitio, que de eso se trata, ni más ni menos. El problema radica en la indefinición y la banalidad del PSOE. Numerosos barones regionales (Page, Fernández Vara, Díaz) han levantado la voz para advertir del desastre que implicaría ir de la mano de una fuerza populista y anticonstitucional, pero Pedro Sánchez no quiere renunciar a la posibilidad de sentarse en La Moncloa pese a haber cosechado el peor resultado desde el inicio de la democracia. Sus cábalas calibran la formación de un frente con Podemos, IU y nacionalistas diversos (lo que el manchego Page ha denominado “pastiche”), ya sea en coalición o mediante acuerdos puntuales. Y eso que Iglesias ha puesto el órdago sobre la mesa antes de comenzar: sin referéndum en Cataluña, nada que hacer.

¿Tan difícil es encontrar una salida al jeroglífico del 20-D? No lo es, al menos esa sería la respuesta de cualquier líder europeo serio. Existe un consenso constitucional básico entre tres grandes fuerzas parlamentarias, PP, PSOE y Ciudadanos, que suman el 65% de los votos y 253 diputados. No hablo de una gran coalición a la alemana, para la que parece que la sociedad española no está preparada. Hablo de un pacto de legislatura que permita gobernar en minoría a la fuerza claramente más votada, ejerciendo los otros dos partidos una oposición responsable que permita mantener el crecimiento económico, dar solidez al sistema de bienestar, afrontar el desafío secesionista en Cataluña y madurar los elementos de una reforma constitucional en los aspectos que sean necesarios, desde el máximo consenso, sin presiones en la calle ni prisas que sólo convienen a quienes sueñan con un proceso revolucionario.

Mariano Rajoy está dispuesto a intentarlo, consciente de que es un trabajo delicado pero posible. Repito, lo sería en cualquier país de nuestro entorno. Albert Rivera ya ha dicho, responsablemente, que ésta es la mejor solución para España a la vista de los resultados. Sólo falta que se retrate Pedro Sánchez. Su lugarteniente, César Luena, tronó que su voto será un no rotundo y cerrado a la investidura de Rajoy. Pero los mensajes y los apremios llegan a Ferraz con mucha fuerza, desde Felipe González al Grupo PRISA, sin descartar las llamadas de los socialistas franceses y alemanes. La pregunta es muy seria, y va más allá del regate corto y de la táctica: ¿de verdad está el PSOE más cerca de Podemos que del PP, en los grandes temas de la política nacional? Yo digo que no, pero Sánchez me puede desmentir.

La convivencia es una obra de todos los días, un tapiz que tejemos entre todos poniendo en juego razón y libertad, nuestras certezas, nuestra experiencia del bien. Es cierto que los mecanismos políticos e institucionales no pueden sustituir ese protagonismo personal y social. Pero en la navidad de 2015, los líderes de los grandes partidos han sido puestos en una grave encrucijada, y de ella saldrán engrandecidos o aplastados. Y a la sociedad civil, en sus diversas articulaciones, le corresponde precisamente ahora levantar la voz y reclamar la mejor solución. Porque al final, no hace falta un máster en Harvard para entender la alternativa: un gobierno constitucional (con la modestia y el control requeridos) o un frente radical que puede romper por el eje la obra de varias generaciones de españoles. ¿Tan difícil resulta entenderlo?

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