Milán y algo más

Mundo · José Luis Restán
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4 julio 2011
El Papa ha mandado una señal fuerte enviando a Milán al cardenal Angelo Scola. Y lo ha hecho consciente de la polvareda mediática que había de levantarse y de no pocos malhumores clericales. Lo ha hecho, también es verdad, tras comprobar que Scola, más allá de tópicos ideológicos e insultos groseros, goza de un amplio y sólido prestigio en el episcopado italiano y en el Colegio cardenalicio.    

Desde luego existen claves estrictamente milanesas en este nombramiento, que tienen que ver con el deseo de una contribución más activa de esta macro-diócesis, rica en historia, en carismas y en obras sociales, pero burocratizada en exceso y algo diletante a la hora de asimilar los impulsos de los dos últimos pontificados. Lejos del burdo esquematismo que algunos gastan estos días, el hecho de que Scola se haya forjado en la escuela de Don Giussani le permitirá poner en valor la múltiple riqueza de la diócesis, sin generar estériles contraposiciones ni banderías. Un buen conocedor de aquel mundo me decía hace unos días que "Scola es el único capaz de hablar con todos", y de hacerlo eficazmente, es decir, sumando en un proyecto común.

Pero tengo la impresión de que el Papa no sólo piensa en Milán. Está buscando pastores para conducir la nueva evangelización (recordemos que fue una sugerencia del propio Scola la creación del nuevo Consejo Pontificio) en un contexto que será más y más hosco en los próximos lustros, al menos por lo que se refiere al mundo occidental. Obispos que representen un nuevo modo de estar, con simpatía y sin complejos, en medio de una sociedad crecientemente descristianizada, en la que se extenderán las pretensiones de ingeniería social por parte del Estado, en la que la brecha entre la cultura de masas y la tradición cristiana se hará crecientemente ancha, en la que los diques de protección legal y cultural para algunos valores esenciales se van a resquebrajar cuando no van a desaparecer. Un contexto en el que ya no servirá la mera denuncia de las agresiones laicistas ni la invocación potente de una historia cristiana llena de esplendores. Será preciso un testimonio arriesgado de las propias razones encarnadas en la vida, una construcción tenaz de un tejido de presencia social y una educación paciente de la propia comunidad cristiana.  

Creo que el Papa ha pensado en el cardenal Scola precisamente porque encarna una forma de respuesta a todo eso. Es algo que se desprende, por ejemplo, de sus respuestas a una reciente entrevista publicada por la revista Inside the Vatican. En ella sitúa el punto de mayor riesgo hoy en que el hombre se considere únicamente "como su propio experimento, que se piense a sí mismo como liberado de todo vínculo". "Esto anula, añadía el todavía Patriarca de Venecia, el intercambio entre generaciones, anula la educación en el sentido propio del término, y desencadena muchos fenómenos que vemos en las transformaciones antropológicas y en los modos de entender la sexualidad, el amor, la paternidad o el trabajo".

Para afrontar la misión (siempre antigua y siempre nueva) es preciso conocer y entender al hombre y al tiempo en el que vive. Algo que no puede darse por supuesto. A pesar de todas las sombras, Scola reconoce en este contexto una posibilidad muy especial para el anuncio cristiano, dado que atravesamos una circunstancia en la que dominan los temas de la libertad y la felicidad. Precisamente ahí, la experiencia cristiana puede mostrar toda su capacidad de respuesta. Aunque el próximo arzobispo de Milán introduce un interesante matiz: "cuando la propuesta cristiana es liberada (sobre todo en Europa y en el hemisferio norte) de todo lo que ejerce presión sobre ella… y se vuelve a proponer en su simplicidad joven, como un encuentro con una humanidad hecha plena por Cristo, entonces se vuelve más relevante que nunca".

En otro momento de la entrevista, el cardenal Scola afirma que es un problema sustancial recuperar el vínculo entre la fe y la vida, entender cómo la fe es relevante para la vida (afectiva, laboral, social…). Para resolver este problema, advierte, "se necesitan relaciones, no puede resolverse individualmente, requiere una comunidad viviente de personas que puedan comunicar sus experiencias".

Otro aspecto esencial para esta nueva forma de presencia es el diálogo con los que son diferentes: "la necesidad de diálogo es intrínseca a la experiencia cristiana… un diálogo efectivo requiere que comprometa mi fe de un modo dinámico, implica una identidad, pero una identidad dinámica… y eso nos lleva a la pregunta central: ¿qué es el cristianismo?".

Scola lo explica con su original modo de comunicar: "es el Acontecimiento de Cristo,  que se dona como regalo a la humanidad para ser Camino, Verdad y Vida, y por eso está enteramente abierto al diálogo… El cristianismo implica una enseñanza y una doctrina moral, pero encarnadas en la vida de una persona y en la vida de una comunidad… Por tanto, si practicamos la vida cristiana como lo que es (la vida buena que documenta y atestigua el Evangelio) entonces podemos ir a dialogar con todos".

Apuesta arriesgada la de Milán, dicen algunos. Quizás está en juego algo más que las cuestiones internas de la compleja diócesis lombarda. Está en juego que la nueva evangelización sea algo más que un extenuante programa o un eslogan llamativo. Son necesarias figuras que se expongan y muestren el coraje, la racionalidad y la belleza de la fe en un siglo XXI lleno de incógnitas. Y que lo hagan sin miedo ni mal humor. Scola puede ser uno de ellos, y trazar una senda.

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