«¿Quién nos separará?»
“¿Quién nos separará? Nada ni nadie”. Eras mi sol, mi alegría, mi coraje, mi firmeza, mi todo. Digo eras, porque hoy digo, eres casi, mi todo. Y ese casi lo cambia todo. El uno en el otro encontramos el signo de un amor más grande, el sol verdadero y la alegría verdadera, juntos encontramos la dirección hacia la vida buena que tanto, tanto, buscábamos. El Señor por fin, apiadándose de nosotros nos vino a buscar y nos indicó el camino de la mano de sus testigos en la tierra. “¿Quién nos separará de su infinito amor? Nada ni nadie”. Estabas preparado para este momento; aunque siempre quedan algunos flecos pendientes, perdones que pedir, hoy los pido delante de todos en tu nombre porque sé que era tu voluntad.
Este camino que iniciamos de la mano nos enseñó un nuevo modo de mirar todo. En ese mismo camino encuentras a otros peregrinos, con su ejemplo, conviviendo con ellos vas aprendiendo a pedir perdón, a perdonar, a ser más agradecido, el corazón de piedra se va volviendo de carne. De ti el Señor solo te pide el acto de libertad y coraje, cuando tú quieras, cuando tú lo veas, de abrir la escotilla y dejarle entrar, Él nunca, nunca, se cansa de llamar a tu puerta.
Hemos visto a nuestros amigos cristianos dar gracias al Señor incluso en circunstancias muy difíciles. Hoy, la tempestad ha arreciado mucho, mucho, pero el Señor está en nuestra barca, nada temo. Hoy me atrevo a decir, en medio de este dolor, del que todavía ni siquiera soy consciente del todo, gracias, gracias Señor, por todo lo que me has dado, gracias por venir a rescatarnos, gracias por darme a Mikel como signo de tu Amor, gracias por estos casi seis años de felicidad. Nuestro matrimonio lo ha sido, por nuestro mutuo acompañamiento a nuestro destino, por ir de la mano a descubrir nuestra vocación hacia Ti.
¡Te pido fuerzas Señor!, y a ti Mikel, a quien siento en el corazón, a quien siento vivo, ayudadme a proseguir en este camino de Amor con mayúsculas. Ayudadnos a los que aún seguimos en camino, ayudad a Nahiko, su hijo tan amado, a Jaume, a Joan, a Tere, que ha perdido a su mejor amigo, a Migueltxo, a todos los que le amabais y estáis aquí hoy, a todos los que amándote, no han podido venir, al mundo entero, porque desde que Te encontramos, ya no hay petición que quede circunscrita solo al entorno más querido y conocido.
Volaste al Padre el 6 de agosto, en el día de la Transfiguración de Jesús, los apóstoles dijeron allí hace 2000 años: “Que bien se está aquí, Zéiñ-ondó gaudén hemén, Que bé s’està aquí, y a ti, Miguel, desde el viernes te escucho decir, torrencial como siempre has sido, ¡qué bien se está aquí!” No en vano está grabado en nuestras alianzas de boda, Cristo es nuestra Paz.
Y hoy, en este último acompañamiento en la tierra nos está diciendo: “Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora. Velad porque no sabéis el día ni la hora.”
Nunca hemos terminado una carta sin un Te amo, te amo Miguel, te he amado con locura, que no terminen nunca nuestras cartas de amor.
Gracias Dios mío, gracias.
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21 según San Juan).