Venezuela: El silencio de un presidente y el grito de todo un país

Mundo · A. C. Sierra
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2 octubre 2024
El pasado 28 de septiembre se cumplieron dos meses de las elecciones presidenciales en Venezuela. Tanto en el país como en 500 ciudades del mundo, los venezolanos salieron a las calles para exigir el reconocimiento de los resultados en los que el candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia, se convirtió en el presidente electo con un 67% de los votos.

Madrid, Puerta del Sol. Seis de la tarde. Me atacó la soledad cuando, al bajarme del metro en Sol, no vi a nadie con una gorra amarilla, azul y roja, una camisa de La Vinotinto o una bandera atada al cuello. Yo, que nunca uso gorra, desempolvé la mía. Pensé que atraería alguna mirada en la calle. Nada. Una gorra que en Venezuela significa todo, aquí nadie parecía fijarse en ella.

“¿Para qué vine?”, pensé, “parece que no va a venir nadie”. En momentos como ese, te das cuenta de que la soledad es un grito. Un grito que pide una compañía, una presencia concreta. Yo, con mi gorra puesta, gritaba en silencio cuando me bajé en la parada del metro. Gritaba y pedía encontrarme con otras gorras, con banderas o con alguna camisa color vino tinto.

Confieso que tenía miedo de llegar y encontrarme la plaza vacía. Me equivoqué. Respiré con alivio cuando vi cuánta gente estaba congregada en la Puerta del Sol. El centro neurálgico de Madrid estaba lleno de banderas amarillas, azules y rojas, de camisas de La Vinotinto y de gorras como la mía. Manos amables entregaban aquí y allá pancartas con dos lemas: “¡Edmundo Presidente!” de un lado, “Por la libertad de Venezuela” del otro. No faltaban los carteles que pedían “libertad para los presos políticos”.

Sin embargo, verme allí entre tantos tenía un sabor agridulce. “No estamos solos en este país”, pensé. Hay una gran parte de mi gente –se habla de que España ya acoge a más de medio millón de venezolanos– que está aquí, como yo. Para uno es un alivio saber que hay más como tú. Pero también duele ver tantos que, como yo, hemos tenido que irnos lejos. Irnos lejos sin saber cuándo vamos a poder regresar.

Seis y media de la tarde y seguían llegando personas. Recorrí la plaza de un lado al otro. Un hombre de cincuenta años se cubría el rostro con un antifaz amarillo, azul y rojo. Un abuelo abrazaba la foto de un chico que abajo decía “Libertad para Henry”. Un rockero de los que tocan en el metro alzaba una guitarra eléctrica con el cartel que gritaba “¡Edmundo Presidente!”. Niños jugaban con carteles que pedían por la libertad de un país que probablemente no han conocido. Señoras se pintaban unas a las otras banderas en las mejillas. Ancianas encorvadas o en sillas de ruedas se arropaban con banderas. Me pregunté cómo, con tan avanzada edad, pudieron venir hasta acá. Jóvenes y mayores zapateaban al ritmo del joropo que tocaba la pequeña orquesta que estaba en la tarima. Sonreí con ironía: “A ponerse las alpargatas, que lo que viene es joropo”, pensé.

Porque tenemos dos meses bailando joropo con el régimen. Bueno, veinticinco años, pero estos dos últimos meses han sido un intenso contrapunteo.

Foto: Cortesía de A. C. Sierra

Desde el 28 de julio, la situación política en Venezuela ha sido un tsunami de sucesos. La oposición publicó el 83% de las actas. En estas, Edmundo González Urrutia se alzó como presidente electo con un 67% contra un 30% de Maduro. El régimen le otorgó el triunfo a Maduro con un 51%. Dos meses después, el gobierno aún no ha publicado las actas que certifiquen este resultado. Han habido más de 20 asesinatos, cientos de heridos y 2000 detenidos injustamente desde el 28 de julio. De estos detenidos, más de 100 son menores de edad. Han perseguido a miembros de mesas electorales por publicar las actas en redes. X (Twitter) y Tik Tok están bloqueados en territorio venezolano. Los militares tienen órdenes de revisar teléfonos móviles en las calles y arrestar a quien tenga mensajes “contrarrevolucionarios”. Han anulado pasaportes de civiles sin ninguna razón. La líder de la oposición, María Corina Machado, está en la clandestinidad. Seis miembros de su equipo están refugiados en la embajada de Argentina, asediada por la policía del régimen. El gobierno ha cortado relaciones internacionales con varios países.

Y una de las noticias más recientes que ha ampliado el tablero de esta partida de ajedrez: Edmundo González Urrutia, estando refugiado en la embajada española en Caracas, fue forzado a exiliarse en Madrid, por la actuación de figuras políticas como José Luis Rodríguez Zapatero.

En la Puerta del Sol en Madrid, vi a un hombre con una camisa que decía: “Venezuela nos duele a todos”. En estos días, me he dado cuenta de que es cierto.

¿Por qué instituciones como el Congreso y el Senado español, como el Parlamento Europeo, se reunirían a instarle a sus gobiernos que reconozcan a Edmundo González como presidente electo? ¿Por qué ex-presidentes firmarían cartas exigiendo este reconocimiento? ¿Por qué jefes de gobierno como en Argentina pedirían orden de captura para Maduro? ¿Por qué antiguos aliados del régimen como Lula Da Silva y Gustavo Petro están tan reacios a reconocer a Maduro como presidente?

¿Por qué le importamos tanto al mundo?

La respuesta geo-política es evidente: el problema migratorio que representa Venezuela es una amenaza para otros países y esta situación está por agravarla. Ya somos más de ocho millones fuera del país. Ocho de los treinta millones de habitantes que tiene Venezuela. Nadie, por más cruel que suene, quiere albergar más venezolanos en sus tierras. Se solucionarían muchísimos problemas para tantos países si los caribeños volviéramos a nuestro hogar… Pero, para que volvamos, tiene que haber un cambio de gobierno.

La respuesta de izquierdas y derechas internacionales es obvia también: las derechas se aliarán con una líder y un presidente que son opuestos a un régimen apoyado por Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Cuba y Nicaragua.

El problema es que, en Venezuela, esta ya no es la mentalidad. Mientras Europa sigue encasquillada en el debate entre izquierdas y derechas, en Venezuela poco importa la inclinación política de los partidos. Se sigue a rostros concretos, y nunca habíamos estado tan unidos detrás de dos específicamente: María Corina Machado y Edmundo González Urrutia. Los más de siete millones de venezolanos que votaron por González lo confirman. Y en esos siete millones no están incluidos los jóvenes que recién cumplieron dieciocho años y no los dejaron inscribirse en el Registro Electoral, ni los más de cuatro millones de venezolanos mayores de edad en el extranjero que tampoco pudieron votar. Si hubiésemos votado todos, la diferencia hubiese sido de más de ocho millones.

Ocho millones fue lo máximo que llegó a alcanzar Hugo Chávez Frías en cualquiera de las elecciones a las que se sometió en su carrera política. Hoy, esa cifra es la distancia abismal que hay entre el pueblo y el gobierno. Venezuela no es un país dividido. No es un país cuya población necesite reconciliarse. Es un país rehén de unos pocos delincuentes, cuyos cargos incluyen terrorismo, narcotráfico y crímenes de lesa humanidad.

Entonces, ¿hay una respuesta más humana a por qué le importamos al mundo? ¿Quizás es que de verdad que nos duele el dolor ajeno? ¿Qué nos escandaliza la injusticia sin importar la latitud en la que se produzca? ¿Que en tiempos de relativismo, aún hay verdades objetivas como que nadie merece ser sometido a una dictadura, sea del extremo político que sea?

Foto: Cortesía de A. C. Sierra

Sobre las siete y media de la noche, la cantidad de personas congregadas en el centro de Madrid por la causa venezolana había crecido considerablemente. Goizeder Azúa, periodista venezolana que presentaba a las distintas personas que subían a la tarima a contar sus testimonios –activistas, políticos, familiares de presos políticos, entre otros– dio el anuncio que causó furor entre los presentes: el presidente Edmundo González Urrutia había llegado a la Puerta del Sol.

Los medios de comunicación disparaban ráfagas de fotos. Los ciudadanos grababan como podían con sus móviles. La gente extendía la mano para intentar saludar al presidente. Un presidente que, hasta hace semanas, era un rostro que solo habían conocido a través de una pantalla. Solo lo habían visto en las redes sociales. Su voz solo la conocían por vídeos en Instagram y audios de WhatsApp. El grito de los exiliados venezolanos conseguía, en un rostro concreto, la compañía que había estado anhelando. Un presidente que se encontraba con su gente en las calles de un país que no es suyo, ni de los que le siguen. Pero es un país que se ha convertido en algo más que un refugio para todos. Se ha convertido en un hogar en el cual volver a empezar.

Cuando Edmundo González Urrutia subió a la tarima, solo, estiró la bandera delante de todos los presentes y después lanzó su característico gesto: un pulgar arriba.

Este hombre parecía haber abandonado la vida diplomática cuando se jubiló en el 2002. Veintidos años después, aparece delante de miles de personas que lo saludan gritando “¡Presidente!”. Este es un pueblo que tiene años sufriendo la impotencia de no poder hacer más por su país desde la distancia. Somos gente que nos sentimos cobardes por habernos marchado. Nos sentimos culpables por tener vidas cómodas aquí cuando otros, allá, sufren. Pero este dolor no es un grito que haya sido ignorado. Pudimos, este sábado, saludar al que nos ha escuchado, al que ha prometido traer el cambio que tanto ansiamos. Pudimos vernos cara a cara con el hombre que, junto a María Corina Machado, ha jurado luchar “hasta el final”.

Pero lo más interesante de la noche vino después. Edmundo González Urrutia se bajó de la tarima y se marchó. Algunos voluntarios empezaron a repartir entre la multitud una escueta carta de González. En esta, el presidente electo insistía en que la lucha por la democracia y la libertad de Venezuela sigue. Goizeder Azúa y después Antonio Ledezma excusaron al presidente electo de no poder hablar por un problema de salud. Ledezma procedió a leer la carta que se repartió entre los presentes.

Edmundo González Urrutia hizo acto de presencia, pero no dijo ni una sola palabra.

Las hipótesis y especulaciones están a la orden del día: que si firmó algo que le prohíbe hablar en público; que si de verdad está enfermo; que si como asilado en España la ley no le permite hacer declaraciones políticas; que si no habla por temor a que castiguen a su familia en Venezuela… Esto no es lo que me interesa. Lo que me interesa fue la reacción de los allí presentes.

Nadie lo abucheó. Nadie le exigió que hablara. Nadie se molestó con su salida rápida. La gente recibió la carta como un bálsamo. Recibieron su presencia como un regalo. El hecho de que apareciera unos minutos causó una alegría que se mantuvo el resto de la noche. Un pueblo que lleva luchando por su libertad veinticinco años podría haber perdido la cabeza, por el dolor del exilio, por la violencia de la dictadura. Pero eso no fue lo que vi. El sábado vi un pueblo con un afecto tal hacia este hombre que aparecía para abrazarnos, que no había pretensión alguna de nuestra parte. Nadie pretendía que Edmundo González Urrutia hiciera nada en la Puerta del Sol.

Nadie ha pretendido nunca que Edmundo González Urrutia haga nada.

Este es un hombre de setenta y cinco años con una generosidad infinita. No tendría porqué estar al frente de esta lucha y sin embargo, está. No tendría que haberse puesto de sustituto de la sustituta de María Corina Machado, y sin embargo, se ofreció. No tendría que haberse unido a la Plataforma Unitaria, y sin embargo, la presidió. No tendría que haber abandonado su tranquila y merecida jubilación para unirse a la lucha por la libertad del país, y sin embargo, aquí esta: exiliado, pero no rendido, callado, mas no atrapado.

Un hombre que aún tiene familia en Venezuela. Un hombre que ha sido coaccionado. Un hombre que tiene orden de captura. Un hombre que ha pasado más de un mes escondido en la embajada de Países Bajos. Un hombre que tiene todo en contra y, aún así, tiene una sonrisa y un pulgar arriba que ofrecerle a los venezolanos, y al mundo entero.

Y a este hombre lo sigue un pueblo que entiende la circunstancia. Un pueblo que entiende que nadie puede exigirle nada. Un pueblo que si está unido a Edmundo González Urrutia, es porque más allá de su propuesta política, más allá de su sensatez y su serenidad, nos une el agradecimiento. Estamos todos agradecidos de que él haya dado un paso al frente. Y nosotros estamos dispuestos a dar ese paso con él.

Porque todos esperábamos que apareciera en la Puerta del Sol, pero nadie fue pensando que iban solo a encontrarse con él. Todos los que fuimos íbamos por algo más grande. Por lo que han luchado Edmundo González, María Corina Machado y tantos otros en veinticinco años. Fuimos a encontrarnos con un país que ansía la libertad. Con un país que desea que el presidente electo pueda volver a Venezuela para juramentarse el 10 de enero de 2025.

Foto: Cortesía de A. C. Sierra

Y en ese encuentro con un país lleno de esperanza y afecto por su presidente electo, había algo que para nosotros es muy fácil de identificar. Tan fácil como explicar por qué, después de veinticinco años de dictadura, aún albergamos esperanzas. Lo que encontré fue un profundo y sincero agradecimiento hacia España.

La pregunta escéptica sería: ¿Por qué agradecerle a un país cuyo jefe de gobierno es un aliado discreto de la dictadura? ¿Por qué agradecerle a un país que dejó entrar a dos de los peores personajes del régimen a su embajada para que coaccionaran al presidente electo? ¿Por qué agradecerle a un país que su gobierno no quiere reconocer los resultados de la elección del 28 de julio?

Por la misma razón que, así como Venezuela no es Maduro, España no es Pedro Sánchez. Ni Albares. Ni Zapatero. España es cada una de las personas que en este país ha acogido a un venezolano.

España es cada profesor que no ha hecho sentir mal a un niño que habla de “ustedes” en vez de “vosotros”. España es cada padre que ha recibido en su casa a un niño venezolano como si fueran su propio hijo. España es cada periodista que se interesa en la noticia de Venezuela y decide hablar de eso en el papel, en la televisión o en la radio. España es cada comerciante que decide contratar a un venezolano aunque su CV no tenga nada que ver con el trabajo al que aplica, y así abogados terminan de meseros e ingenieros de taxistas, pero todos con la cabeza en alto porque pueden ganarse un sueldo digno. España es cada funcionario público que decide ver a un venezolano con doble nacionalidad como un europeo que vuelve a casa. España es cada cliente que le pregunta a un trabajador venezolano cómo están las cosas en su país. España es cada arrendatario que decide confiar en un venezolano y creerlo tan apto de pagar el alquiler como cualquier otro ciudadano. España es cada abuela que dice que reza por Venezuela en la misa del domingo a las doce. España es cada aficionado que grita los goles de Machís con el Real Valladolid o de Herrera con el Girona. España es cada uno de ustedes que, delante del “pucherazo” de Maduro, ha abrazado a un venezolano que lloraba porque, otra vez, nos robaron una elección. España es cada uno de los que, aunque sean amigos de venezolanos, esperan que puedan volver a casa.

España es cada político de izquierda o de derecha que ha reconocido a Edmundo González Urrutia como presidente electo.

España es cada uno de los que nos ha demostrado que la camisa del hombre que decía: “Venezuela nos duele a todos” no se equivocaba.

Y de esto estaba llena la Puerta del Sol el 28 de septiembre de 2024. Del silencio de un presidente electo, provocado por la sombra de una dictadura que se extiende hasta el centro neurálgico de Madrid, pero también del grito de un pueblo lleno de esperanza. De un grito que ansía que su soledad sea abrazada por una presencia concreta: como el abrazo de tantos cuando regresen al país; los abrazos para celebrar el fin de la dictadura, los abrazos de los presos políticos con sus familiares y amigos cuando salgan de su injusto encierro. Los abrazos entre españoles y venezolanos en cualquier ciudad de este país. Como el abrazo que nos dio Madrid al prestarnos la Puerta del Sol por unas horas en una tarde de otoño. Como el abrazo que fue vernos rodeados de gorras amarillas, azules y rojas, camisas de La Vinotinto, y banderas de Venezuela y España ondeando juntas en el viento.

Como el abrazo que queremos darles a todos y decirles: Gracias, María Corina, Edmundo, Madrid, España, Europa, Occidente. Gracias al mundo entero. Gracias a todos por el abrazo, y gracias por hacernos saber que no estamos solos.

 


Lee también: “Amanecerá y veremos”: ¿Qué esperar de las elecciones presidenciales en Venezuela?


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