Otra vez la irracional resistencia a los imprevistos
Las finanzas de medio mundo están el aire porque en un rincón de Estados Unidos alguien pensó que no era posible imprevisto alguno. La quiebra de Lehman Brothers, con la que empezó la crisis de 2008, se parece en algunas (pocas) cosas a la quiebra del Silicon Valley Bank. Se parece en algunas (pocas) cosas y es diferente en muchas otras (afortunadamente).
Vamos primero con los parecidos. Lehman Brothers quebró, en gran medida, porque se había desregularizado demasiado la banca estadounidense. Durante años se concedieron hipotecas sin la mínima garantía, la deuda se convirtió en un producto financiero empaquetado que incluso para los expertos era difícil de entender (subprime). Falló el sistema de supervisión. Ahora ha vuelto a suceder algo muy parecido: poca regulación y poca supervisión. Trump impulsó en mayo de 2018 una ley que relajó los controles de liquidez de los bancos regionales. Todavía, a pesar de todo lo que ha sucedido este siglo, hay quien sigue pensando que suprimir cierto tipo de intervención en el mercado es malo para la economía. Se llama ceguera.
Y ahora las diferencias. Silicon Valley Bank no es una entidad sistémica, es decir su caída no va arrastrar a todo el sector financiero. Las autoridades estadounidenses han aprendido la lección y, tras la quiebra del Silicon Valley Bank, han garantizado de forma inmediata los depósitos para evitar que se extendiera el pánico. Al BCE le costó años que Draghi dijese “whatever it takes” (haremos todo lo necesario para salvar el euro). Lagarde, la actual gobernadora, solo ha tardado cuatro días. Los bancos esta vez tienen más solidez, habrá que ver qué sucede cuando se prolongue el tiempo de tipos altos para combatir la inflación.
En esta ocasión no hay productos basura como las subprime. El problema de Silicon Valley Bank es haber basado su negocio en la idea ingenua de que la vida no cambia. La mayoría de los clientes de la entidad eran empresas tecnológicas (tech) de California. Estas empresas han estado creciendo, como en la época del boom de internet, gracias, sobre todo, a las expectativas. Todo se ha basado en la previsión de que su negocio iba a funcionar sí o sí. Las expectativas siempre han sido determinantes en una economía, pero ahora su papel es más decisivo que cualquier otro factor. Las tech de la Costa Oeste pensaban que nunca tendrían problema de liquidez. Depositaban su dinero en el Silicon Valley Bank. La remuneración de esos depósitos era casi igual a cero. Pero en realidad no les importaba mucho, vivían en un mundo ilusorio en el que parecía que la inflación había desaparecido. El Silicon Valley Bank recogía dinero de las tecnológicas sin apenas coste y lo invertía en bonos. Bastaba esperar al vencimiento de esos bonos para conseguir una buena rentabilidad. Negocio fácil. Demasiado fácil.
De pronto las expectativas de las tech dejaron de ser tan solidas como lo eran hasta ahora. Empezaron a retirar sus depósitos porque necesitaban liquidez. Y el Silicon Valley Bank, también necesitado de liquidez, ya no pudo esperar a que sus bonos vencieran y tuvo que malvenderlos en el mercado secundario a un precio mucho menor que el que hubieran tenido en su vencimiento.
La crisis se origina por un error elemental. El clásico error de pensar que el tiempo, y solo el tiempo, es necesariamente una garantía de éxito. Basta invertir en un producto adecuado. Esta mentalidad, casi de un modo imperceptible, se cierra a los imprevistos. Todo tiene que entrar dentro de un sistema preconcebido: un mundo sin inflación y con tipos bajos. Siempre pasa lo mismo: cada cierto tiempo algunos economistas decretan el fin de la historia. Pero el imprevisto está siempre al acecho.
Una pandemia, una crisis en la cadena de suministros (nos habíamos olvidado de que consumimos cosas que se producen muy lejos) y una guerra han provocado una subida de precios. Después de décadas inyectando liquidez en el sistema para evitar una crisis, ahora hay que volver a luchar contra la inflación: sube el precio del dinero y la liquidez que no había faltado empieza a escasear.
Hay que volver a gastar grandes montones de dinero de todos para evitar que las quiebras, provocados por la irresponsabilidad de algunos, nos arrastren. Vuelve el debate sobre el riesgo moral (moral hazard) explicado en su momento por Arrow. Hay poco dilema. Hay que rescatar los depósitos. Algunos han asumido riesgos excesivos sabiendo que otros, que no eran beneficiarios, los iban a salvar. Es la avaricia. Pero no solo. El sentido de responsabilidad disminuye en la abstracción de un sistema sin nombres.
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