18 pasos en Vallecas Valley

España · Ángel Satué
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12 abril 2021
Lo sucedido la semana pasada entre Santiago Abascal, por el partido VOX, y unos doctorandos en terrorismo callejero, por “los manifestantes convocados por grupos de extrema izquierda” (El País dixit), fue un duelo.

De niño veía una película de vaqueros tras otra. El género “western” es algo muy del siglo XX. De los orígenes del cine. Estas películas y algunas interpretaciones son toda una experiencia para aprendices de cinéfilo como yo. En ellas los indios frecuentemente rodeaban a los colonos, que eran familias con niños. Después llegaba el Séptimo de caballería y empezaba el lío. En ellas también solía haber un duelo a la salida de un saloon.

Lo sucedido la semana pasada entre Santiago Abascal, por el partido VOX, y unos doctorandos en terrorismo callejero, por “los manifestantes convocados por grupos de extrema izquierda” (El País dixit), fue un duelo. Un duelo que se produjo después de un ataque a una caravana, esta vez, preelectoral.

El duelo no fue en el valle de Sonora, ni en Nashville, ni había música de fondo de Morricone, ni era entre dos pistoleros. No. Tuvo lugar en una plaza concurrida, incluso con familias, llamada de la Constitución, pero bautizada civilmente por algunos como “la roja”, sin kremlin (ese recinto tan ruso que resguarda la alianza entre la catedral y el palacio como una matriusca). Y, para más INRI, en el muy madrileño Valle del Kas, un poblacho manchego, en terminología de Chaves Nogales, absorbido en1950 por Madrid, cual Saturno devorando a sus hijos, antaño con las mejores tahonas de Madrid, hogaño, con 370.000 almas. En el distrito Villa de Vallecas, en las elecciones municipales de 2019, Vox obtuvo 3.267 votos (6,52%) –Más Madrid, 19.896, con el 39,68%–. En el distrito de Puente de Vallecas, Vox obtuvo 5.054 votos (5,2%) –Mas Madrid, con el 40,17%, 39.010–.

Aunque no hubiera tenido un solo voto, VOX debería haber podido expresarse y concentrase sin problemas. En democracia, es básico que se dé en igualdad de condiciones la competición, en la calle y en los medios, entre propuestas y programas. En democracia, corresponde también a las fuerzas del orden que esto sea así. A la justicia, dirimir si no lo fue. En pandemia, otra cosa es que aún no entienda que se puedan dar este tipo de concentraciones del personal, con cubre bocas, más que con mascarillas. Ni que aún no se regulen en el estado de alarma, mediante ley orgánica, los derechos y libertades y garantías de los ciudadanos, presos del miedo a enfermar, y presos de la inseguridad jurídica a que nos ha acostumbrado el gobierno, con una oposición con sordina en este aspecto.

Cuando entra la “kaleborroka” en el debate político, la democracia baja varios enteros. Es expresión siempre de un mar de fondo violento y sangriento. Sucedió en el Vallecas Valley que se impidió el libre ejercicio de un derecho reconocido por la Constitución, el de expresión, y el de reunión y concentración. Sucedió que VOX no fue de visita ni a provocar, sino que VOX, un partido votado en ese territorio, tiene el mismo derecho que otros a moverse por el territorio de Madrid.

En Vallecas el odio se impuso, por la razón de la fuerza. No es odio a la libertad lo que se vivió ahí, ni a España, ni a VOX. Es odio a otras personas. A otros españoles, como ellos. A sus propios vecinos. Porque no se odia en abstracto, igual que uno no ama a su amada en abstracto. La quiere a ella. Todo su cuerpo, toda su alma. Toda ella. Porque quien odia y quien ama son las personas.

El llamado de Monedero por “tuit” a “desinfectar la plaza” al día siguiente de los hechos tuvo eco en los medios, que titularon de manera asquerosa “Desinfección simbólica”. También tuvo eco en unas decenas de “gudaris de la lejía”, que mono en blanco y paño en ristre, creyeron limpiar aquello que ya estaba limpio, porque en las plazas cabemos todos, y de eso va el pluralismo, la libertad y la democracia. Como se ha visto, caben hasta los (presuntos) delincuentes de la fregona, el puño en alto y el adoquín bajo el brazo, por (presunto) delito de odio.

Hay que decirles que los genocidios empiezan así, y que limpiar simbólicamente es lo que la Inquisición creía hacer cuando entregaba al poder civil, para su quema, la efigie o estatua de los condenados. Eso se le dio muy bien hacerlo, en sus comienzos, a los nazis con judíos, homosexuales, comunistas, católicos, gitanos, intelectuales… Supongo que no es patrimonio exclusivo de ellos.

Mentes huecas, llenas de odio y de fracaso escolar, azuzadas por mentes inteligentes, pero no sabias, pueden ensangrentar nuestras calles y plazas. Pero ninguna violencia es gratuita cuando actúe el Estado de Derecho. Cuando actúe.

Hizo bien Abasacal en encarar, proa a la mar, rodeado de indios, la barbarie. El Séptimo de caballería apenas eran unos pocos soldados desprovistos de medios. 18 pasos dio Abascal en un duelo buscado por la extrema izquierda. Pero un duelo se da cuando las dos partes quieren. Esto no fue un duelo realmente, pero sí fue una actitud heroica. Es desesperada, como todos los actos heroicos. Es el arrojo y el coraje que le sale a uno de dentro cuando lleva la mitad de su vida recibiendo amenazas batasunas y terroristas. Como acto de supervivencia, y de denuncia, resultó. Pero la sociedad madrileña no puede acostumbrarse a estas escenas.

Era poner de manifiesto que el Estado de Derecho no estaba protegiendo su derecho a manifestarse libremente y sin peligro para su vida. Tampoco el derecho de los que acudieron a escucharle. Los 18 pasos de Abascal son el fracaso colectivo de todos nosotros. De los que no aplicaron la ley, de los que la incumplieron. Pero, sobre todo, de la inmensa mayoría silenciosa que acaba por consentir perder la libertad. Pero tuvo que darlos.

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