Siempre en fiestas

Cultura · Cristian Serrano
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7 abril 2014
El fútbol es de los aficionados. Y más si cabe de aquellos que se desgañitan, cuya aportación es la animación constante. Hay lugares donde el fútbol es una vibración constante con acento en los prolegómenos de un partido hasta el pitido final del mismo. Eso sucede en el estadio Vallecas.

El fútbol es de los aficionados. Y más si cabe de aquellos que se desgañitan, cuya aportación es la animación constante. Hay lugares donde el fútbol es una vibración constante con acento en los prolegómenos de un partido hasta el pitido final del mismo. Eso sucede en el estadio Vallecas.

Es sábado, quedan pocos minutos para que sean las nueve. Los vagones del metro de la línea uno son franjirrojos en su mayoría. Pero hoy el rival viene acompañado. Se oye griterío. Son celtiñas que ocupan los últimos vagones. Para éstos ya ha empezado el partido. Salir del metro y la mezcla es total. Se combinan los cánticos de unos y otros a una hora para que dé comienzo el Rayo-Celta. Al otro lado de avenida Albufera en un bar aparecen imágenes del partido entre la Real y el Madrid. ¿A quién le importa? Está claro, allí solo el camarero, y cuando los visitantes del local se lo permitían, miraba al partido.

Una vez dentro sorprende todo. Parece un viaje al pasado. Varias generaciones se dan cita en las butacas para ver a su Rayo. Minuto uno y, de pronto, sin avisar, todo el estadio cantando, recitando esas melodías que el jugador agradece desde el verde.

“¿Esto es verdad?”, me pregunté algo escéptico. La escena se repite constantemente. Son pocos los estadios en los que la animación es el clima dominante a lo largo de los partidos pero aquí no se concibe otra cosa. Da igual estar en el fondo que en las tribunas. Unos empujan a los otros. Solo cambian de tema unos cuantos para quejarse de las “cabezonerías de Jémez”. Me dicen que llueve sobre mojado porque el Rayo ha encajado unos cuantos goles esta temporada por obcecarse en jugar de una forma bastante arriesgada en algunos momentos. Son escenas aisladas.

Pronto Rochina desata la locura con el 1-0. Y con él bufandas al vuelo, largos abrazos saltando y el speaker con su tradicional: “¡¡¡¡¡Rugió, rugió, rugió, rugió Rochina!!!!”.

De repente todos sacaron de su corazón una pesada piedra. Ganar era fundamental. Y se logró. Se sucedió un doblete de Bueno para finalizar al ritmo de “La vida pirata, la vida mejor”. 3-0 y el Rayo respira. Nuevo peldaño para lograr la permanencia. Todo el equipo en el centro del campo agradeciendo al número 12 su presencia y cariño. “Posiblemente la mejor afición y el mejor equipo del mundo”, finaliza el speaker.

Así sucede en Vallecas. Cada vez que el Rayo juega en casa, hay fiesta patronal. Las calles aledañas al campo se cortan, las charangas se amontonan y los danzantes dan el callo en el césped. Siempre en fiestas y casi siempre en tensión por lograr el objetivo.

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