183 votos para el aborto: la hora del realismo, la hora de la educación
La toma de posición del PNV ha sido muy significativa. Los nacionalistas vascos que le niegan el pan y la sal a los socialistas desde que Patxi López les ha desplazado del Gobierno de Vitoria, están dispuestos a votar con Zapatero en la cuestión del aborto. La secularización del PNV es esdrújula: no piensan que tomar posición a favor de la cultura de la muerte vaya a molestar a sus votantes, lo que cuenta es la patria vasca. Zapatero, después del revés de las elecciones europeas, está trabajando intensamente en conseguir los apoyos necesarios para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado. Corteja a Esquerra y se propone cerrar la financiación catalana cuanto antes. El grupo socialista, desde el resultado electoral del 1 de marzo en las gallegas y en las vascas, se las ve y se las desea para no ser derrotado en la Carrera de San Jerónimo. Y, sin embargo, consigue respaldo suficiente para un proyecto que mantiene el aborto de menores sin consentimiento paterno.
No se puede pensar que el resultado de la votación de este martes refleje como una fotografía la situación social de nuestro país. No se puede afirmar que la foto del panel con los 183 votos en contra sea el reflejo de la mentalidad de la España de 2009. El PNV y CiU están "sobrevalorados" por la ley electoral. Si los socialistas hubieran tenido libertad de voto probablemente algunos de ellos hubieran votado a favor. Aunque también algunos populares habrían votado en contra. En cualquier caso la votación de ayer demuestra que la ley no tiene consenso ni político ni social. Pero, con realismo, y sin entrar en la discusión inútil sobre qué posición es mayoritaria, hay que reconocer que el zapaterismo en esta cuestión se apoya en una sensibilidad difundida para la que el valor de la vida ha dejado de ser evidente. Ante esta situación es inútil lamentarse por la actitud de los partidos políticos. No se improvisa de la noche a la mañana una relación entre la sociedad civil que defiende la vida y los mecanismos complejos y autorreferenciales de la política.
También hay que reconocer, y esto es lo más importante, que los motivos por los que la vida puede ser afirmada, sostenida, deseada y acompañada desde la concepción hasta su fin natural han dejado de ser evidentes para muchos. Se requiere un cambio cultural. Para afirmar el valor de la vida se requiere una educación, existencialmente incidente, en la que los motivos para seguir con un embarazo no deseado o para afrontar el gran sacrificio de una enfermedad terminal reaparezcan de nuevo. Educando nos educamos, sin dar nada por supuesto. Se trata, en el fondo, de recuperar un gusto por la vida tan profundamente humano y tan razonable que nos permita afirmarla cuando ya no la controlamos. No en los despachos o en los discursos sino en las casas de acogida, en los lugares donde las madres deciden, en los hospitales, al pie de las camas donde los enfermos gimen. En nuestra historia ha sido un Dios hecho carne el que nos ha enseñado a gustar así de la vida, en una obediencia al Misterio que siempre la realiza más que cualquier sueño de autonomía.