¿Por qué son perseguidos los cristianos en Pakistán?

Mundo · Fernando de Haro
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28 marzo 2016
Más de 70 cristianos han sido asesinados en Lahore, Pakistán, durante la celebración de la Pascua. Pakistán es uno de los países del mundo donde más sufren los cristianos. No es extraño que se les asesine por negarse a convertirse al islam. Llueve sobre mojado. En marzo de 2013 una multitud atacó el barrio cristiano de Lahore destruyendo 160 viviendas. Ese mismo año 140 cristianos fueron asesinados junto a una iglesia en Peshawar. Las raíces de la persecución son profundas.

Más de 70 cristianos han sido asesinados en Lahore, Pakistán, durante la celebración de la Pascua. Pakistán es uno de los países del mundo donde más sufren los cristianos. No es extraño que se les asesine por negarse a convertirse al islam. Llueve sobre mojado. En marzo de 2013 una multitud atacó el barrio cristiano de Lahore destruyendo 160 viviendas. Ese mismo año 140 cristianos fueron asesinados junto a una iglesia en Peshawar. Las raíces de la persecución son profundas.

La herramienta más visible de la persecución es la llamada ley contra la blasfemia. La Comisión Nacional para la Justicia y la Paz de la Iglesia Católica (NCJP) estima que entre 1986 y 2010 han sido acusadas, utilizando la ley, más de 900 personas. La mayoría eran ahmadíes, una rama del islam considerada herética. El segundo grupo más denunciado es el de los cristianos. El número de personas a las que se les ha quitado la vida, sin intervención de los jueces, en este tipo de procesos asciende a 33. La curva de las estadísticas da un salto a partir de 2001, tras los atentados del 11 de septiembre y la posterior intervención occidental en la zona.

La Ley de la Blasfemia es a todas luces injusta. Pero para empeorar la situación hay muchos jueces que, lejos de ser la boca de la ley o los intérpretes del buen sentido jurídico, actúan amedrentados o militan directamente en el islamismo. El radicalismo aprovecha, además, los procesos para sembrar el terror. En muchos casos las acusaciones suelen ser falsas. Detrás de ellas se esconden disputas vecinales, rencores acumulados o envidias. Los arrestos se pueden producir por la acusación de un solo testigo y cuando el sospechoso cae en manos de las fuerzas de seguridad se puede esperar lo peor. Las masas radicalizadas en las madrazas salen a la calle a exigir “justicia”. Puede ocurrir entonces que los jueces, que temen por su vida, dicten una sentencia de condena sin prueba alguna. Y luego están los asaltos a las prisiones.

El proceso de islamización de Pakistán se institucionalizó con el golpe de Estado que lleva al poder al general Zia-ul-Haqq en 1977. Se mantendrá en el poder hasta 1988, año en el que es asesinado. Esos son los años decisivos para entender por qué la minoría cristiana es perseguida. Son los años en los que se consagra definitivamente la influencia del ejército y su maridaje con el islam. A medida que el ejército fue creciendo hasta alcanzar el medio millón de hombres, la nueva generación de generales, localmente formados y de una extracción social más amplia, se fue haciendo más insegura y tuvo la necesidad de apoyarse en el en el islam como ideología política.

El poder de los militares en Pakistán lo ha descrito con precisión Ayesha Siddiqa Agha en su libro “The Military Inc: Inside Pakistan`s Military Economy” (Pluto Press, Londres). El texto describe con muchos detalles lo que Agha llama el MILBUS, por sus siglas en inglés: Military Business In Pakistan. Es un complejo entramado en el que están incluidos, además de los militares, los bancos, las compañías de seguros, las empresas de cereales, fertilizantes, cementos, los hospitales, las clínicas, las radios, las televisiones y también las universidades. Según sus estimaciones, los militares controlan un tercio de la industria pesada. Y están muy interesados en que no haya una libertad real. “El carácter predador de los militares incrementa el sistema totalitario (…) El sistema totalitario de Pakistán o de Myanmar tiene unas estructuras precapitalistas –asegura Agha–. Como son economías no suficientemente desarrolladas, los militares se convierten en socios directamente de las explotaciones comerciales”.

Zia islamizó la justicia y desarrolló una política con las madrazas que favoreció la radicalización. Su primera pretensión, como la de Alí Bhutto, fue controlarlas, pero al subvencionarlas las potenció. Aumentó entonces la competencia entre suníes y chiitas.

Las madrazas que más dinero recibieron fueron las de la corriente deobandi, impulsora de un sunismo radical. Deobandi es el nombre de una localidad de la India que se encuentra a 140 kilómetros al norte de Nueva Delhi. Las pocas mujeres que se ven por sus calles visten burka y los hombres, de blanco, gastan barbas largas. La localidad alberga la que quizás es la madraza más famosa de Asia y de África, la Darul Uloom Deoband. De carácter suní, su origen se remonta a mediados del XIX. Se creó como respuesta a los ingleses tras la primera guerra de la independencia de la India. Rodeada de jardines, la parte baja es de color tierra y los pisos superiores blancos. La corona una cúpula de estilo hindú. Tras sus muros, un amplio complejo con 3.000 estudiantes que, además de dedicar sus esfuerzos a conocer todos los secretos del Corán, aprenden urdu, persa, árabe y jurisprudencia islámica. En muchos casos son niños de localidades pobres que acuden ante la atracción de contar con educación gratuita y una vida menos fatigosa que la que tienen en sus familias. Suelen estar en la madraza de Deobandi desde los cinco hasta los 20 años. Según algunas estimaciones, el 65 por ciento de las madrazas pakistaníes siguen las enseñanzas de este gran centro. A sus fieles se les conoce como los “deobandi”. Son una de las corrientes islámicas con más peso en el país. La convergencia con la sensibilidad wahabí, de origen saudí, ha radicalizado su mensaje. De hecho, muchos consideran que Darul Uloom Deoband es la fuente de inspiración de los talibanes. Son famosas sus fatwas (pronunciamientos legales de la autoridad islámica respecto a una cuestión concreta), alguna tan polémica como la que prohibía a las mujeres musulmanas no montar en bicicleta hasta los 13 años.

Las madrazas de influencia deobandi aumentaron en el estado de Punjab y en la frontera con Afganistán. En 1979, tras la ocupación soviética de este último país, el dinero estadounidense y saudí aceleró aún más el proceso de radicalización. Al tiempo que Washington refuerza en Afganistán a los talibanes para intentar contrarrestar el avance del comunismo, manda grandes cantidades de dinero a los militares pakistaníes y a sus servicios secretos, el ISI (Inter-Services Intelligence). Parte de ese dinero va a parar a las madrazas cercanas a la frontera con Afganistán donde el plan de estudios es muy particular. Después de nueve o diez meses de aprendizaje del Corán, se suelen hacer prácticas de combate durante un mes junto a los muyahidines en Afganistán. El Ejército y el ISI no tienen que dar cuenta de los fondos que reciben y, temerosos siempre de la amenaza de India, alimentan a los yihadistas del Oeste y en el Este, en Cachemira, a insurgentes con la misma ideología islamista. El panorama se complica porque Irán no quiere perder peso en el país y, para contrarrestar la extensión del sunismo más radical, comienza a enviar dinero al país con el fin de apoyar y crear madrazas chiítas. La minoría cristiana se ve cercada por un islam cada vez más radical que compite entre sí y que fue alimentado por Occidente en los años 80.

Tras la muerte de Zia llega al poder la hija de Zulfikar Alí Bhutto, Benazir Bhutto. Los islamistas más radicales consideran una ofensa que los destinos de su país estén regidos por una mujer. Desde el 88 hasta el 99 la nueva líder del PPP alterna el poder con Nawz Shariff, el que luego sería fundador de la Liga Musulmana. Los gobiernos son democráticos. Aunque siguieron apoyando de forma indirecta a los talibanes y a la insurgencia yihadista de Cachemira, intentaron contrarrestar el poder del ejército y del ISS. Por eso los militares vuelven a dar un golpe de Estado en 1999 y colocan en el poder al general Permef Musharraf.

Musharraf durante sus primeros años de mandato implica al Estado pakistaní en el apoyo a los grupos terroristas. En ese momento Al Qaeda, los talibanes y los grupos insurgentes yihadistas de Cachemira mantienen relaciones fluidas. La élite empresarial también está implicada. Los atentados del 11 de septiembre cambian algo las cosas, desde Estados Unidos se le envía un mensaje a Musharraf: si quiere seguir en el poder tiene que empezar a combatir el terrorismo que hasta ese momento ha defendido. Pero los cristianos siguen sufriendo los golpes. La advertencia de Estados Unidos provoca que Musharraf desarrolle un doble juego. Protege a los islamistas pero a la par intenta guardar las apariencias. Los ataques yihadistas se suceden. El 13 de diciembre se produce un atentado en Nueva Delhi contra el parlamento indio. Musharraf ofrece a los talibanes refugio en la capital del estado de Beluchistán. Para compensar esa decisión, en 2002 emprende una lucha contra los grupos islamistas de Cachemira. Aunque al poco tiempo libera a sus líderes.

Musharraf decide eliminar del ejército y de los servicios de inteligencia a sus miembros más radicales. La colaboración del ISI permite detener a dirigentes de Al Qaeda. En una primera fase se entrega, sobre todo, a los miembros de origen árabe y se deja libres a los talibanes. El estancamiento de la guerra de Afganistán provoca más presiones. Y Musharraf acaba poniendo a disposición de Estados Unidos a algunos de los talibanes a los que el ISI ya no quiere proteger. Pero en el seno de las fuerzas armadas se ha producido la división y algunos creen que se ha ido demasiado lejos. El propio presidente sufrirá dos atentados.

Musharraf a finales de 2007 ha perdido todos los apoyos, sobre todo el de Estados Unidos. Bush le insta a que celebre elecciones. En noviembre de ese año vuelve de su exilio Benazir Bhutto después de ocho años fuera del país. Su vuelta es apoyada por la Casa Blanca y provoca que el general ceda y acepte unos comicios que lo convierten en un hombre de paja.

El gobierno del PPP, primero en coalición con la Liga Musulmana y después en solitario, no supone un cambio drástico. El poder casi autónomo del Ejército y del ISI sigue intacto. A los pocos meses de que Zardari se haga cargo de la presidencia de la república la impunidad de los líderes terroristas es clamorosa. Hafiz Said, uno de los jefes encarcelados de la yihad en Cachemira, sale cuando quiere de prisión en un coche blindado que ha puesto a su disposición el Gobierno. Poco después se libera al jefe de la llamada Mezquita Roja, Abdul Aziz, uno de los líderes de los extremistas. Tan pronto como Abdul Aziz pone los pies en las calles de Islamabad hace llamamientos a la guerra santa de forma impune.

Las consecuencias de esa actitud ambigua hacia los talibanes del Gobierno de Pakistán se hicieron evidentes en otoño de 2012 cuando fue atacada la adolescente Malala Yousafzai. Desde hacía tres años esta joven de catorce se había hecho famosa dando a conocer los abusos que cometían los talibanes en su pueblo, Swat Valley, una localidad cercana a la frontera de Afganistán. Para silenciar su voz los islamistas la tirotearon en el autobús escolar en el que volvía a casa. Por otra parte la tensión con Estados Unidos ha ido creciendo en los últimos años. El que Bin Laden estuviera refugiado en Abbotabad señaló la posible complicidad del Ejército. La Administración Obama, de hecho, decidió recortar, aunque fuese de modo simbólico, parte de los 52 millones de dólares de ayuda que concede a Pakistán. La ambigüedad no se ha superado.

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