Nihilismo y libertinaje

Cultura · Massimo Borghesi
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21 abril 2008
El sexo es el opio de los pueblos. La célebre frase de Marx, que mencionaba en realidad a la religión, puede referirse hoy tranquilamente al eros, la verdadera droga de las masas en la actualidad, una modalidad colectiva de aturdimiento de las conciencias, de seducción generalizada.

El eros es el opino, en sentido marxista, porque hoy ése es el sustituto de la religión. El sexo, dulce, estático, inquietante, perverso, omnipresente. Es la alternativa al nihilismo, la terapia contra el malvivir que ha seguido a la decadencia de los ideales del 68. En una sociedad fuertemente secularizada, que ante el caduco mito comunista ve cómo se abre un inmenso vacío ideal, el eros es el único dios capaz de adormecer al hombre excitando sus sentidos.

Esto explica la paradoja de la que habla Gilles Lipovetsky en La era del vacío: "Dios ha muerto, las grandes metas se apagan, pero todos hacen el amor. Ésa es la buena noticia, que pone límite al diagnóstico de Nietzsche sobre el oscurantismo europeo. El vacío de sentido, el deterioro de los ideales han traído consigo, como se podría esperar, más angustia, más absurdo, más pesimismo".

El postmodernismo representa la democratización del libertinaje, la difusión del hedonismo de masas. El resultado de la "revolución" del 68 lo ha profetizado Herbert Marcuse en Eros y civilización: la liberación sexual, como prototipo de toda libertad posible. Tras abandonar la utopía revolucionaria, lo que queda es únicamente el eros. Un mito que encuentra en el cine de Bernardo Bertolucci, desde El último tanto en París (1972) hasta The Dreamers una referencia esencial. "No existe el amor, existen sólo las pruebas del amor". La frase de Cocteau se adapta bien a Bertolucci.

No hay amor fuera del eros, el lenguaje del alma es el lenguaje del cuerpo, el de las sensaciones. Todo queda sí traspasado a lo exterior, nada debe permanecer "secreto". Los romances de las narradoras del otro lado de los Alpes, desde Catherine Millet a Caherine Breillat, responsable esta última de la película Anatomía del infierno, una adaptación de su romance Pornocracia, convierten el desvelarse de este "secreto" en una suerte de viaje iniciático. A través de la narración obsesiva, detallada, de las prácticas eróticas, se propone un camino hacia el descubrimiento de uno mismo, la apertura del interior. Una mística oculta guía a estas adoratrices de Sade: el deseo de un éxtasis terreno, de una fusión de los cuerpos y las almas, de un acceso a El origen del mundo, título del cuadro de Courbet que representa el sexo femenino. Va quedando escondido así toda posible tendencia ascética, todo aquello que pueda poner límite a la líbido, al deseo, a los apetitos.

El pensamiento contemporáneo no contempla limitaciones al principio del placer. Lo demuestra un reciente documento de Michel Onfray, Teoría del cuerpo amoroso. Una erótica solar, todo él orientado a exaltar los materialistas-sensualistas y crítico con el ascetismo platónico-judeo-cristiano. El elogio del epicureísmo es una invitación a redescubrir la libertad erótica, la carne sin culpa, la alegría de los sentidos. Monogamia, fidelidad, familia, son límites que deben ser superados. El goce amoroso no conoce fronteras. La reflexión de Onfray, que expone también en Tratado de ateología, es tierra ya conocida. Lo sorprendente es el caso de que una modesta obra como ésta ocupe una página completa del Corriere della Sera (28/05/2006). Sorprende porque ya son más de 30 años que el hedonismo es la cultura dominante, que todo "tabú" ha sido superado.

En realidad, la clave para entender esta continua repetición es la que ya apuntaba al principio: el eros es la terapia de hoy contra el nihilismo. El eros global nos salvará del apocalipsis: es el título, cuanto menos significativo, del artículo que Alessandro Piperno dedicó a Le roman de Jardin de Alexandre Jardin (Corriere della Sera, 20/06/2006). El texto de Jardin, autobiografía familiar, es un género literario que implica la abolición de la tragedia en favor de la comedia, del sentido de la realidad en favor de la teatralidad, la negación del tiempo y de la historia, la anarquía sexual. Como bien había visto Nietzsche, ela óptica atea se sale del nihilismo sólo a través de una visión "estética" del mundo. La riqueza ofrece aparentemente a todos la posibilidad de vivir como un dandy del siglo XIX. Es posible construir una existencia capaz de huir del tedio, de la insatisfacción del horror vacui, del miedo a la muerte. Si Dios nos existe, gozar es el único modo de no pensar en el destino.

De todo esto es posible obtener una lección: el mundo no está preparado para abrirse hacia lo alto. Los tiempos de crisis no son preludios automáticos para conversiones religiosas ni para el redescubrimiento de los ideales más nobles. Al contrario, la inseguridad lleva al aturdimiento, a la fuga de uno mismo, a la búsqueda del placer. Por eso, según Agustín, Dios se ha hecho carne, se ha humillado. Porque sólo mediante la carne del Hijo del Hombre la debilidad de la carne podía ser superada, salvada de la inevitable caducidad de la "idolatría", del reino de las apariencias más fuertes que la realidad.

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