Ucrania: en el corazón de un cambio histórico

Mundo · Adriano dell´Asta
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29 mayo 2025
Ya en el título del libro se da la clave interpretativa de lo que está pasando. Lo que sucede en Ucrania es una verdadera lucha por la defensa de la independencia de una sociedad.

La Guerra d’indipendenza ucraina. Come il conflitto ha cambiato il Paese. 2014-2024 (Scholé, Morcelliana, Brescia 2025) es una ágil pero densa recopilación de ensayos (editada por S.A. Bellezza y otros) cuyo título ya sugiere una clave interpretativa que, en mi opinión, es difícilmente discutible: la que se libra desde 2014 en Ucrania (aunque en formas y con intensidades diferentes) es una verdadera lucha por la defensa de la «independencia de una sociedad»: una lucha caracterizada por parte rusa por una serie de crímenes muy graves (desde el asedio de Mariupol hasta las masacres de Buča), que han traído consigo una transformación radical de la propia sociedad (identidad, religión, etc.) y han tenido repercusiones fundamentales en el extranjero (en Rusia y en los países de la antigua Unión Soviética, además, por supuesto, del resto del mundo que se ha visto arrastrado a esta guerra).

Además de esta clave interpretativa, hay que destacar una observación fundamental, que figura al final de la introducción y que con demasiada frecuencia no se toma en serio: el estudio de Ucrania es «más importante que nunca porque no es posible avanzar en propuestas de paz si no se conoce la realidad de la guerra».

Así, el libro comienza con una reconstrucción precisa de la guerra y sus horrores, con los bombardeos contra civiles que nunca han sido una casualidad o una excepción, sino que siempre han representado «una estrategia precisa» aplicada «de forma indiscriminada» contra un pueblo para el que ser nazi constituiría «un elemento intrínseco de la identidad nacional ucraniana» que, por lo tanto, debía ser eliminado; y se puede decir lo que se quiera sobre el carácter extremista de estas afirmaciones, pero el hecho de que se hayan repetido y se sigan repitiendo con una regularidad impresionante y que se retomen incluso en nuestro país con una ligereza desarmante las hace aún más graves.

La imagen del hombre que se manifiesta en ciertos comportamientos (con violencias sexuales cuyas víctimas tienen entre 4 y 82 años) va más allá de la trágica brutalidad de las guerras y revela un proyecto de verdadera «deshumanización», cuya denuncia no puede relativizarse como si fuera el resultado de un simple choque propagandístico.

Este riesgo, siempre presente, está bien señalado por una de las autoras, pero hablar de propagandas opuestas ya no tiene sentido cuando es el propio «comandante en jefe de las fuerzas armadas rusas [quien] se permite una broma pública sobre la violación, representando a Ucrania como una mujer sumisa y a Rusia como un hombre dominante».

Es evidente que este tipo de comportamientos tienen consecuencias trágicas cuando ya no se trata de bromas, sino de una realidad en la que la violencia sexual se convierte en un arma de guerra y, más aún, en «medio de comunicación entre hombres de bandos opuestos». Deshumanización de las víctimas inmediatas, desmasculinización de los hombres obligados a asistir a ciertos «espectáculos» sin poder defender a las víctimas: se alcanzan abismos en los que la humanidad es destruida a niveles inimaginables, incluso en los autores de ciertos crímenes en los que es cada vez más difícil encontrar un atisbo de la imagen de Dios tan desfigurada.

Foto: Ediciones Scholé

Muy ricas y detalladas son también las análisis sobre las transformaciones producidas por esta catástrofe a nivel social, político y económico, pero me gustaría detenerme en particular en algunas consideraciones relativas al aspecto cultural que subyace al comportamiento del actual poder ruso, con su evidente nostalgia de la «sovieticidad»; si este aspecto es innegable, también lo es, sin embargo, la necesidad de salir de una lógica de pura contraposición: la necesidad de defender y articular la propia identidad debe estar absolutamente fuera de discusión y ser constantemente apoyada por quienes desean un proceso de paz auténtico en el que se garanticen a Ucrania todas sus prerrogativas como nación independiente y, sin embargo, «para derrotar al fascismo, Ucrania no debe aspirar a convertirse en una Gran Cultura, el centro de la cultura europea, porque la Gran Cultura es un proyecto imperial que siempre conserva los gérmenes del fascismo. La verdadera estrategia de emancipación es la estrategia descolonial de convertirse en menor, eludiendo la fantasía de la grandeza colonial».

Lo que debe aspirar Ucrania, «con el fin de prevenir derivas etnonacionalistas y fenómenos de cierre», es evidentemente una grandeza muy diferente a la de los imperios, las potencias y sus justificaciones ideológicas, donde el carácter grandilocuente de ciertas afirmaciones, que querrían transformar una agresión imperialista en una «guerra santa», no logra ocultar el vacío que se esconde detrás de ciertas fórmulas y que se manifiesta luego en la crisis en la que caen quienes las hacen suyas, como ha hecho el patriarca Kirill, que, con su apoyo nada cristiano a una guerra de agresión, ha producido una división difícilmente sanable dentro de la propia Iglesia ortodoxa.

Otra, y siempre muy diferente, es evidentemente la grandeza de la humanidad auténtica, donde la diversidad nunca es un peligro o una pérdida, sino que siempre debe ser entendida como una riqueza, ya se trate de las mujeres o del movimiento por los derechos LGBTQIA+.

No menos interesantes son los estudios dedicados al fenómeno de las migraciones y las diásporas, que recorren la cuestión ucraniana a la luz de la responsabilidad internacional (y luego personal), considerada no al nivel de las interesantes cuestiones geopolíticas, sino llevándola a su núcleo último, allí donde se trata de la acogida auténtica y donde el otro, con su presencia concreta, ya no puede ser motivo de una muestra de generosidad exterior, sino que obliga a una movilización auténtica, laboriosa y continua; y aquí vale la pena destacar que el libro recuerda un fenómeno que se ha vuelto imponente en su generalidad: «Una ola de movilización social sin precedentes y el surgimiento de un nuevo tipo de activismo social y de una nueva calidad de la sociedad civil».

Decididamente significativo en este sentido es también el mantenimiento de una resistencia de la sociedad civil, ya se manifieste esta resistencia en un Estado como Moldavia, literalmente bajo ataque, o como Rusia, demasiado a menudo representada como aplastada por las posiciones putinistas y aquí presentada, en cambio, en su multifacética realidad; en este sentido, si el intento de las autoridades es sin duda el de utilizar «la guerra como excusa para aplastar la disidencia y «limpiar» por completo la sociedad civil», no es menos cierto que fenómenos de oposición como los de Navalny (y de muchos otros testigos y víctimas menos conocidos) demuestran también la imposibilidad de llevar a cabo hasta el final «el modelo de Putin (…) de una sociedad civil dominada por el Estado y al servicio de los intereses de la nación rusa».

 

Artículo publicado en La Nuova Europa

 

Para leer más sobre el tema:

«Rusia, 1917» (Giovanna Parravicini, Adriano Dell´Asta, Marta Carletti, Ed. Encuentro)

La «pace russa». La teologia politica di Putin” (Adriano Dell´Asta, Ed. Scholé)


Lee también: Putin tiene miedo de una Ucrania democrática

 

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