Llegar al otro lado

España · Luis Ruíz del Árbol
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27 enero 2025
Los puentes son la prueba de como hombres y mujeres aplicaron todo su talento y creatividad para coser el territorio o restañar vínculos que se habían roto.

Han caído recientemente en mis manos dos libros, aparentemente muy distintos, tanto en su tema como en su género, pero que, sin embargo, creo que comparten una sintonía de fondo que no me parece en absoluto fruto de la casualidad. Se trata respectivamente de Objetivo: Democracia. Crónica del proceso político que transformó España (Espasa, 2024), del periodista y director adjunto al diario ABC, Juan Fernández-Miranda; y de De puentes por España. Un paseo por 100 imprescindibles (Geoplaneta, 2025), del ingeniero de caminos (y estupendo divulgador cultural, @johnygrey en la red social X) Carlos Polimón.

¿Qué diantres pueden tener en común un relato histórico sobre el tránsito del franquismo a la democracia y una guía sobre puentes y viaductos de nuestro país? Yo lo tengo claro: ambos son el registro y la huella de cómo se han podido salvar en el pasado distancias, físicas y emocionales, que a primera vista parecían insalvables; unas actas de cómo tantos hombres y mujeres aplicaron todo su talento y creatividad para coser el territorio o restañar vínculos que se habían roto. Adelanto mi hipótesis: en España, dada su dificilísima orografía y complicado sustrato sociológico, la ancestral sabiduría adquirida en el arte de la construcción de puentes corre pareja a la ganada en el arte de la construcción de consensos.

Un aspecto desconocido por el gran público es la enorme cantidad de buenos puentes y viaductos que hay en España —tal vez porque se dan por supuestos, uno nunca va un puente, sino que se va a través del puente para trasladarse a otro lugar—. La razón de ser de este gran nivel técnico se debe, por un lado, a la accidentada geografía española, uno de los países más montañosos del mundo; y, por otro lado, a la tradicionalmente ajustada dotación presupuestaria de las administraciones públicas para la inversión en infraestructuras. El juego combinado de ambas limitaciones ha desarrollado el ingenio constructivo hasta altísimas cotas, con el fin de encontrar la solución más barata y eficaz para poder salvar tantos y tan pronunciados obstáculos. En su precioso libro, Carlos Polimón, vuelca su entusiasmo por la proeza del proceso de lanzar un puente, y nos invita a caer en la cuenta de su maravillosa existencia, a través cien ejemplos de puentes, de todas las épocas y tipologías, que forman un muestrario vivo de la riquísima imaginación y destreza de la ingeniería española para poder materializar la conexión y relación entre los distintos territorios.

Por su parte, Juan Fernández-Miranda narra de forma trepidante, casi como un thriller político, la intrahistoria de cómo el “triángulo virtuoso” formado por el Rey Juan Carlos I, su amigo y mentor Torcuato Fernández-Miranda (tío abuelo del autor) y el joven y ambicioso político Adolfo Suárez entre noviembre de 1975, cuando el Rey sucede en la jefatura del Estado a Francisco Franco, y junio de 1977, cuando, 40 años después, tienen lugar las primeras elecciones legislativas en España desde febrero de 1936, logran la a priori casi imposible misión de transformar, a través de la legalidad vigente, un régimen autoritario en una democracia liberal. A lo largo del libro se cuenta cómo entre los tres protagonistas se van diseñando y tomando decisiones políticas, siempre al filo del abismo, conducentes a incorporar a la oposición más radical al franquismo y a los sectores más inmovilistas de éste al proceso democratizador. El hambre de libertad y concordia azuzó al máximo el ingenio político, tratando de encontrar puentes y vías de diálogo que, venciendo las mutuas sospechas y legítimos miedos, permitieran generar un campo de juego compartido donde nadie se sintiera excluido.

La manera en la que se condujo la Transición es el mejor ejemplo posible de cómo la praxis política es la que genera la forma política. La democracia parlamentaria no podía implantarse en España a través de una imposición unilateral desde la Corona, ya que nunca se habría sentido como propia por la oposición, y se habría tomado como una afrenta personal por el establishment franquista. La fisonomía de nuestro actual régimen político, con todas sus carencias, insuficiencias y limitaciones, es el resultado de una particularísima voluntad de incorporar al máximo de gente posible, en un país secularmente desgarrado por los maximalismos y esencialismos de todo pelaje; de la misma manera que el extraordinario número y la variadísima tipología de los puentes que vertebran nuestro país es fruto de una férrea voluntad de unir territorios secularmente separados por una abrupta geografía y de favorecer el mayor intercambio posible de relaciones entre pueblos, clases sociales y comunidades tan dispares.

A veces, todo consiste en ser capaz de llegar al otro lado” decía el gran ingeniero y diseñador de puentes español Javier Manterola (1936-2024), en la línea de la famosa frase del arquitecto inglés Cedric Price (1943-2003): “Nadie debería interesarse en el diseño de puentes; deberíamos preocuparnos por cómo llegar al otro lado.” Hoy, 50 años después de la muerte del dictador Francisco Franco, cuando la memoria de todo lo sucedido entre los convulsos años 1975 y 1977 parece casi desvanecida, la invitación de Carlos Polimón a maravillarnos por las obras de ingeniería que jalonan nuestro país, y la de Juan Fernández-Miranda a recordar la historia de Juan Carlos I, Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez, me parece más que oportuna: las instituciones democráticas y los puentes son el único camino que nos puede conducir al otro; tengamos la sensibilidad de valorarlos, cuidarlos y —ésta será siempre una labor inacabada—, mejorarlos y ampliarlos para las generaciones venideras.

 

Luis Ruíz del Árbol es autor del libro «Lo que todavía vive»


Lee también: No se meta usted en política

 


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