Un cambio radical, una ocasión de libertad
España tendrá, tras las elecciones de este domingo, un gobierno de PSOE y Podemos con algún apoyo nacionalista. El cambio será radical. Las encuestas de hace unas semanas estaban equivocadas. Las que valían no eran las últimas sino las de septiembre. La mayoría de los votantes jóvenes que apuestan por una nueva política no lo han hecho dentro del cauce de la Constitución. Podemos, el partido hermano de Syriza, obtiene un formidable resultado de casi 70 diputados. Y Ciudadanos, la formación moderada de la nueva política, obtiene un resultado muy por debajo de los sondeos: quedarse en el entorno de los 40 diputados es un resultado muy inferior a las expectativas iniciales. A sus líderes les ha sobrado arrogancia y les ha faltado madurez.
Habrá gobierno radical porque aparece con fuerza Podemos y porque el PSOE se queda muy por debajo de su peor resultado: ha mejorado respecto a los sondeos y mantiene el tipo con 90 diputados. Los socialistas españoles no harán una gran coalición, no serán fieles a sus raíces socialdemócratas y se aliarán con el radicalismo de Podemos, que en gran medida marcará la agenda. Habrá un gobierno social-radical también porque el varapalo al PP es contundente: pasa de 186 escaños a quedarse por debajo de 125. La buena política económica no ha sido suficiente. El PP ha pagado no haber cortado a tiempo con la corrupción, no haber sabido explicar la política de ajustes, su distanciamiento astronómico de la vida social y una forma de ejercer el poder tecnocrática. No habrá efecto Cameron.
España tendrá un mal gobierno. Un gobierno que hará mala política económica (veremos qué sucede con la recuperación), que será muy estatalista y que limitará las libertades. ¿Por qué Podemos ha subido tanto? Podemos le ha arrebatado una parte de espacio al socialismo, al nacionalismo, y a las formaciones de la izquierda-izquierda. España se queda sin la socialdemocracia más clásica. Una importante pérdida. El avance de Podemos es el “no” de amplios sectores sociales a las referencias constitucionales, es el fracaso de una generación que no ha sabido transmitirle a otra el valor de la transición, es la otra cara de un exceso de tecnocracia y de descuido de la educación. Es el triunfo de la utopía que le atribuye a la política y al Estado la capacidad de hacernos felices.
En este contexto, en el que desde el poder se va a apostar por el estatalismo, reconocer y desarrollar el valor de la persona y su responsabilidad es más urgente que nunca. Es la hora de la sociedad civil pero no para propiciar la polarización de una vida democrática que va a estar muy tensa. No habrá un cambio rápido.
Habrá que librar pocas batallas y esenciales, centradas en la libertad. En la libertad de educación, en la libertad personal (tutela efectiva de la objeción de conciencia) y religiosa. Los espacios de libertad se conquistan ejerciéndola. Y, sobre todo, hace falta un trabajo lento de construcción social en favor de un encuentro que esté más allá de las posiciones ideológicas. El futuro está fuera de las trincheras. En un campo abierto donde no se dé nada por supuesto. Donde predomine la estima por el diferente y el intento por comprender qué hay detrás de la reivindicación de más Estado o los nuevos derechos, por poner dos ejemplos. Más que nunca es el tiempo de superar esquemas ideológicos y de poner en la vida pública una experiencia positiva. El radicalismo ha triunfado, en gran medida por el cansancio que provocaba un discurso gastado y resignado, por la sensación de que a la vida pública le faltaba autenticidad. Ese deseo de autenticidad puede ser un punto de encuentro. Todos necesitamos palabras frescas, palabras verdaderas, que nazcan de una experiencia humana real. Solo esa experiencia auténtica, libremente ofrecida, pueden abrirse paso en esta situación.