Precandidatos todos: pseudo-política en Venezuela

España · Bernardo Moncada Cárdenas
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23 julio 2015
El ciudadano de a pie, también llamado pueblo, asiste sorprendido a la desmovilización de la política. Diga usted si, al leer las páginas de política de los pocos diarios libres que quedan en Venezuela, o escuchar la voz del creciente escepticismo reinante al hablar del tema en cualquier círculo, no le da la impresión de que se refieren a un gran grupo de tíos en corbata trotando en una caminadora, una cinta sin fin, haciendo que hacen.

El ciudadano de a pie, también llamado pueblo, asiste sorprendido a la desmovilización de la política. Diga usted si, al leer las páginas de política de los pocos diarios libres que quedan en Venezuela, o escuchar la voz del creciente escepticismo reinante al hablar del tema en cualquier círculo, no le da la impresión de que se refieren a un gran grupo de tíos en corbata trotando en una caminadora, una cinta sin fin, haciendo que hacen.

Y es que la arena política, adonde se acostumbraba a llegar mostrando algunas dotes de genuina vocación de servicio, así como arrojada capacidad de liderazgo, se ha llenado de una nueva especie: el eterno precandidato.

Se trata de hombres y mujeres que dominan el arte de escalar negociando, auto-inflándose (el arte que en Venezuela llamamos pescueceo) y -sobre todo- afiliarse al cortejo de algún aparatchik, como llamaban a los mandamás del partido en la antigua URRSS, a cuya vera medrar y ascender con poco riesgo.

Los concejos municipales, comités de partidos, órganos parlamentarios y gremiales de todo tipo, en múltiples instancias, suelen estar llenos de precandidatos consuetudinarios que se especializan en seguir las encuestas y cuidar las espaldas propias y ajenas, evitando tomar verdaderas decisiones en perfecto ´hoy por ti mañana por mí´, mientras se ponen trampas y se obstaculizan en su supuesta carrera hacia el poder.

Es, claro, una manera de proceder que resulta una costosa parálisis para el país que la sufre, además de ser cuna de una perniciosa forma de pseudo-política a la que hoy, entre lamentos y desaprobación, se alude como populismo.

El eterno precandidato no hará nada que tenga un mínimo coste político, entendido como el desacuerdo o perjuicio de algún posible votante. Un pequeño cambio en las benditas tendencias les pone a temblar quitándoles el sueño, por lo cual evitan ser verdaderos dirigentes; son tristes sigüises de la opinión pública, siguen la ruta del menor esfuerzo y jamás corrigen a su público aun cuando predomine un parecer evidentemente errado.

El precandidato es populista para congraciarse con su virtual electorado y, si tiene la habilidad de imponerse venciendo una elección, lo seguirá siendo para mantenerse en ese cargo que pasó la vida codiciando, el poder por el poder.

Tengo no pocos amigos metidos en esa trampa y les comprendo, pero no puedo aprobar su situación ni mucho menos congratularme por sus supuestos logros. El logro del eterno precandidato, del populista incurable, en el nivel que se encuentre, va en desmedro de todo mi país.

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