¿Preembrión?: precientífico

Mundo · Nicolás Jouve de la Barreda, catedrático de Genética
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10 junio 2013
Parece increíble, pero es frecuente que entre las observaciones que se prodigan en los blogs o comentarios a los artículos de noticias relacionadas con el inicio de la vida humana hay una serie de coletillas o tópicos, que se repiten machaconamente pero sin ningún fundamento. Se adivina en ellos una clara intención de ocultar, o tergiversar la certeza científica, desacreditar a quienes la sostienen o  defender lo indefendible. Sin embargo, el inicio de la vida y su transcurrir en sus primeras etapas se conoce con toda precisión, sobre todo diez años después de la culminación del Proyecto Genoma Humano y las evidencias de la Genética del Desarrollo.

Parece increíble, pero es frecuente que entre las observaciones que se prodigan en los blogs o comentarios a los artículos de noticias relacionadas con el inicio de la vida humana hay una serie de coletillas o tópicos, que se repiten machaconamente pero sin ningún fundamento. Se adivina en ellos una clara intención de ocultar, o tergiversar la certeza científica, desacreditar a quienes la sostienen o  defender lo indefendible. Sin embargo, el inicio de la vida y su transcurrir en sus primeras etapas se conoce con toda precisión, sobre todo diez años después de la culminación del Proyecto Genoma Humano y las evidencias de la Genética del Desarrollo.

Se señalan cosas así como que un embrión no es más que un amasijo de células; o se marcan diferencias entre un embrión procedente de las técnicas de reproducción asistida respecto a los procedentes de una fecundación natural –como si la naturaleza biológica del embrión dependiera del método de su producción-; o se afirma que el cigoto  es equivalente a una célula somática; o se niega la naturaleza humana de los embriones hasta la implantación en el útero materno y se usan términos anticientíficos como pre-embrión u otros para definir dicha etapa; o se insiste en la existencia de diferencias biológicas entre el antes y el después de la implantación; o se afirma que un embrión, incluso un feto es una vida humana  pero no un ser humano, etc., etc.

Tras todo este tipo de comentarios, siempre huérfanos de argumentos que expliquen en qué se fundamentan y muchas veces acompañados de insultos o descalificaciones, se desvelan una especie de mezcla de prejuicios ideológicos, intereses espurios, intento de manipulación de la opinión pública y fórmulas anti-sistema, cuando no antirreligiosas.

Pero las cosas no son tan sencillas y los datos científicos que se deben tener en cuenta, son incontestables. La vida de un nuevo ser (ser y existir son equivalentes según el diccionario de la RAE) queda establecida en cuanto queda conformada la información genética nueva, necesaria y suficiente, distinta a la de los padres de que procede, y en la que existe el programa de desarrollo. Ese nuevo ente es el cigoto que tiene en sí mismo -a diferencia de las células gaméticas que se fusionan para darle paso-, una nueva identidad genética, en la que está todo definido el programa de desarrollo, el sexo, las características físicas básicas, el grupo sanguíneo, las posibles deficiencias o patologías, etc, etc. Todo eso ya está presente en el programa del cigoto –embrión unicelular y primera realidad corporal humana-, como lo demuestra la posibilidad de detectar estas características genéticas en el ADN mediante el llamado diagnóstico genético (preimplantatorio o prenatal).

Tras la fusión de los pronúcleos gaméticos queda constituida la nueva información y el programa de desarrollo del nuevo ser que de forma inmediata se pone en marcha, como ha demostrado la ciencia más actual. Desde la primera división celular se pone en marcha la maquinaria biológica de crecimiento y desarrollo, aumenta el número de células, quedan definidos los linajes celulares del nuevo organismo y todo se produce sin pérdida de tiempo, en «continuidad», como señaló el Comité de Bioética de España en su informe de Octubre de 2009.

Si tenemos en claro que el hilo conductor de la vida, aquello de que dimanan nuestras características biológicas, está determinado en el ADN de cada genoma individual, que éste queda establecido tras la concepción y que la vida transcurre en continuidad, no cabe hablar de preembrión, ni negar la existencia de un ser humano hasta la implantación, ni decir que un embrión no es un ser humano, o que es simplemente un conglomerado de células. Nada de esto es cierto. El reconocimiento de la existencia en los seres vivos, en su doble dimensión espacial y temporal, excluye la idea de que una sola célula –con la excepción del cigoto-, o unas cuantas células, o un trocito de tejido, o una parte de un organismo pluricelular pueda ser equivalente a un ser vivo. Por decirlo de forma sencilla: el embrión (desde la fecundación hasta el final de la séptima semana) y el feto (a partir de la octava semana) son las fases sucesivas del desarrollo de un ser humano, que crece y se va formando sin solución de continuidad.

La consideración de esta evidencia científica debe ser tenida en cuenta a la hora de establecer leyes justas. Lamentablemente la historia reciente del trato a la vida humana en España parece haber ignorado esta realidad. Pero la verdad es tozuda aunque no se quiera considerar. Como consecuencia de ello, el ser humano en sus primeras etapas de desarrollo se encuentra en una situación de falta de garantías e indefensión, al quedar la interpretación y aplicación de la ley ajena a la verdad científica. Urge pues una reforma de las leyes de reproducción asistida (2006),  de investigación biomédica (2007) y de interrupción voluntaria del embarazo (2010), que elimine los falsos conceptos que proteja a los embriones y al concebido no nacido en consonancia con las prescripciones del Tribunal Constitucional (Sentencia nº 53/1985 de 11 de abril).

A todos los que intentan manipular a la opinión pública para mantener la utilización de los embriones para fines distintos a la reproducción o justificar el aborto, como en los recientes casos de la clonación humana del Dr. Mitalipov o en la historia de la madre salvadoreña de nombre Beatriz cabe pedirles un  poco de rigor y respeto y que no manipulen la verdad para sus fines políticos o ideológicos.

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