No basta tolerar. Hace falta amar

Mundo · Wael Farouq
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19 abril 2017
Los cristianos coptos saben que hoy en Egipto ir a la iglesia a rezar es arriesgado. Daesh ha amenazado con quemarlos en las iglesias y solo unos días antes las fuerzas de seguridad desactivaron un artefacto en el mismo templo que el Domingo de Ramos sufrió uno de los terribles atentados terroristas. Sin embargo, los cristianos egipcios siguen yendo a la iglesia a rezar. El Domingo de Ramos es un día especial para los niños. Antes las madres se dedicaban a crear símbolos y juguetes con hojas de palma. Nosotros, niños musulmanes, recibíamos coronas, estrellas y espadas hechas con estas hojas, mientras los niños cristianos llevaban las cruces. Les acompañábamos en cortejo hasta las puertas de la iglesia. Ellos entraban en misa y a nosotros nos daban algún dulce. Luego, esperando a que salieran, protegíamos a la iglesia de enemigos y demonios invisibles con nuestras espadas verdes.

Los cristianos coptos saben que hoy en Egipto ir a la iglesia a rezar es arriesgado. Daesh ha amenazado con quemarlos en las iglesias y solo unos días antes las fuerzas de seguridad desactivaron un artefacto en el mismo templo que el Domingo de Ramos sufrió uno de los terribles atentados terroristas. Sin embargo, los cristianos egipcios siguen yendo a la iglesia a rezar. El Domingo de Ramos es un día especial para los niños. Antes las madres se dedicaban a crear símbolos y juguetes con hojas de palma. Nosotros, niños musulmanes, recibíamos coronas, estrellas y espadas hechas con estas hojas, mientras los niños cristianos llevaban las cruces. Les acompañábamos en cortejo hasta las puertas de la iglesia. Ellos entraban en misa y a nosotros nos daban algún dulce. Luego, esperando a que salieran, protegíamos a la iglesia de enemigos y demonios invisibles con nuestras espadas verdes.

Creo que la mía fue la última generación que vivió esta alegría. Después, a finales de los años 70 del siglo XX, el presidente Anwar al-Sadat abrió el espacio público a los islamistas y millones de egipcios emigraron hacia los países del Golfo, a sociedades uniformes que no conocían el pluralismo religioso ni lo aceptaban. Fue el inicio de la propaganda del ocio contra los cristianos en general y los egipcios en particular. En todos los barrios había una mezquita controlada por los propagandistas del islam político. Bajo la protección de Sadat y la indiferencia de sus sucesores, la propaganda contra los cristianos duró cuarenta años. Los jeques decían a los musulmanes que los cristianos eran “incrédulos”, que no había que comer de su comida, que no debíamos amarlos. “Matan a vuestros hermanos en Iraq, Palestina y Afganistán”, decían: “No les felicitéis en sus fiestas, no les dirijáis el saludo”.

Pero a pesar de los años que duró esta macabra propaganda, los egipcios supieron recuperar su unidad en la plaza Tahrir. La revolución creó un espacio de encuentro entre el musulmán, que había sido tentado de olvidar el amor y una convivencia secular, y el cristiano, que se había resignado a emigrar o aislarse del mundo, encerrándose entre los muros de su iglesia en su propio país. La revolución, en los pocos años que han pasado, destruyó décadas de odiosa propaganda. Muchos egipcios, a pesar de la propaganda del odio y de las matanzas terroristas, están redescubriendo el bien de la unidad. Tras los atentados del Domingo de Ramos, los cristianos rendían homenaje en las redes sociales a los heroicos agentes –todos musulmanes– que habían muerto mientras cumplían con su deber de proteger la misa oficiada por el papa Tawadros. Él era el objetivo principal de los ataques. El primero, en la iglesia de Tanta, tenía el objetivo de llamar la atención para golpear pocas horas después al líder espiritual de los cristianos coptos en la catedral de San Marcos de Alejandría. Pero el terrorista, al no conseguir entrar, se hizo estallar en la puerta del templo, matando así a cristianos y musulmanes.

Muchos musulmanes corrieron a donar sangre, abrieron las puertas de las mezquitas para atender a los heridos y lloraron a lágrima viva mientras sacaban a las víctimas. Su humanidad ha vencido sobre la propaganda del odio. Musulmanes y cristianos han estado juntos, en el hospital, en la mezquita, en la iglesia.

Es hora de que los predicadores de la tolerancia den un paso atrás. La tolerancia no es más que un eslogan para los que son incapaces de amar, y eso no basta. Hoy no tenemos necesidad de tolerar, sino de amar. Porque este terror solo podrá ser derrotado por nuestra capacidad para amar y llorar por los demás.

Daesh ha reivindicado la responsabilidad de estos atentados terroristas, ¿pero es Daesh el único responsable? ¿Acaso no lo son también los islamistas que propagan el odio? ¿Acaso no lo son también los que se limitan a condenar el acto criminal, sin condenar la ideología que lo alimenta? ¿Acaso no lo son también los que dividen a los islamistas en moderados y extremistas?

El jeque Yusuf al-Qaradawi –figura simbólica de los llamados islamistas moderados– ha justificado los atentados y ha culpado a la presencia de un régimen dictatorial. ¿Pero dónde está la dictadura en Estocolmo? ¿Dónde está la dictadura en Bruselas, en Londres, en Francia? ¿Cómo se puede justificar la oleada de lobos solitarios y la yihad de bajo coste en Europa?

Están levantando un muro psicológico entre nosotros para destruir lo más valioso que ha realizado la civilización: la libertad, la democracia, los derechos humanos.

Puedes morir en una cafetería, en un teatro, en un parque, en un estadio, en el metro. Te pueden matar en la iglesia. Tu asesino no te conoce, nunca ha visto tu cara, nunca ha oído tu nombre. Él no sabe si tu muerte entristecerá los corazones de los que te aman o si hará felices a los que te odian. Ni siquiera conoce tu religión ni tu nacionalidad. En realidad, tu asesino no te mata a ti sino la vida que hay en ti. El terrorista suicida no sabe nada de sus víctimas, solo se conoce a sí mismo. ¿Pero qué es lo que conoce de sí mismo que le empuja a la muerte? Más aún, ¿qué es lo que no conoce de sí mismo que le empuja a huir de la vida?

Conoce el odio, no el amor. Está muerto antes de morir y se hace estallar para huir de esta muerte. Quien no conoce el amor no tiene otra salvación que la muerte. No hay resurrección para su alma porque ella misma es el sepulcro, ella misma es la prisión. Es verdad, la fe en el amor no te protegerá de una bala o de una metralla que pueda cruzarte el corazón, pero protegerá tu corazón de la muerte antes de la muerte, de vivir la vida como una continua huida de la muerte.

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