Para no morir de régimen

Mundo · Giovanna Parravicini
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23 mayo 2021
Estos días en Rusia es de obligado cumplimiento conmemorar la victoria en la “Gran guerra patriótica”, como llaman aquí a la segunda guerra mundial. Se celebra el 9 de mayo y desde hace al menos una década está desplazando su baricentro de la memoria del pasado para convertirse sobre todo en ocasión para sacar músculo y el arsenal bélico a disposición del Kremlin. Lo que más bien debería ser la memoria de una auténtica epopeya popular,

Estos días en Rusia es de obligado cumplimiento conmemorar la victoria en la “Gran guerra patriótica”, como llaman aquí a la segunda guerra mundial. Se celebra el 9 de mayo y desde hace al menos una década está desplazando su baricentro de la memoria del pasado para convertirse sobre todo en ocasión para sacar músculo y el arsenal bélico a disposición del Kremlin.

Lo que más bien debería ser la memoria de una auténtica epopeya popular, de un episodio trágico y heroico en la historia del país –no hay familia que no quedara marcada– cada vez corre más peligro de convertirse en objeto de una mitología mistificadora, y el inmenso sacrificio realizado por el pueblo ruso empieza a explotarse como un recurso mediante el cual el Estado manipula sentimientos y conciencias.  A la opinión pública le cuesta hablar de estos temas. Cuando se trata de mostrar la realidad de los hechos, las culpas objetivas del régimen en la gestión de la guerra y en las terribles pérdidas sufridas en términos de vidas humanas, enseguida se dividen los bandos, provocando resistencias y protestas, despertando susceptibilidades y el orgullo nacional.

Sin embargo, una mirada lúcida y al mismo tiempo misericordiosa, que no censure ninguno de los males, será capaz de descubrir un tesoro de humanidad inextirpable incluso en las situaciones más inhumanas, como testimoniaron en Rusia grandes autores del siglo XX, como Pasternak, Solzhenitsyn, Grossman o Salamov, que tuvieron sin duda una función esencial de concienciación de su pueblo, con sus obras maestras literarias. ¿De qué manera? Poniendo en el centro a la persona y su responsabilidad, sin ceder a chantajes ideológicos.

Creo que esta es la clave de lectura que hay que retomar y destacar del interesante libro Un pasado incómodo. Memoria de los crímenes de Estado en Rusia y otros países, de Nikolai Epple, publicado recientemente en Moscú, que hace una lectura lúcida de los hechos tomando como criterio una asunción de responsabilidad ante lo sucedido, como principio básico que permite condenar las páginas oscuras y agradecer las páginas luminosas. Adentrarnos en este tema me ha traído a la memoria las extraordinarias palabras de Gemma Calabresi en una reciente entrevista con motivo del 49 aniversario del asesinato de su marido. “La memoria es dinámica, tiene piernas, te lleva a un camino de maduración que llega a su culmen con la capacidad de perdonar”. La autora de Viaje en el vértigo, Evgenija Ginzburg, después de casi veinte años en un lager, con una vida destrozada y una familia destruida, releía su pasado como víctima con el valor de pronunciar un mea culpa por las responsabilidades que no había asumido, las medias verdades con que se había conformado, la superficialidad con que había cerrado los ojos ante ciertos hechos.

Palabras a las que no estamos acostumbrados, pero que son centrales en la cultura independiente generada en los países del este durante el comunismo, como “perdón”, “responsabilidad”, “arrepentimiento”, reaparecen en el libro de Epple, que insiste especialmente en la importancia de la “acción de gracias”, del agradecimiento como componente indispensable de la memoria.

Memoria como acción de gracias. Desde esta perspectiva, por ejemplo, el amor a la patria –que hoy se nutre a base de fanfarrias, blandiendo una afirmación del “nosotros” siempre y necesariamente en contra de los “otros”– se transforma en gratitud por esa patria concreta que cada uno de nosotros ha conocido y le ha hecho ser persona: nuestros padres, maestros, amigos, vecinos… Gratitud por los actos de heroísmo cotidiano, oculto, de amor y solidaridad que permitieron, por ejemplo, salvar vidas humanas durante los terribles años de la guerra y reconstruir al día siguiente el país. La memoria puede vivir y ser ella misma solo si conserva esta concreción, esta luminosidad, de otro modo se convertirá fácilmente en una categoría ideológica peligrosa, violenta, que acabe convirtiéndose en la negación de sí misma.

Para vivir realmente la memoria, subraya Epple, hay que “aprender a distinguir la historia del régimen de la historia del país, de la sociedad y de los ciudadanos, que a veces coinciden, pero a veces son completamente distintas, e incluso a veces directa o indirectamente opuestas”. Solo así, sabiendo distinguir entre realidades que demasiado a menudo se mezclan injustificadamente por un “orgullo nacional” mal entendido, se podrá aprender a “distinguir la gratitud por el pasado de su condena”.

En definitiva, es un trabajo personal de reconocimiento de los dones que se nos hicieron en el pasado, una valoración de la herencia que se nos ha legado, de lo que no tenemos ni podemos tener motivo alguno de orgullo, pues se trata de un don que debe encontrarnos disponibles para acogerlo con responsabilidad y lúcidos para hacer acto de contrición por haberlo descuidado, desperdiciado o incluso traicionado.

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