Trump y los límites del liberalismo

Editorial · Fernando de Haro
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1 marzo 2025
Trump y su vicepresidente J.D. Vance, convirtieron el encuentro en el Despacho Oval en una humillación a Zelenski.

Lo del pasado viernes en la Casa Blanca fue una encerrona a Zelenski. En contra de cualquier regla diplomática, Trump y su vicepresidente J.D. Vance, convirtieron el encuentro en el Despacho Oval en una humillación a un presidente que representa a un pueblo que lucha por su libertad. El “gran pecado” de Zelenski fue pedir un alto el fuego con Rusia que incluya garantías de seguridad.

Trump acusó a Zelenski de poner al mundo en riesgo de una III Guerra Mundial. Ese fue exactamente el mismo argumento que utilizó Chamberlain, primer ministro británico, cuando entregó en 1938 a Hitler parte de Checoslovaquia para evitar la II Guerra Mundial. Después no hubo manera de parar al genocida.

A Trump le han bastado poco más de cinco semanas para dañar seriamente el multilateralismo, el derecho internacional, los principios más elementales que rigen las relaciones en la comunidad de las naciones, el respeto a la soberanía, a la integridad internacional, los compromisos, la mínima lealtad debida a los socioseuropeos y no solo europeos (parece que han dejado de serlo) … Es verdad que todo eso estaba en crisis. Pero Trump ha ahondado la crisis hasta límites que eran difíciles de imaginar.

El optimismo suele ser una gran trampa. Nos dijeron que el presidente de los Estados Unidos era un “presidente transaccional” y que muchas de sus afirmaciones disparatadas buscaban ganar una posición de ventaja ante una negociación. Según esta interpretación, cuandoTrump dice que hay que echar a todos los palestinos de Gaza, en realidad lo que pretende es que los países del Golfo, Egipto y Jordania se hagan cargo de ellos y de la reconstrucción. Puede ser, pero de momento lo que estamos viendo es que Trump apoya de forma acrítica a Netanyahu. Y estamos viendo también que  Trump le da la razón a Putin en sus pretensiones sobre Ucrania.

Trump ha devuelto las relaciones internacionales al punto en el que se encontraban hace un siglo: la única regla que rige es la del más fuerte. Es curioso porque esta situación viene acompañada de un intenso discurso “moralizador”, un discurso  en favor de los “valores occidentales” de J.D. Vance su vicepresidente católico. En su intervención en la Conferencia de Múnich de mediados de febrero, J.D.Vance  acusó a los europeos de haber abandonado los principios democráticos y “el principio sagrado de que la voz del pueblo cuenta”. No hablaba ciertamente de la voz de los ucranianos. El vicepresidente de los Estados Unidos no parece un cínico. Pero el problema es entonces qué entiende por “valores occidentales” y “principios democráticos”.

Hace unos días J.D Vance escribía un mensaje en redes sociales para explicar por qué Trump no quiere comprometerse con la seguridad de Europa. Lo explicaba así: “nuestros aliados de Europa Occidental se han beneficiado enormemente de la generosidad de Estados Unidos, estos aplican políticas internas (sobre migración y censura) que ofenden la sensibilidad de la mayoría de los estadounidenses”.

La frase supone renunciar a una ética de carácter universal. Desde que el presidente Wilson defendió un nuevo orden mundial al final de la guerra mundial, Estados Unidos creyó tener “una misión” en el mundo basada en ciertos ideales. En los últimos cien años esos ideales se han aplicado a menudo con mucha torpeza y han llegado a hacer mucho daño. Pensemos en la inspiración ideal de los neocon que creían de verdad en una democracia universal y que provocaron un desastre sin precedentes con la invasión de Iraq en 2003. Obama también creía aplicar los ideales de la democracia cuando apoyaba a los Hermanos Musulmanes en Egipto.

En nombre de “la sensibilidad” de la mayoría de los votantes de Estados Unidos, J.D.Vance no considera justo comprometerse con la defensa de Europa. Si Roosevelt hubiera seguido ese razonamiento, Estados Unidos no hubiera combatido contra Hitler. La mayoría de los estadounidenses eran contrarios a entrar en guerra.

La quiebra de la ética universal que ha puesto de manifiesto Trump es, en cualquier caso, una gran oportunidad para comprender los límites del liberalismo. ¿Qué entiende J.D Vance por “principios de la democracia liberal”? ¿Qué entendemos nosotros? Hasta ahora muchos han sostenido que una sociedad es liberal si  protege los derechos y libertades de todos y  cada uno de los individuos para alcanzar lo que quieren en la vida. La justicia se realiza, así, cuando se protege el bien de cada individuo y el bien de cada nación. El bien común sería la suma de los bienes de cada individuo, de los bienes de cada nación. Y quien diga lo contrario es un “globalista”, aseguran los chicos de Trump. Con este pensamiento liberal no hay manera de sostener, como estamos viendo, ni un ética común y universal, ni un fundamento adecuado para el derecho internacional. En la visión puramente liberal las reglas de juego son lo único que une a las personas y la moral es algo añadido que proporciona  un suplemento de “perfección”. Y cuando hablamos de instancias internacionales, de instancias superiores a los Estados soberanos, ya no hay reglas comunes, impera la ley de la selva.

El problema de la concepción liberal no es que sea “inmoral”, el problema es que no da cuenta de la experiencia que hacemos cuando vivimos en sociedad. Compartimos muchas cosas que no son reglas: la confianza, la capacidad de colaborar, de reconocer bines compartidos… Todos esos bienes comunes mantienen en marcha a un país y a la comunidad de las naciones. El ser de las cosas es relación. Una moral, unos principios democráticos, que se basen en el ”deber ser” y no en el “ser” de lo que nos permite seguir en pie, está condenada al fracaso.

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